Nelson Mandela: entregar el poder, su última lección de liderazgo
A propósito de los diez años de la muerte del líder sudafricano, evocación del último discurso de Nelson Mandela como presidente del Congreso Nacional Africano (CNA), que había dirigido desde 1991 y que marcó su retiro de la política en 1997 para entregar sus banderas a Thabo Mbeki.
Mandla Langa * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
Nelson Mandela volvió a adoptar un tono serio al pronunciar su discurso de despedida la tarde del 20 de diciembre de 1997. Con las manos entrelazadas, prescindió del texto redactado para hablar con el corazón en la mano. Sin mencionar nombres, advirtió al líder entrante de que no se rodease de aduladores: (Recomendamos: Quince enseñanzas de Mandela que nos hacen mejores personas, por Nelson Fredy Padilla).
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Nelson Mandela volvió a adoptar un tono serio al pronunciar su discurso de despedida la tarde del 20 de diciembre de 1997. Con las manos entrelazadas, prescindió del texto redactado para hablar con el corazón en la mano. Sin mencionar nombres, advirtió al líder entrante de que no se rodease de aduladores: (Recomendamos: Quince enseñanzas de Mandela que nos hacen mejores personas, por Nelson Fredy Padilla).
«Un líder, en especial uno con tamaña responsabilidad, que ha sido elegido por unanimidad, tiene como primer deber disipar las preocupaciones de sus compañeros de la jefatura para permitirles debatir con libertad, sin temor, en el seno de la estructura interna del movimiento».
Mientras aguardaba a que los aplausos se apagaran, ahondó en la contradicción a la que se enfrentaba un dirigente que había de unir a la organización y al mismo tiempo permitir las discrepancias internas y la libertad de expresión.
«La gente debería incluso poder criticar al líder sin temor ni benevolencia; únicamente cabe la posibilidad de mantener unida la militancia en esas circunstancias. Existen numerosos ejemplos donde se permite la divergencia de opiniones siempre y cuando estas no supongan un desprestigio para la organización».
A modo ilustrativo, Mandela citó a un crítico con la política de Mao Zedong durante la revolución china. El dirigente chino «analizó si había hecho alguna declaración sin tener en cuenta las estructuras del movimiento o que pudiera desacreditarlo». Satisfecho de que no fuera el caso, el crítico ingresó en el comité central como presidente de la Cámara de Trabajadores china, el movimiento sindical.
Le «asignaron una responsabilidad por la que debía rendir cuentas —explicó Mandela entre las carcajadas del público— y se vio obligado a ser más comedido y responsable.
»Afortunadamente, sé que nuestro presidente se hace cargo. Me consta que en su trabajo se ha tomado las críticas con espíritu de camaradería y no me cabe la menor duda de que no […] va a hacer el vacío a nadie porque sabe que [es importante] rodearse de personas fuertes e independientes en el seno de la estructura del movimiento que puedan criticar y mejorar tu propia aportación para que a la hora de aplicar las políticas las decisiones sean acertadas y no den lugar a críticas fundadas por parte de nadie. Nadie en esta organización entiende este principio mejor que el presidente, el camarada Thabo Mbeki».
Mandela continuó leyendo el discurso, reiterando que la vinculación de los líderes con «individuos poderosos e influyentes que disponen de muchos más recursos que todos nosotros juntos» podía llevarles a olvidar a «quienes estuvieron de nuestra parte cuando todos estábamos solos en los tiempos difíciles».
Tras otra salva de aplausos, Mandela prosiguió justificando el mantenimiento de las relaciones del CNA con países como Cuba, Libia e Irán, decisión contraria al criterio de gobiernos y mandatarios que habían apoyado el régimen del apartheid. Mandela expresó su gratitud a los invitados extranjeros presentes en el auditorio procedentes de todos esos países repudiados y al movimiento antiapartheid a nivel internacional. «Hicieron posible que ganásemos. Nuestra victoria es su victoria».
Hacia el final de su discurso, Mandela dedicó unos minutos a reconocer los errores y triunfos de la lucha. Pese a los notables éxitos, también había sufrido reveses.
«No hemos sido infalibles —dijo, dejando al margen el texto—. Tuvimos dificultades en el pasado, como toda organización.
»Teníamos un líder elegido por unanimidad, pero fue arrestado junto con nosotros. Sin embargo, él era pudiente, teniendo en cuenta el contexto de aquellos tiempos, y nosotros muy pobres. Y las fuerzas de seguridad fueron en su busca con una copia de la Ley de Supresión del Comunismo a decirle: “Vaya, posees granjas. Aquí tienes una disposición según la cual, si se te declara culpable, perderás las propiedades. Tus colegas son gente humilde, no tienen nada que perder”. Entonces el líder optó por contratar a sus propios abogados y rehusó ser defendido junto con el resto de los acusados. Luego el abogado citó a su testigo y dijo al tribunal que existían numerosos documentos donde los acusados exigían la igualdad con los blancos. ¿Qué pensaba su testigo? ¿Cuál era su opinión al respecto?
»El líder —continuó Mandela, con una risita entre dientes al recordarlo—, dijo: “Jamás existirá tal cosa”. Y el abogado replicó: “Pero ¿usted y sus colegas presentes aceptan eso?”. Cuando el líder hizo amago de señalar a Walter Sisulu, el juez le amonestó y le dijo: “No, no; hable solo en su nombre”. Sin embargo, aquella experiencia de ser arrestado le superó. —Hizo una pausa para reflexionar—. Con todo, apreciamos el papel que desempeñó antes de que nos arrestaran. Le fue muy bien».
Sin pararse a explicar la ambigüedad de esta última observación, la cual suscitó una gran hilaridad ante la duda de si «le fue muy bien» expresaba el reconocimiento del servicio prestado por el líder a la organización o una pulla debido a su fortuna, Mandela zanjó su espontáneo comentario.
«Digo esto —concluyó con un destello de picardía en la mirada— porque, si algún día yo mismo me derrumbase y dijese que me había dejado engañar por estos jovenzuelos, simplemente recordad que en otra época fui colega vuestro».
Volviendo a los apuntes, declaró que había llegado la hora de entregar el bastón de mando. «Y —continuó— yo personalmente saboreo el momento en el que junto con mis compañeros veteranos aquí presentes pueda observar de cerca y juzgar de lejos. A medida que se acerque 1999, intentaré por todos los medios como presidente de la nación delegar cada vez más responsabilidades a fin de garantizar el buen curso de la transición a la nueva presidencia.
»Así, en mis últimos años tendré la oportunidad de malcriar a mis nietos y tratar de ayudar a todos los niños sudafricanos en distintos sentidos, especialmente a aquellos que han sido las desventuradas víctimas de un sistema que les ignoraba. También dispondré de más tiempo para continuar mis debates con Tyopho, es decir, Walter Sisulu; el tío Govan [Govan Mbeki] y otros, pues los 20 años de umrabulo [intenso debate político con fines pedagógicos] no fueron suficientes.
»Permitidme que os garantice […] que modestamente continuaré prestando mi servicio en pro del cambio, así como al CNA, el único movimiento capaz de propiciar ese cambio. Como militante de base del CNA supongo que también disfrutaré de muchos privilegios de los que me he visto privado durante años: mostrarme tan crítico como desee; hacer frente a cualquier signo de “autocracia por parte de Shell House”; y ejercer presión a favor de mis candidatos predilectos desde las bases a la cúpula.
»Ahora, en un tono más serio, deseo reiterar que seguiré siendo un miembro disciplinado del CNA y, en mis últimos meses en mi cargo de presidente, me regiré en todo momento por la política del CNA y buscaré mecanismos que os permitan darme un tirón de orejas por cualquier imprudencia […].
»Nuestra generación ha vivido un siglo caracterizado por el conflicto, el derramamiento de sangre, el odio y la intolerancia; un siglo donde se intentó sin éxito resolver del todo los problemas de desigualdad entre ricos y pobres, entre los países en vías de desarrollo y los desarrollados.
»Albergo la esperanza de que nuestros esfuerzos desde el CNA hayan contribuido y sigan contribuyendo a esta búsqueda de un orden mundial equitativo.
»El día de hoy señala la consecución de una vuelta más en esa carrera de relevos —que habrá de continuar durante muchas más décadas—, el momento en el que nos retiramos para que la generación de competentes abogados, informáticos, economistas, financieros, industriales, médicos, ingenieros y, sobre todo, todos los obreros y campesinos puedan conducir al CNA al nuevo milenio.
»Anhelo esa etapa en la que tendré la oportunidad de despertar al alba; de recorrer las colinas y valles de mi aldea natal, Qunu, en paz y tranquilidad. Y tengo la plena confianza de que así será porque, cuando lo haga y observe los rostros sonrientes de los niños que reflejan los rayos de sol en sus corazones, sabré, camarada Thabo y equipo, que vais por buen camino, que estáis triunfando.
»Sabré que el CNA está vivo […] ¡y que continúa al frente!».
Al unísono, los delegados e invitados extranjeros presentes en la conferencia se pusieron en pie y comenzaron a entonar, a aplaudir y a bambolearse con un popurrí de canciones hasta corear una que fue la despedida de un extraordinario hijo de la nación y al mismo tiempo el triste reconocimiento de que, pasase lo que pasase, Sudáfrica nunca volvería a ser la misma.
«Nelson Mandela —decía la canción—, no hay otro como él».
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Fragmento del libro “El color de la libertad. Los años presidenciales”, sello Aguilar, obra del escritor sudafricano Mandla Langa, basada en las memorias de Nelson Mandela.