No paran los homenajes en Chile: Víctor Jara, el cantor que no se calla

Mientras en Chile siguen los homenajes al cantautor torturado y asesinado por la dictadura hace 50 años, un melómano colombiano comparte este perfil sobre el valor de su vida y obra.

Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
21 de septiembre de 2023 - 03:00 p. m.
Miles de personas participaron esta semana del homenaje a Víctor Jara en Santiago (Chile). Durante el acto, conocido como "las mil guitarras", se rindió homenaje al cantautor que fue torturado y asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet.
Miles de personas participaron esta semana del homenaje a Víctor Jara en Santiago (Chile). Durante el acto, conocido como "las mil guitarras", se rindió homenaje al cantautor que fue torturado y asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet.
Foto: EFE - Javier Martín Rodríguez
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Nunca es tarde, me dice ella/ La paloma volará, volará, volará/ Como el yugo de apretado/ Tengo el puño esperanzado/ Porque todo cambiará

La mañana del 11 de septiembre de 1973, Víctor Jara, cantautor, dramaturgo, docente y poeta, también militante del Partido Comunista e integrante de la Unidad Popular, escuchaba con atención, desde su casa en Santiago, las noticias sobre el golpe de Estado que las Fuerzas Militares, apoyadas por la CIA, acababan de dar al gobierno de Salvador Allende, elegido tres años antes. Jara, junto con su familia, se mostraba angustiado, pues se había hecho realidad eso que algunos presagiaban, pero que pocos pensaban que realmente ocurriera: la deposición violenta de un gobierno democrático que buscaba llevar a cabo una transformación profunda de su país, Chile. (Recomendamos otro perfil de Petrit Baquero: 30 años sin Héctor Lavoe, el ídolo trágico).

Ese mismo día, en la mañana, Jara había sido convocado, junto con representantes de varios movimientos sociales y políticos, para presentarse en una jornada de apoyo al gobierno, pues el cantautor era un convencido de sus causas y objetivos. Por eso, quería entregar, a través de su arte, siempre combativo, militante y profundo, un fuerte respaldo que ya había manifestado en numerosas ocasiones en todo el territorio chileno. Sin embargo, ese encuentro no pudo darse, ya que los temores de algunos fueron corroborados cuando las Fuerzas Armadas de Chile —el Ejército, la Armada, el Cuerpo de Carabineros y la Fuerza Aérea—, al mando del general Augusto Pinochet, hasta ese momento comandante en jefe del Ejército de Chile, se tomó el poder de manera sangrienta al bombardear el Palacio de la Moneda. En medio de todo el caudal de información, muchas veces contradictorio, se supo de la muerte —al parecer por suicidio— del presidente Allende, mientras los militares entraban al edificio, lo que generó el desconcierto, la rabia y la angustia de quienes lo apoyaban.

Ante esto, Jara, como muchos más, consideró que debía actuar y entrar en comunicación con varios de los grupos y colectivos con los que tenía cercana relación y que, por supuesto, estaban en contra del golpe de Estado. Por esto, se despidió de su esposa y sus hijas, y, con su guitarra, se dirigió rápidamente a la sede de la Universidad Técnica del Estado, pues, una vez más, sentía que podía ser útil y que su voz fuerte, ya bien conocida, con mando y legitimidad, ayudaría a dar luces frente a la oscuridad que estaba rodeando todo. Ese día, más que nunca, Víctor Jara sintió que su voz era necesaria.

Sin embargo, poco pudo hacer, pues el 12 de septiembre fue detenido junto con un numeroso grupo de docentes y estudiantes que le acompañaban, además de decenas de personas que se habían arremolinado en diferentes lugares para protestar por el golpe o que eran considerados por los golpistas, por la razón que fuera, como peligrosos o subversivos. Bien pronto fue trasladado al estadio nacional de Chile, que había sido convertido en un campo de concentración. Muchos testimonios dan cuenta de lo que allí pasó, aunque parte de esa historia todavía no es del todo clara.

La vida encontré en tus ojos/ Fui como el viento y el mar/ Son mis únicos tesoros/ Que no me podrán quitar

Joan Turner nació en Londres en 1927, se formó como bailarina en la escuela de danza de Sigurd Leeder en Londres y se consolidó haciendo parte del Ballet Joos de Berlín con el que recorrió gran parte de Europa occidental, actuando también como mentora de algunas de las bailarinas más jóvenes. Su camino parecía claro, pero cambió súbitamente cuando conoció en 1952 al coreógrafo chileno Patricio Bunster, con quien se casó en 1953 y decidió trasladarse a Santiago de Chile en 1954, donde nacería su primera hija, Manuela. Ya en Chile, se integró el Ballet Nacional Chileno, primero como bailarina y luego como coreógrafa y maestra de danza y expresión corporal. También se fue involucrando con aquellos grupos artísticos, los cuales eran cada vez más numerosos, que veían al arte como un medio efectivo para despertar la conciencia crítica del pueblo y conseguir transformaciones que consideraban fundamentales para su país.

Todo se veía bien para Joan en su periplo latinoamericano, pero súbitamente le llegó una fuerte crisis personal luego de que su esposo le pidiera el divorcio, ya que se enamoró de una bailarina mucho más joven. Esto, según cuenta ella misma, le causó serios problemas de autoestima, los cuales enfrentó al continuar con su trabajo en el Ballet, dando también clases de expresión corporal, a las que muchos jóvenes entusiastas que consideraban al arte como medio y fin para muchas cosas, asistían.

Es en esas clases que conoció al joven, pero ya bastante conocido en diferentes círculos artísticos y políticos, Víctor Jara, quien, observando la tristeza que embargaba a Joan —Víctor era bastante perceptivo— empezó a llevarle flores y visitarla a su casa para conversar sobre muchos de los temas que estaban tan en boga por ese entonces y que dejaban ver a un notable creador y, sobre todo, alguien sensible y comprometido con las causas que se consideraban más nobles, siempre en un marco de solidaridad, conciencia social y propuestas políticas. Joan se vio sorprendida por el empeño de Víctor, quien la fue conquistando poco a poco, y si bien lo sentía como alguien muy diferente y “parte de una generación más joven”, mientras que ella se veía como “una vieja de 30 años, con un matrimonio fallido y una carrera a sus espaldas”, tuvo claro que tenían muchas cosas en común y que, sobre todo, disfrutaba de su compañía.

Por esto, a pesar de los temores, bien pronto empezó el romance y llegó el casamiento con Víctor, con quien Joan recorrió los campos, las fábricas, las calles y los campus universitarios de gran parte de Chile, haciéndola parte de su mundo, del cual afirma fue aceptada “con afecto”, pues “ya no me sentía aislada de la mayoría de personas que me rodeaban”. Tuvo con él a su hija Amanda y lo esperó con paciencia cuando este viajó a otros países, como Argentina, Paraguay, Holanda, Francia, Unión Soviética, Rumania, Checoslovaquia, Bulgaria y Polonia, donde tuvo notables experiencias que ayudaron a nutrir su comprometida, pero abierta y ecléctica visión del arte, al cual consideraba fundamental para motivar, inspirar y acompañar las luchas y esperanzas populares de todos aquellos que, como ellos, querían cambiar el mundo.

En ese contexto, tanto Joan como Víctor, vivieron exultantes el triunfo electoral de Salvador Allende, al que apoyaban con la ilusión de que, sin necesidad de apelar a las armas, los cambios estructurales de la sociedad, a través de una vía democrática al socialismo, pudieran ser posibles. Sin embargo, se dieron cuenta de que esto no sería tan sencillo, lo cual se corroboraría rápidamente.

Como lo ha podido recordar, Joan habló por última vez con Víctor a eso de las 4 de la tarde del 11 de septiembre, pues este la llamó a casa para avisarle que no podía regresar por cuenta del toque de queda que los militares habían impuesto. Como bien se sabe, la universidad fue allanada y controlada por los golpistas y Víctor, junto a muchos más, fue detenido el 12 de septiembre. En ese momento, no era muy claro para dónde se lo habían llevado ni qué había pasado con él, situación que tenía a Joan y al resto de sus seres queridos con tremenda angustia, ya que llegaban noticias de las violentas acciones cometidas por quienes habían usurpado el poder contra cualquiera que consideraran un enemigo. No obstante, Joan pensaba que alguien tan conocido como Víctor no iba a ser atacado, pues era un símbolo y alguien bastante querido entre la gente, sin embargo, cuenta que en la noche del domingo 16, cuando trataba de dormir infructuosamente, sintió una explosión en su cuerpo que le hizo pensar que Víctor “ya no estaba más”.

Y sí, esto lo corroboró el 17 de septiembre de 1973, cuando un hombre joven llamado Héctor Herrera se dirigió bien temprano a la casa de la familia Jara y tocó la puerta. Joan preguntó de quién se trataba y este se identificó como “un amigo”. Joan abrió sin ocultar su angustia, a lo cual el joven le dijo que era trabajador de la morgue municipal de Santiago y que necesitaba que lo acompañara porque el cuerpo de Víctor, su esposo, el grandioso cantautor y dramaturgo, estaba en la morgue y era urgente que ella fuera a reconocerlo para que no terminara en una fosa común. Joan, llena de tristeza, agarró sus cosas y partió para el lugar mientras el hombre le advertía que tratara de no mostrar emociones, pues eso, en esos álgidos momentos, “podría ser perjudicial para todos”. Joan, con la firmeza que siempre la caracterizó, llegó al gélido edificio y, cuando vio el cuerpo desnudo, destrozado y lleno de impactos de bala de su esposo, dijo: “Sí, es él”.

Te recuerdo Amanda/ La calle mojada/ Corriendo a la fábrica/ Donde trabajaba Manuel

Víctor Lidio Jara Martínez nació en Provincia de Ñuble, una de las divisiones administrativas de Chile de la época, el 28 de septiembre de 1932. Era hijo de Manuel Jara, quien trabajaba en labores del campo, y Amanda Martínez, quien se dedicaba a las labores domésticas, pero también cantaba en celebraciones y conmemoraciones de vecinos y familiares, pues sabía tocar la guitarra, contaba con una linda voz y conocía bastantes canciones del folklore chileno, con el que muchos se identificaban en esos territorios del centro del país. Siempre tuvo una relación complicada con su padre, quien, alcohólico y muchas veces ausente, maltrataba a su madre, a sus hermanos y, por supuesto, a él. Por el contrario, sentía profunda devoción por su madre, quien, un día, cansada de los maltratos y ante la angustia de proporcionarle a sus hijos mejores condiciones de vida, partió rumbo a Santiago donde trabajó en oficios varios para vivir en muchos de los lugares a donde iban llegando numerosas gentes venidas de varios lugares del país.

Tristemente, Amanda murió muy joven, cuando Víctor tenía apenas 14 años, lo cual fue un fuerte golpe para el cantautor en ciernes, aunque, tal vez, ese hecho le ayudó a consolidar un carácter fuerte y una mirada trascendental del mundo que se complementó con un afán y una voluntad permanente por estar en la acción permanente. De hecho, en su adolescencia, Víctor trabajó en varias actividades e incluso, por recomendación de un sacerdote, ingresó al seminario de la Congregación del Santísimo Redentor, tal vez buscando llenar el vacío que significó la pérdida de su madre, aunque solamente permanecería dos años. Después, prestó servicio militar durante un año, experiencia que le dejó gratos recuerdos.

Empero, Víctor era un artista, pues, desde muy joven, dejó ver su talento, primero como intérprete de la guitarra y cantor de temas del folklore chileno, muchos aprendidos de su madre. Así, formó parte del coro de la Universidad de Chile y del grupo Cuncumén, donde empezó a explorar su faceta de compositor de canciones que, si bien tenían, en sus sonoridades, dejos y formas de cantar, rasgos de las canciones folclóricas, se manifestaban de forma diferente por sus armonías, melodías y, sobre todo, temáticas. Es que, desde el principio, Jara se mostró ya como un cantautor urbano que, en los años sesenta del siglo XX, esa década llena de cambios en la que muchos creían posibles muchas de sus utopías, se encontró con notables creadores que, con la recopilación de textos y cantos, reivindicaba el arte tradicional campesino y, posteriormente, lo reinterpretaba en nuevos contextos, como las luchas sociales que se vivían en aquellos tiempos, para configurar la denominada “nueva canción chilena” de la que Violeta Parra fue, posiblemente, su más grande exponente y a quien Víctor conoció en 1957 convirtiéndose en uno de sus buenos amigos. Al lado de Víctor —tal vez un poco después—, surgieron otras agrupaciones, hoy en día legendarias, como Inti-Illimani, Quillapayún e Illapu, además de solistas como los propios hijos de Violeta, Ángel e Isabel; Patricio Manns, Margot Loyola y Osvaldo “Gitano” Rodríguez, entre otros.

Eran, de todas formas, los tiempos en que otros importantes cantautores e intérpretes de varios lugares del mundo emergían con fuerza en contextos en que la canción popular se veía como un camino fundamental para transmitir mensajes con mayor contundencia y conseguir transformaciones, como se decía en aquellos años, urgentes y necesarias. Por esto, Víctor Jara se relaciona con otros que lo referenciaron siempre, como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Chico Buarque, Caetano Veloso, Amparo Ochoa, Soledad Bravo, Alí Primera, Facundo Cabral, Joan Manuel Serrat e incluso Bob Dylan y Joan Baez, a los cuales escuchaba con atención y, sin duda, influyeron en algún momento en sus concepciones musicales.

Claro que Jara no fue solamente un prodigioso cantautor que expresó lo que muchos más querían decir de forma bella y poética, sino que exploró otras posibilidades artísticas, pues estudió teatro en la Universidad de Chile, y, con el tiempo, se consagró como un importante dramaturgo que recorrió a su país con la firme convicción de que el arte y los artistas debían comprometerse con las necesidades fundamentales de la sociedad. Era, según cuentan, un disciplinado director que no aceptaba llegadas tarde, pues tenía clara la importancia de respetar el tiempo de los demás.

Eso sí, es claro que su actividad artística no puede desligarse de su acción política, pues desde sus primeros años se involucró también con los partidos y movimientos sociales y políticos que cuestionaban al orden establecido y sus factores de poder, formando parte del Partido Comunista Chileno y, posteriormente, apoyando con entusiasmo a la Unidad Popular, el movimiento político creado en 1969 que aglutinó diferentes grupos en pos de la candidatura presidencial de Salvador Allende para hacer realidad un “socialismo a la chilena”. Era, claramente, un representante visible y combativo de la izquierda política, por lo que fue importantísimo para transmitir muchas de las propuestas de Allende de quien se convirtió en uno de sus más poderosos portavoces, además proclamando que “no hay revolución sin canciones”.

Luego del triunfo de Allende, Jara fue nombrado embajador cultural de Chile, lo cual le permitió recorrer todo su país, viajar a Cuba, Argentina, Uruguay y Paraguay, y desplazarse a Noruega para manifestarse, como representante de la “nueva canción chilena”, contra la guerra de Vietnam. Esto hizo que la figura, las obras y los mensajes de Víctor Jara en sus obras teatrales y recitales, a pesar de la belleza y los sentimientos fraternos que despertaban, fueran también mítines políticos en los que se lanzaban consignas en pos de cambios profundos, no solo en Chile sino en América Latina y el resto del mundo. Y eso, seguramente, fue considerado molesto por algunos que consideraron que había que exterminar al artista y líder político, pues su voz, su potente voz, podía hacerse aún más fuerte y constituía, sin duda, un gran peligro para la estabilidad de los usurpadores.

Vientos del pueblo me llaman,/ vientos del pueblo me llevan,/ me esparcen el corazón/ y me avientan la garganta./ Así cantará el poeta/ mientras el alma me suene/ por los caminos del pueblo/ desde ahora y para siempre

La llegada de Salvador Allende a la Presidencia de Chile no fue gratuita ni provino de la nada, sino que respondió a un clima de cambio generalizado que había en muchos lugares del mundo, de los que América Latina no era la excepción. Eran los tiempos en que se hablaba de “causas objetivas” para la rebelión, pues miles de personas, al vivir en complicadas condiciones de vida, partían de los campos y las minas para llegar a las grandes ciudades chilenas ubicándose en cinturones de miseria, con la incapacidad —o desinterés— de los gobiernos de cubrir sus necesidades. Con esto, antiguos campesinos se convirtieron, en el mejor de los casos, en trabajadores urbanos —obreros— de las incipientes fábricas, mientras que la gran mayoría se rebuscaba de diferentes maneras, ya que la informalidad campeaba.

Pero también se hablaba en esos años de “causas subjetivas”, pues los ecos del triunfo resonante de la Revolución Cubana en 1959 estaban vivos y el apoyo de numerosos intelectuales, artistas y activistas, le daban a ese proceso, en ese entonces, gran legitimidad, despertando la curiosidad de miles de jóvenes que empezaron a creer que era posible cambiar el mundo, y en poco tiempo. Eran los años en que los procesos de descolonización en África y Asia estaban en boga con numerosos líderes nacionalistas, muchos de ellos bastante llamativos, que, en pleno contexto de la “Guerra Fría”, dejaban en evidencia que había muchas más realidades y posibilidades que las que marcaba un mundo bipolar. No obstante, el imperialismo campeaba y en aquellos lugares que habían sido tradicionalmente de la órbita de Estados Unidos muchos en las viejas y nuevas colonias veían con simpatía al orden que se había montado tras la “cortina de hierro” (o eso nos cuentan algunos). Esta situación fue aprovechada por partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales de distintas tendencias quienes intentaron generar conciencia en la población y propiciar transformaciones que no excluían algunas veces, en sus métodos y objetivos, la lucha armada, tal y como ocurría en gran parte de América Latina donde numerosos movimientos guerrilleros, de distinto origen, emergieron.

Es en ese proceso que Salvador Allende Gossens, un médico cirujano integrante de las familias aristocráticas que desde el siglo XVII se habían afincado en Chile, comenzó a destacarse como líder político, ocupando plazas de diputado, ministro de salubridad y senador, siempre como activo militante de los movimientos políticos de izquierda, los cuales iban fortaleciéndose en un contexto en el que se veía con profunda desconfianza el papel de Estados Unidos, que respaldaba dictaduras y acallaba cualquier tipo de independencia política, como ocurrió en Guatemala en 1954, Panamá en 1964 y República Dominicana en 1965. En ese contexto, Allende, un demócrata consumado, encabezó una serie de movimientos que propiciaron varias campañas a la presidencia en 1952, 1958 y 1964. Pero fue en 1970, con el concurso de distintas alas de la izquierda chilena, algunas más radicales que otras, que se dio origen a la denominada Unidad Popular (de la que hacían parte los partidos Socialista, Comunista, Radical, Social Demócrata, MAPU y API) consiguiendo ser elegido Presidente de la República con el 36,6 % de los votos, en una contienda en la que derrotó a Jorge Alessandri y Radomiro Tomic, candidatos del Partido Nacional y la Democracia Cristiana, respectivamente. Esto representó un hito en el mundo, ya que se trataba de la llegada, por vía electoral, de un gobierno de corte socialista en el considerado “patio trasero” de Estados Unidos, en ese entonces bajo el mando de Richard Nixon y su halcón Henry Kissinger, quienes vieron en Allende una molestia para sus intereses tan mentados en la denominada “doctrina Monroe”.

Dicha situación fue determinante para el desarrollo del gobierno de Allende, pues si bien recibió en un principio aplausos cuando nacionalizó el cobre, primera fuente de ingresos de Chile, vio que su camino no sería de rosas y sí de muchas espinas, ya que, además de las resistencias por parte de los factores de poder establecidos, como las élites que veían con profunda desconfianza —obviamente— la llegada de un gobierno socialista, se sumó el temor de un gran porcentaje de la clase media que, como ha pasado en otras partes, le asustaba perder las (a veces pocas) cosas que tenían, al tiempo que un importante sector de las clases populares que no estaba necesariamente alineado ideológicamente con el gobierno, también expresaba su desconfianza frente a los cambios que se avecinaban.

Esto dejó en evidencia que el gobierno de Allende era mucho más débil de lo que creía inicialmente, pues fue incapaz de negociar y generar consensos frente a varias de las reformas que quería sacar adelante y que consideraba fundamentales para implementar el programa por el cual fue elegido; total, como vimos —y hemos visto en otros lugares—, no era fácil lograrlo.

A la vez, y eso es fundamental, el papel de Estados Unidos, sobre todo por medio de la CIA, para desestabilizar al gobierno de Allende fue continuo, pues instigó campañas conspirativas, apoyó protestas y huelgas, fomentó bloqueos, espió a líderes del gobierno y varios activistas que lo apoyaban, y apoyó al grupo de militares que quería dar un golpe de Estado, incluso pasando por encima del general Carlos Prats, quien había reemplazado al general René Schneider, jefe del Ejército chileno asesinado en 1970 por un grupo de ultraderecha, lo cual se consideró tiempo después como el primer intento de golpe de Estado contra el gobierno de Allende, incluso antes de que se posesionara. Vale decir que Prats fue reemplazado por el general Augusto Pinochet, quien fue recomendado por el propio Prats, pues lo veía como civilista y defensor de las instituciones del Estado (es que la vida te da sorpresas).

Así que tres años después de la elección, había en Chile un escenario de crisis institucional, político y social contextualizado en una altísima inflación de más de más del 600 % , el desabastecimiento de productos de primera necesidad en los comercios y mercados (muchos deliberados por sectores opositores, valga la pena recordar), numerosos choques internos, la presión permanente por parte de los factores de poder tradicionales, que empezaron a salir a la calle con cacerolas a protestar, algunos hechos violentos y los saboteos de Estados Unidos que instigaban levantamientos, paros y, como se vio después, el empoderamiento de militares golpistas. Esto hacía que hubiera un ambiente de tensión permanente y que, incluso, se hablara de una guerra civil en la que las fuerzas armadas jugarían un papel fundamental.

Tal vez, el gobierno de Allende creyó que sacar adelante muchas de esas reformas que consideraba estructurales sería mucho más sencillo, pero olvidó que había muchos intereses en juego y que aquellos que tenían miedo a los cambios o claramente se sentían perjudicados por estos, se opondrían con creces. A la vez, Allende se encontró con que sectores de la coalición que lo llevó a la presidencia no estaban alineados con sus mismas visiones, pues había quienes esperaban acciones radicales que, incluso, se saltaran los canales democráticos que Allende había jurado respetar.

En contraposición, numerosas personas expresaban, sobre todo desde los movimientos políticos de izquierda y un importante sector del estudiantado, su apoyo al gobierno, a la vez que varios artistas con voces reconocidas, como Víctor Jara, acompañaban los mítines gubernamentales, respaldando férreamente al gobierno y denunciando las campañas de desestabilización externas e internas que lo aquejaban.

Sin embargo, este apoyo fue inocuo, pues el 11 de septiembre de 1973, un grupo de militares encabezados por Augusto Pinochet bombardeó el Palacio de la Moneda, capturó a quienes consideraba peligrosos, subversivos o antisociales, y propició la muerte de Salvador Allende quien, al parecer, se pegó un tiro en la sien muriendo al instante, llegando a su fin la esperanza, en aquellos tiempos para muchos, de hacer realidad la utopía socialista por vías electorales.

Es el canto universal/ Cadena que hará triunfar/ El derecho de vivir en paz/ El derecho de vivir en paz

El estadio nacional de Santiago de Chile se convirtió en un campo de concentración y un centro de torturas. Allí, fueron recluidas cientos de personas que, por cualquier razón, representaban para el nuevo régimen factores de perturbación que convenía acallar por completo. Y eso pasó prácticamente desde el día en que los militares golpistas se montaron en el poder, pues empezaron a hacer redadas, capturas y constantes hostigamientos, lo cual hizo que estudiantes, sindicalistas, políticos, activistas, intelectuales o personas del común que podrían tener un aspecto “subversivo” (con todo y lo que eso quiera decir) fueran detenidas y muchas de ellas, llevadas a la fuerza al estadio.

Víctor Jara, quien era uno de los detenidos más conocidos, si no el más, fue recibido por un oficial que, una vez se dio cuenta de quien se trataba, dijo: “A ese hijo´e puta me lo traen para acá, y no me lo traten como señorita, carajo”. Apenas lo tuvo enfrente, el oficial le pegó un culatazo de su arma en el estómago y le dijo, como bien relata el periodista Freddy Stock: “¿Así que tú eres Víctor Jara, el cantor de puras mierdas? Yo te voy a enseñar a cantar canciones chilenas, no comunistas, hijo´e puta”, terminando su insidiosa frase con varios golpes en la cabeza que lo llenaron de sangre, mientras otros militares le apuntaban. Luego, lo golpeó en las manos y terminó diciéndole: “A ver si ahora vas a poder cantar, hijo´e puta”.

Cuentan los sobrevivientes que Víctor fue objeto de numerosas torturas durante cuatro días y que sus expresivas manos, con las que tocaba su guitarra, fueron destrozadas por lo que le dijo desconsolado a Osiel Núñez, uno de sus compañeros de infortunios, “mira mis manos, no podré volver a cantar”. Y Víctor, quien había sido siempre un soñador y un optimista, sabía que estaba en una situación límite y que alguien como él, que era un poderoso líder social, político y cultural, les causaba terror a esos bárbaros que se habían hecho con el poder. Por eso, cuando se rumoreó que dos detenidos iban a salir en libertad, le pidió a Boris Navia, otro de sus compañeros de detención, una hoja y un lápiz en la que pudiera escribir. Varios pensaron, mientras vigilaban que no se acercara algún militar, que Jara estaba escribiendo una carta a su esposa, como lo habrían hecho ellos, pues lo veían, a pesar de sus manos fracturadas, escribiendo compulsivamente, como si supiera que ya no le quedaba mucho tiempo. Y es que era así, porque inmediatamente un grupo de los captores se acercó para llevarse a Víctor a quien volvieron a golpear reiteradamente para después trasladarlo a otro lugar en compañía de Littré Quiroga, director nacional de prisiones durante el gobierno de Allende. Esa fue la última vez en que sus compañeros de detención vieron con vida a Víctor Jara.

Vale decir que, antes de ser llevado por sus captores, Jara alcanzó a tirarle el papel a Navia, quien lo guardó en su chaqueta sin que sus verdugos se dieran cuenta. Navia y sus compañeros tuvieron bien pronto claro que se trataba de un poema que, inmediatamente, acordaron proteger como se pudiera, por lo que lo copiaron y entregaron a un compañero médico que saldría para cruzar la frontera y llegar a Argentina. El papel original fue descubierto y destruido por sus captores, pero la copia que se fue con el médico, afortunadamente, sobrevivió.

El cuerpo de Víctor Jara fue encontrado, junto con el de Littré Quiroga, en la comuna de Lo Espejo, cerca del cementerio metropolitano, a orillas de la carretera 5 sur, con numerosos impactos de bala (según se supo después, fueron 44, mientras que Quiroga recibió 23). A pesar de que su cadáver presentaba las marcas de las numerosas torturas que recibió, la gente supo inmediatamente que se trataba de él, del poeta popular, del artista comprometido, de aquel que reconocía las voces tantas veces silenciadas, de ese que saludaba las revoluciones del mundo y que podía hacer canciones de amor a su pareja, pero también a su tierra, a su gente, a sus tradiciones y, por supuesto, a las utopías que le hacían caminar y creía poder hacer realidad, como se puede ver en su último poema, titulado “Estadio Chile”, también conocido como “Somos 5.000″:

Somos cinco mil aquí/ En esta pequeña parte la ciudad/ Somos cinco mil/ ¿Cuántos somos en total/ En las ciudades y en todo el país?

Hace 50 años, el 16 de septiembre de 1973, fue asesinado Víctor Jara, luego del golpe de Estado cometido por las Fuerzas Militares chilenas y con el apoyo directo de Estados Unidos, a un gobierno elegido democráticamente. La dictadura de Pinochet, que duró 17 años, dejó un saldo de 40.000 víctimas directas entre las que se cuentan 2.125 asesinados, 1.102 desaparecidos y 28.459 casos de tortura, además de más de 200.000 exiliados.

Una de esas víctimas es Víctor Jara, quien, con su voz, creatividad y compromiso, transmitió los sueños, las esperanzas, las utopías, los caminos de tantas personas y aún hoy lo sigue haciendo, como bien lo proclama su obra póstuma titulada “Manifiesto”, que dice:

Yo no canto por cantar/ ni por tener buena voz,/ canto porque la guitarra/ tiene sentido y razón

En julio de 2018, siete militares (Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana, Hernán Chacón Soto y Rolando Melo Silva) fueron condenados a penas entre 8 y 25 años de prisión por el asesinato de Víctor Jara. A su vez, Pedro Pablo Barrientos, quien, según varios testimonios, disparó varios de los 44 tiros que tenía el cuerpo de Jara, ha sido pedido en extradición, pero desde 1990 vive en Estados Unidos y no ha podido ser detenido.

Por su parte, Augusto Pinochet, quien entregó el poder en 1990, luego de perder un plebiscito por su permanencia, fue detenido en Londres por agentes de Scotland Yard el 16 de octubre de 1998 por orden de Baltazar Garzón, juez de la Audiencia Nacional de España, al ser acusado de genocidio, terrorismo internacional, torturas y desaparición. Pinochet, luego de largos procesos judiciales y numerosas presiones políticas, se trasladó a Chile donde, inmerso en numerosas querellas, fue detenido bajo la modalidad de arresto domiciliario, muriendo a los 91 años el 10 de diciembre de 2010. Vale decir que hoy en día, con el reencauche de las ideas de extrema derecha que algunos airean por varios lugares, hay un importante porcentaje de personas que en Chile y otros lugares defiende el gobierno de Pinochet, a quien señalan de haber salvado a su país del “comunismo”, aunque, al parecer, sin importarles el número de víctimas que ese régimen despótico causó y cuyas acciones violentas hoy intentan minimizar.

Joan Jara, quien partió al exilio en Gran Bretaña junto con sus dos hijas, regresó a Chile a mediados de los años ochenta, poco tiempo antes del final del régimen de Pinochet. Allí fundó, en compañía de su primer esposo Patricio Bunster, el Centro de Danza Espiral y posteriormente la Fundación Víctor Jara, con el fin de promover, difundir y compartir el legado del artista. En 2009, la presidenta de la República Michelle Bachelet le hizo entrega oficial de la nacionalidad chilena.

En 2003, el estadio de Chile, donde Víctor Jara fue torturado y asesinado, fue rebautizado como “Estadio Víctor Jara”.

Levántate y mírate las manos/ Para crecer, estréchala a tu hermano/ Juntos iremos unidos en la sangre/ Hoy es el tiempo que puede ser mañana

Víctor Jara, al ver las heridas causadas por sus verdugos, creyó que nunca más volvería a cantar, pero afortunadamente estaba equivocado, porque 50 años después de su vil asesinato, es decir, de su muerte física, está cantando más fuerte que nunca, lo cual deja ver —y escuchar— que el cantor no se calló.

Además, muchos, como yo, esperamos ayudarle a cantar por todas esas causas nobles que siempre persiguió, pues su canto en pos de dar voz a tantos que no eran escuchados, su compromiso con que los cambios se tienen que hacer realidad para que podamos vivir mejor, su sentimiento de que la solidaridad es un imperativo humano, su creencia en reconocer la importancia de las tradiciones populares, su mentalidad siempre abierta y ecléctica para conocer nuevas voces y expresiones, y su convicción de que tenemos el derecho de vivir en paz, siguen presentes y regándose por todos estos pueblos y esas gentes que ayer, hoy y, seguramente mañana, necesitan —necesitamos— de voces como la de Víctor Jara, quien, así algunos pretendan volverlo a callar, seguirá cantando más fuerte que nunca y eso nunca lo vamos a olvidar. ¡Palabra que sí!

* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017) y Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014).

Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

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Sergio(57713)21 de septiembre de 2023 - 08:11 p. m.
Excelente nota periodística. Gracias por un relato que a pesar de las atrocidades que cuenta, esta lleno de amor y esperanza.
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