Murió el padre de la Teología de la Liberación: esto pensaba sobre la pobreza
Fragmento del ensayo “Situación y tareas de la teología de la liberación”, publicado por la revista “Theologica Xaveriana”, de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, en su edición 143, de 2002.
Gustavo Gutiérrez * / Especial para El Espectador
Una inhumana y antievangélica pobreza
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Una inhumana y antievangélica pobreza
Las desafíos a la fe cristiana que vienen del pluralismo religioso y de la pobreza nacen fuera del mundo noratlántico. Quienes las llevan sobre sus espaldas son los pueblos pobres de la humanidad. Lo acabamos de decir a propósito de las religiones y es el caso evidentemente de la pobreza. Este último cuestionamiento se planteó con fuerza a la reflexión teológica, inicialmente en América Latina, continente habitado por una población pobre y creyente simultáneamente, como decimos desde hace décadas en el marco de la teología de la liberación. Se trata de quienes viven su fe en medio de la pobreza, lo que trae como consecuencia que cada una de esas condiciones deje su huella en la otra; vivir y pensar la fe cristiana es algo, por tanto, que no puede realizarse fuera de la conciencia de la situación de despojo y marginación en que dichas personas se encuentran.
Releer el mensaje
Las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979) denunciaron la pobreza existente en el continente como “inhumana” y “antievangélica”. Pero sabemos que desgraciadamente se trata de una realidad de extensión universal. Poco a poco los pobres del mundo fueron tomando una conciencia cada vez más clara de su situación. Una serie de acontecimientos históricos en los años ‘50 y ‘60 (descolonización, nuevas naciones, movimientos populares, un mejor conocimiento de las causas de la pobreza, etc.) hicieron presentes, a lo largo y ancho del planeta, a quienes siempre habían estado ausentes de la historia de la humanidad, o para ser más exactos, invisibles para una manera de hacer la historia en la que un sector, el mundo occidental, aparecía como ganador en todos los campos. Es el hecho histórico que se ha llamado “la irrupción del pobre”. No es por cierto un acontecimiento terminado: se halla en pleno proceso y sigue planteando nuevas y pertinentes preguntas. En América Latina y el Caribe este acontecimiento fue y es particularmente significativo para la reflexión teológica.
La pobreza es, como el pluralismo religioso de la humanidad, un estado de cosas que viene de muy atrás. En el pasado ella dio lugar sin duda a gestos admirables de servicio a los pobres y abandonados. Pero hoy el conocimiento de su abrumadora amplitud, la brecha cada vez mayor y profunda entre los estratos ricos y los pobres en la sociedad actual y el modo que tenemos de acercarnos a ella, han hecho que sólo en la segunda mitad del siglo que termina haya comenzado a ser percibida realmente como un reto a nuestra comprensión de la fe. Aun cuando no del todo, porque no faltan aquéllos para quienes tercamente la pobreza se limita a ser un problema de orden social y económico. No es este el sentido bíblico de tal condición, ni lo fue la intuición de Juan XXIII cuando, en vísperas del Concilio, situaba la Iglesia ante la pobreza del mundo (“los países subdesarrollados”) y afirmaba que ella debía ser “la Iglesia de todos y especialmente la Iglesia de los pobres”. Sugería así un exigente modo de concebir la Iglesia y su tarea en el mundo.
El mensaje del papa Juan fue escuchado y profundizado ulteriormente en América Latina y el Caribe; su condición de continente pobre y al mismo tiempo cristiano, mencionada más arriba, lo hacía particularmente sensible a la hondura teológica de la interpelación procedente de la pobreza. Era una perspectiva que en circunstancias diferentes habían iniciado en estas tierras, en el siglo XVI, figuras como Bartolomé de Las Casas y el indio peruano Guamán Poma, en su defensa de las poblaciones indígenas del continente, pero que aún hoy está lejos de ser comprendida por todos. De allí las dificultades que todavía encontramos para hacer ver el significado de las afirmaciones básicas de la teología de la liberación y de la conferencia episcopal de Medellín, que inciden precisamente -y teniendo en cuenta el entramado actual- en ese enfoque.
A pesar de esto, la Iglesia de América Latina y el Caribe, y pronto las de otros continentes pobres, hizo ver hasta dónde llegan las demandas que vienen de la situación de pobreza y marginación de tantos seres humanos. El asunto se abre paso todavía en medio de algunos obstáculos, para ser considerado -en toda su hondura- un problema de vida cristiana y de reflexión teológica. Esto ocurre menos, es importante anotarlo, con el desafío que procede del papel de las religiones de la humanidad en el plan salvífico del Dios de la revelación cristiana. En el caso del pluralismo religioso, aunque no falten los recalcitrantes, el carácter teológico es percibido y se entiende más rápidamente. Subrayar el carácter teológico de las preguntas que acarrea la pobreza humana no significa de ningún modo soslayar que ella y la injusticia social tienen una inevitable y constitutiva dimensión socioeconómica. Es evidente que así es. Pero la atención que debe prestárseles no viene únicamente de una preocupación por los problemas sociales y políticos. La pobreza, tal como la conocemos actualmente, lanza un cuestionamiento radical y englobante a la conciencia humana y a la manera de percibir la fe cristiana. Ella conforma un campo hermenéutico que nos conduce a una relectura del mensaje bíblico y del camino a emprender como discípulos de Jesús. Esto es algo que debe ser recalcado si queremos entender el sentido de una teología como la de la liberación.
Un eje de vida cristiana
Lo que llevamos dicho se enuncia de modo claro en la conocida expresión de “opción preferencial por los pobres”. La frase surgió en las comunidades cristianas y en las reflexiones teológicas de América Latina en el período que va de Medellín a Puebla, y esta última conferencia la recogió y la hizo conocer generosamente. Sus raíces se hallan en las experiencias de la solidaridad con los pobres y en la consiguiente comprensión del sentido de la pobreza en la Biblia, que dieron sus primeros pasos en los inicios de la década de 1960 y que se expresó ya -en cuanto lo esencial- en Medellín. Ella se encuentra hoy muy presente en el magisterio de Juan Pablo II y en el de diversos episcopados de la Iglesia universal, así como en textos de varias confesiones cristianas. La opción preferencial por el pobre es un eje fundamental en el anuncio del Evangelio, que usando la conocida metáfora bíblica, llamamos comúnmente tarea pastoral; lo es también en el terreno de la espiritualidad, es decir, en el caminar tras los pasos de Jesús. Y, por tanto, es así mismo un eje en cuanto a inteligencia de la fe que se hace a partir de esas dos dimensiones de la vida cristiana. El conjunto, esa triple dimensión, es el que le da fuerza y alcance.
Acabamos de evocar la pequeña historia de una percepción que se manifiesta en la fórmula recordada; no obstante, es claro que ella, en el fondo, apunta a ayudarnos a ver cómo enfocamos en este tiempo un dato capital de la revelación bíblica que de una manera u otra siempre ha estado presente en el universo cristiano: el amor de Dios por toda persona y particularmente por los más abandonados. Pero ocurre que hoy estamos en condiciones de advertir con toda la claridad deseada que la pobreza, la injusticia y la marginación de personas y grupos humanos, no son hechos fatales, sino tienen causas humanas y sociales. Además, nos encontramos sobrecogidos por la inmensidad de esa realidad, así como por el acrecentamiento de las distancias, desde estos puntos de vista, entre las naciones en el mundo y entre las personas en el interior de cada país. Esto cambia el enfoque sobre la pobreza y nos empuja a examinar bajo una nueva luz las responsabilidades personales y sociales. Nos da de este modo nuevas perspectivas para saber descubrir continuamente el rostro del Señor en el de otras personas, en particular, de los pobres y maltratados. Y nos permite ir en forma directa a lo que es decisivo, teológicamente hablando: colocarse en el corazón del anuncio del Reino, expresión del amor gratuito del Dios de Jesucristo.
La visión que se manifiesta en la fórmula “opción preferencial por el pobre” es lo más sustantivo del aporte de la vida de la Iglesia en Latinoamérica y de la teología de la liberación a la Iglesia universal. La pregunta planteada al comienzo de estas páginas sobre el futuro de esta reflexión debe tener en cuenta su relación factual y contemporánea con todo lo que dicha opción significa. Tal perspectiva no es, evidentemente, algo exclusivo de esta teología; la exigencia y el significado del gesto hacia el pobre en la acogida del don del Reino, forman parte del mensaje cristiano. Se trata de un discurso sobre la fe, que nos permite simplemente un recuerdo y una relectura en las condiciones actuales, con toda la novedad que ellas nos revelan, de algo que de una u otra forma -con insistencias pero también con paréntesis-, encontró siempre un lugar a lo largo del caminar histórico del pueblo de Dios. Es relevante subrayarlo, no para disminuir el aporte de esta teología que tiene ligado su destino al sentido bíblico de la solidaridad con el pobre, sino para dibujar debidamente el ámbito en que ella se da en tanto continuidad y ruptura con reflexiones anteriores. Y sobre todo, con la experiencia cristiana y las rutas tomadas para dar testimonio del Reino.
De igual manera que en los dos casos ya tratados, nos interesa resaltar aquí que en el desafío mismo proveniente de la pobreza, se abren perspectivas que nos permiten seguir sacando “lo nuevo y lo viejo” del tesoro del mensaje cristiano. El discernimiento desde la fe debe ser lúcido al respecto. Pero para ello es necesario vencer el empecinamiento de ver en la pobreza del mundo de hoy sólo un problema social. Eso sería pasar al lado de lo que este doloroso signo de los tiempos puede decirnos. Todo ello se resume en la convicción de la necesidad de ver la historia desde su reverso, vale decir, desde sus víctimas. La cruz de Cristo ilumina esa visión y nos hace comprenderla como el paso a la victoria definitiva de la vida en el Resucitado.
* Gustavo Gutiérrez: presbítero católico de la Arquidiócesis de Lima. Licenciado en Psicología Aplicada, Universidad Católica de Lovaina. Doctor en Teología, Universidad Católica de Lió. Doctor honoris causa de instituciones como Universidad de Mimega de Holanda, Universidad de Tubinga en Alemania, Universidad de Friburgo en Alemania y la Universidad de Montreal en Canadá. Fue fundador del Instituto Bartolomé de las Casas en Lima, Perú. Theologica Xaveriana es una publicación seriada de acceso abierto. Circula de manera ininterrumpida desde 1951. Publica artículos inéditos de investigación, reflexión y revisión, así como documentos y reseñas de libros que dan cuenta del quehacer teológico actual.