Papa Francisco: “Estamos en un proceso de discernimiento que finalizará en 2024″
Entrevista al sumo pontífice sobre el futuro de la Iglesia católica, incluida en la nueva edición del libro “El pastor”. En Colombia bajo el sello Ediciones B.
Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin * / Especial para El Espectador
Aparece la disputa entre conservadores y progresistas que se manifestó con fuerza durante el Concilio Vaticano II, precisamente porque procuró “poner al día” a la Iglesia, y en los años inmediatamente posteriores. ¿Aún no se terminaron de asimilar sus enseñanzas?
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Aparece la disputa entre conservadores y progresistas que se manifestó con fuerza durante el Concilio Vaticano II, precisamente porque procuró “poner al día” a la Iglesia, y en los años inmediatamente posteriores. ¿Aún no se terminaron de asimilar sus enseñanzas?
Lo primero que quiero decir es que al cumplirse 60 años del concilio (en 2022) afirmé que ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo o el involucionismo que añora un mundo pasado, son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianianos que anteponen los propios gustos y planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo y fiel que Jesús le pidió a Pedro. ¿Me amas tú? En ese momento llamé a redescubrir el concilio para volver a dar la primicia a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por el Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora. Además, le pedí a Dios que nos libre de la autoexclusión de la unidad, del engaño diabólico de las polarizaciones, de los “ismos”. Ahora bien, las tensiones entre los que resisten los cambios y los que van más allá de los postulados son comprensibles: los estudiosos de la historia de la Iglesia dicen que un concilio necesita 100 años para asentarse y plasmarse. Estamos en la mitad.
En los últimos años usted dispuso un vasto proceso de consulta al clero y a los fieles en todo el mundo para auscultar su pensamiento sobre la Iglesia y sus desafíos actuales con vistas a mejorar la acción religiosa. ¿No teme atizar las diferencias?
En 2021 iniciamos el llamado Camino Sinodal, un proceso de escucha y discernimiento que finalizará en 2024. Los sínodos eran espacios de deliberación en los primeros siglos del cristianismo. Etimológicamente, la palabra “sínodo” significa “caminar juntos”. Esto implica oír diversos pareceres. Y, por cierto, la pluralidad enriquece. Más aún: debemos superar la tentación de la uniformidad. Pero la pluralidad entre los miembros del cuerpo solo tiene sentido desde la unidad en Cristo cabeza. Desde esa unidad en la pluralidad, con la fuerza del Espíritu, la Iglesia está llamada a abrir caminos y, también, a ponerse ella misma en camino. En definitiva, “hacer sínodo” es caminar juntos en la misma dirección. Obviamente, esto implica diálogo en todos los estamentos de la Iglesia, pero sin caer en una actitud solo deliberativa porque entonces ya no es un proceso sinodal, sino que se convierte en una agenda de opiniones como si fuese un partido político. Esto es otra cosa. Es decir lo que uno piensa y dejar que el Espíritu Santo lo armonice. Porque el Espíritu Santo, precisamente, es el que acompaña y guía el sínodo.
Usted, además, junto a un grupo de cardenales, dedicó nueve de los 10 años a una reforma de la curia romana que entró en vigor al promediar 2022. ¿Cuál fue el objetivo? ¿Que la Iglesia sea menos centralista?
Esto surgió de los debates entre los cardenales previos a mi elección. Allí se manifestó la necesidad de que los organismos de la curia estén organizados de una manera que promueva más la tarea evangelizadora de la Iglesia que, como dije, hace a su esencia. De hecho, el nombre de la constitución apostólica donde se la describe se llama Praedicate Evangelium. Esto implicó un rediseño de esos organismos, pero como parte de un esquema dinámico, de una Iglesia en camino en el que la curia romana no se interpone entre el papa y los obispos, sino que se pone al servicio de ambos en las formas propias de la naturaleza de cada uno. No me gusta la palabra “centralista”. Diría que se busca una Iglesia más sinodal. También otorga más participación a los laicos en funciones de gobierno y de responsabilidad. Cualquier fiel puede presidir un dicasterio (ministerio) o un órgano curial. En definitiva, avanzamos hacia una estructura más misionera.
En el marco de esa reforma usted emitió un decreto que modifica la relación del Opus Dei con el Vaticano, que desde 1982 era una “prelatura personal” que dependía directamente del papa y ahora ya no. Además, dispuso que su superior no sea un obispo como venía siéndolo. Hay quienes dicen que “La obra” fue degradada…
No estoy de acuerdo. Es una interpretación típicamente mundana, ajena a la dimensión religiosa. Por lo pronto, el Opus Dei -que sigue siendo una prelatura- no es el único alcanzado por una reorganización durante mi pontificado. Pienso, por ejemplo, en comunión y liberación, la Comunidad de San Egidio y el Movimiento de los Focolares. El Opus Dei reportaba a la Congregación para los Obispos, pero ahora lo hará a la Congregación para el Clero, como corresponde a las prelaturas personales. Ello conlleva que el informe de su quehacer ya no será quinquenal, sino anual. En cuanto a que quien esté al frente no será más promovido al episcopado, la decisión -como dice claramente el decreto- tiene el propósito de reforzar una forma de gobierno fundada no tanto en la autoridad jerárquica, sino sobre todo en el carisma que, en el caso del Opus Dei, implica buscar la santificación a través del trabajo y de los compromisos familiares y sociales.
Hay vaticanistas que afirman que reformar la curia romana más allá de las estructuras, en cuanto a modificar hábitos que alejan de una actitud de apertura y servicio, es imposible…
Es difícil, pero no imposible. ¡Cuánto hablé en estos años de la necesidad de que seamos pastores y no funcionarios clérigos de despacho! No obstante, es una tarea de todos los católicos hacer que la Iglesia sea cada vez más un lugar de solidaridad, de fraternidad y de acogida. Me da miedo cuando veo comunidades cristianas que dividen el mundo en buenos y malos, en santos y pecadores. De esa manera terminamos sintiéndonos mejores que los demás y dejamos fuera a muchos que Dios quiere abrazar. Hay que incluir siempre. ¡Cuánto hablé también de la Iglesia hospital de campaña después de la batalla! ¡De una Iglesia samaritana! Diría más: no debemos ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, sino más bien una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente.
Precisamente usted desde el comienzo de su pontificado, o incluso antes, viene insistiendo en la necesidad de que la Iglesia como clero y laicos vaya a las periferias geográficas y existenciales…
En los debates de los cardenales previos a la elección papal afirmé que “la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las existenciales: las del misterio del pecado, del dolor, las de la injusticia, de la ignorancia y de la prescindencia religiosa, las de toda miseria”. No es este anhelo producto de una elaboración intelectual, sino práctica. Porque como obispo en Buenos Aires viví mucho la importancia de salir para ir al encuentro del otro, a las periferias, que son sitios, pero son sobre todo personas en situaciones de vida especial. Y la cercanía es fundamental. La Iglesia es madre, y no conozco ninguna mamá “por correspondencia”. La mamá da afecto, toca, besa, ama.Cuando la Iglesia no está cerca de sus hijos por estar ocupada en miles de cosas o se comunica con ellos mediante documentos es como si una madre se comunicara con sus hijos por carta.
A diferencia de Europa y América, la Iglesia se expande sobre todo en África, pero también en países de Asia. Corea del Sur vivió en los últimos años un boom de vocaciones sacerdotales. En una misa que celebró en 2015 en Manila, Filipinas, se congregaron más de seis millones de personas, una concurrencia superior a la que tuvo la que ofició allí Juan Pablo II…
Me sentí anonadado ante esa multitud. Era el pueblo de Dios y el Señor estaba allí. Un pueblo entusiasta y alegre de verdad. Pero también sentí que Dios me decía a mí y a todos los pastores presentes que no debíamos perder de vista que somos servidores de todas estas personas, que los protagonistas son ellos. En cuanto a la expansión, siempre les pido a los misioneros que, si en algún momento alguno de ellos se da cuenta de que está haciendo proselitismo, por favor que se detengan. El anuncio es otra cosa. El apóstol es testigo. Esto vale siempre y en todas partes en la Iglesia, pero vale especialmente para quien está llamado a menudo a vivir la misión en contextos de primera evangelización o de prevalente religión islámica. No me canso de repetirlo: no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro personal con Cristo, con su amor y con su misericordia.
Si hablamos de Oriente tenemos que hablar de China. Las relaciones con el Vaticano se interrumpieron hace más de 70 años con la irrupción del comunismo, los clérigos fueron expulsados o encarcelados y desde entonces la libertad religiosa está muy restringida. Los 12 millones de católicos chinos se dividen entre la llamada “Iglesia clandestina”, fiel a Roma, y la denominada “Iglesia patriótica”, que responde al régimen. Logró un acuerdo que parecía poco menos que imposible…
Ante todo, quiero destacar la importancia de la carta de Benedicto XVI a los obispos y fieles católicos chinos, en 2007. En sus más de 50 páginas expone la situación de la Iglesia en ese país y posibles caminos hacia la normalización de su presencia. En ese marco aborda la cuestión de los obispos ordenados sin mandato pontificio. En 2018 suscribimos un acuerdo provisional por dos años, prorrogado en 2022 por otros dos, por el cual todos los obispos están en plena comunión con el sucesor de Pedro y a la vez no hay más ordenaciones episcopales ilegítimas. Las primeras seis ordenaciones episcopales que se hicieron conforme al procedimiento establecido en el acuerdo dejan al papa la última y decisiva palabra. Además, los primeros seis obispos “clandestinos” también obtuvieron el registro y, por lo tanto, se oficializó su posición, siendo reconocidos como obispos por las instituciones públicas chinas.
Sin embargo, el acuerdo suscitó críticas dentro de la propia Iglesia, porque mientras el Vaticano mostró buena disposición, el gobierno chino sigue restringiendo el accionar de la Iglesia y hasta continúa persiguiendo a católicos…
No desconozco los problemas y los padecimientos. Ahora bien, ante una situación cerrada hay que buscar lo posible, no lo ideal. La diplomacia es el arte de lo posible y de hacer que lo posible se convierta en real. Por eso apostamos a los pequeños pasos, a abrazar lo que el cardenal Agostino Casaroli, artífice de la ostpolitik del Vaticano hacia los países de la Europa del Este bajo el imperio soviético, llamaba el “martirio de la paciencia”. Muchos criticaron no solo a Casaroli, sino también a Juan XXIII y Pablo VI, pero la diplomacia es así. Además, la Santa Sede siempre contó con grandes diplomáticos y este acuerdo lo está llevando adelante nuestro secretario de Estado, el cardenal Parolin, que es un diplomático de alto nivel. Es cierto que la implementación del acuerdo va despacio, diría que a la manera china, porque tienen un particular sentido del tiempo.
Cuando viajó en 2014 a Corea se convirtió en el primer pontífice que sobrevoló el espacio aéreo chino. Siendo un papa que proviene de una orden religiosa como los jesuitas que tanto se esforzó por la presencia de la Iglesia en China, ¿qué sintió?
Cuando íbamos a entrar en el espacio aéreo chino estaba en la cabina con los pilotos y uno de ellos me señaló un control del tablero que indicaba que estábamos a 10 minutos de hacerlo y que debíamos pedir autorización como corresponde con cada país. Escuché cómo pedían la autorización y cómo les respondían. Inmediatamente transmitieron el telegrama de salutación que siempre se envía en los vuelos papales al sobrevolar un país. Luego me despedí de los pilotos, volví a mi asiento y recé un buen rato por el grande y noble pueblo chino… Pensé en los grandes sabios chicos, en su historia de sabiduría. También pensé en la parte de nuestra historia que tenemos allí los jesuitas, especialmente con el padre Matteo Ricci, que fundó las primeras comunidades católicas y se ganó la admiración del emperador por sus conocimientos científicos.
Calificados analistas dicen que la resistencia del régimen a las religiones en general y a la católica en particular tiene que ver con un temor a que introduzcan una cultura occidental que a la larga amenace su continuidad…
Vuelvo a la carta de Benedicto XVI: “La Iglesia católica que está en China no tiene la misión de cambiar la estructura o la administración del Estado, sino la de anunciar a los hombres a Cristo. La Iglesia no puede ni debe ponerse en el lugar del Estado”. Respetamos al pueblo chino. La Iglesia lo único que quiere es libertad para cumplir con esa misión. No pedimos más que eso.
¿Está dispuesto a ir a China?
¡Mañana mismo si fuera posible!
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.