¿Qué está pasando en Afganistán?
En este newsletter de El Espectador explicamos, apelando a la historia, lo que está sucediendo en el país en el que los talibanes ya tienen el poder.
Edwin Bohórquez Aya
Como si fuera una escena de película este fin de semana empezó a rodar un video en donde se veían a docenas de personas tratando de subir a un avión en marcha huyendo de su propio país. En otros tantos veíamos a hombres armados con fusiles de largo alcance y armamento de guerra caminando por entre la gente como uno más. En medio de las calles de una ciudad. Escuchamos a todo tipo de analistas internacionales hablando del regreso del horror. Vimos una foto con hombres vestidos con ropas largas, barba espesa, armas, muchas armas, posando para la imagen y encajados por un titular que decía: Kabul ya está en poder de los talibanes. Se habla de la anulación del ser humano, de las niñas y mujeres en medio de un extremismo donde derechos tan básicos como la educación están en entredicho. Hay temor. Hay miedo, angustia. Por eso este boletín de El Espectador le explica está dedicado a detallar, de la mano de los textos y videos que hemos hecho en esta casa editorial y liderados por la sección Internacional, qué es lo que está pasando en Afganistán y por qué muchos dicen que ‘Occidente’ fracasó, empezando por la salida del presidente de ese país que más que una derrota podría ser interpretada por muchos como la estrategia para evitar una nueva escalada de violencia donde muchos inocentes perderían la vida si ese líder político se quedaba. Como siempre lo hacemos, les recomendamos entrar a cada uno de los links que dejaremos a lo largo de este resumen para poder entender mejor, pero sobre todo, ahondar en el contexto y llegar al fondo de la realidad de un país que hoy es observado por los ojos de todo el mundo, muchos con lágrimas a punto de caer. Comencemos.
El 11 de septiembre de 2001 vimos el ataque contra las Torres gemelas en Nueva York. Estados Unidos acusó a Al Qaeda, un grupo extremista, de ser el autor intelectual y material de los hechos. “El entonces presidente George W. Bush le exigió a Afganistán, que era gobernado por los talibanes, entregar a su socio Osama Bin Laden, líder y responsable de los ataques, pero no lo hicieron”. Entonces Washington atacó Afganistán y se desató una guerra que suma más de 40.000 víctimas. Un conflicto también costoso: a corte de 2019 Estados Unidos había gastado US $800.000 millones en esa confrontación. Con la invasión de Estados Unidos también se impusieron nuevos modelos de liderazgo basados en la democracia y la libertad. Pero siempre fue un país inestable: un gobierno afgano que comulgaba con la directriz de Estados Unidos, unas tropas invasoras que fueron sostenidas por varios presidentes estadounidenses y unos jugadores locales que nunca aceptaron la invasión y mantuvieron viva la llama de la violencia.
Justo el 2 de septiembre de 2019 sonaban vientos de paz. Ese día reportamos cómo las conversaciones entre el gobierno de Donald Trump y los talibanes eran más fuertes y cercanas, tanto que el representante especial estadounidense para los esfuerzos de paz, Zalmay Khalilzad, presentaba en Kabul una copia del borrador del acuerdo que había entregado a los líderes talibanes para que lo sometieran a consultas. Pero había que dejar un detalle no menor sobre la mesa: el gobierno afgano no tenía detalles de lo que se estaba negociando entre Estados Unidos y los talibanes, y estos últimos tenían al gobierno lejos de dichas conversaciones porque los consideraban “títeres de Washington”.
¿Dónde queda Afganistán?
El sábado 29 de febrero de 2020, mientras el mundo padecía ya las consecuencias de la pandemia, Estados Unidos y los talibanes firmaron el que se consideraba un acuerdo histórico que permitía, en una nación bañada por la sangre, empezar a soñar con la paz. ¿Qué estaba dando cada parte? Estados Unidos se comprometía a comenzar el retiro de sus tropas. Los talibanes, insurgentes con un prontuario de violencia sangriento, a frenar en seco la ola de violencia, los ataques. Los siete días previos a la firma fueron la prueba más cercana de que podían cumplir. También se comprometían a ‘cortar los lazos con (el grupo yihadista) Al Qaeda’ (la razón de fondo por la que Estados Unidos invadió ese país).
El tiempo estimado, de acuerdo con el documento firmado por Estados Unidos, decía que las tropas extranjeras saldrían de Afganistán en 14 meses. También se contemplaban negociaciones posteriores entre talibanes y gobierno afgano, la oposición y la sociedad civil. Los talibanes, como ha sucedido en las guerras de guerrillas en otros países, son muy fuertes en las regiones apartadas, en zonas rurales, mientras que las ciudades estaban bajo control del gobierno central y se estima que los integrantes de este grupo alcanzan los 65.000 a 70.000 miembros activos, aunque se habla de una fuente inagotable de hombres provenientes de Pakistán dispuestos a seguirlos.
Ante una inminente salida de Estados Unidos, de un acuerdo criticado por muchos -empezando por los mismos congresistas estadounidenses- el mundo esperaba el discurso de presidente Joe Biden en abril de este año; analizamos la que se consideraba una “guerra interminable” que no fue buena para nadie, también tratamos de proyectar los que serían los distintos escenarios para Afganistán ante la retirada de las tropas y para el 11 de agosto ya nos preguntábamos si era posible frenar a los talibanes, el mismo grupo que había dejado a su paso miles de muertos y desplazamientos forzados, demostrando, de nuevo, el fracaso de la guerra:
¿Dinero mal gastado? Lo que le costó a Estados Unidos la guerra en Afganistán
Biden sobre Afganistán: “Es momento de terminar la guerra más larga de Estados Unidos”
Posibles escenarios para Afganistán tras la salida de las tropas extranjeras
¿Se puede frenar a los talibanes en Afganistán?
Para el 13 de agosto, el viernes pasado, ya nos llegaban los reportes internacionales de cómo, en pocos días, el gobierno afgano venía perdiendo su autoridad en varias ciudades principales de Afganistán y los talibanes, producto de su ofensiva y con el objetivo de volver al poder, de acuerdo con Naciones Unidas, ya habían desplazado unas 240.000 personas desde mayo, cuando comenzaron el avance hacia Kabul, la capital del país. La frontera con Pakistán estaba desbordaba y tuvo que ser cerrada ante la avalancha de personas que intentaban escapar de la violencia pues en la avanzada, los hombres armados venían destruyendo casas, escuelas y ejecutando restricciones severas contra las mujeres.
Al día siguiente ya se decía que estaban en las puertas de Kabul. 23 provincias eran controladas por sus hombres. Los extranjeros, empezando por los cuerpos diplomáticos, empezaron a tomar vuelos para salir del país. La cifra de desplazados, tan solo en un día, subía hasta las 300.000 personas que dejaban su hogar. Estados Unidos y Reino Unido fueron los primeros en anunciar que sacarían a todo su personal de Afganistán. Holanda, Finlandia, Suecia, Italia y España hicieron lo propio. Alemania, Noruega, Dinamarca. A decir verdad, el país tiene 34 provincias y se hablaba de funcionarios del mismo gobierno, al servicio de los talibanes, quienes permitieron que avanzaran tan rápido.
Pero, además de la tragedia que implica la guerra, ¿qué es lo que hace que la gente en las ciudades esté tan asustada? Los talibanes, cuando estuvieron en el poder, impusieron la ‘sharia’, que es la ley islámica. ¿Y eso qué implica? Asesinaban a hombres señalados de ser homosexuales, lapidaban a mujeres acusada de adulterio, amputaban las manos de personas acusadas de robo, prohibieron que las niñas asistieran a la escuela, entonces las cerraron; obligaron a las mujeres a quedarse en casa, no podían trabajar y menos educarse. Si salían, obligatoriamente acompañadas de un hombre, debían ir cubiertas con el burka (un velo de pies a cabeza). Los hombres debían dejarse la barba, no podían escuchar música o ver televisión y seguir su práctica religiosa era una orden.
Vea aquí la Cronología de una tragedia llamada Afganistán
Para el domingo 15 de agosto ya se hablaba del “Emirato islámico de Afganistán”, la nueva era del poder talibán en ese país. Ya tenían en sus manos la ciudad de Jalalabad y con ese triunfo cercaron la capital del país, Kabul. No hubo resistencia de las fuerzas gubernamentales y ya se hablaba de “transición del poder”.
Ese mismo día, caída la tarde, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, salió huyendo del país que gobernaba. O más bien, que ya no controlaba. Su presente y futuro era bastante complicado: Estados Unidos lo abandonó a su suerte desde cuando no incluyó a su gobierno en las negociaciones de paz adelantadas con los talibanes. Y estos últimos lo consideraban una “marioneta estadounidense”.
El expresidente Donald Trump, entretanto, pedía la renuncia Joe Biden por lo que él consideraba la “mala gestión de la pandemia” y por “permitir lo que pasa en Afganistán”. De esas paradojas que resultan difíciles de discernir.
Un par de horas más tarde empezamos a ver las imágenes y videos en redes sociales donde la gente trataba de subir a un avión en el aeropuerto de Kabul. “Estados Unidos tomó el control del tráfico aéreo para acelerar la estampida de los suyos y sus aliados”, nos decía la sección Internacional en este texto. La llegada de los talibanes al poder era inevitable.
Registramos el caos que se vivía en la capital mientras el presidente de Estados Unidos dejaba clara su posición diciendo que “construir una nación” nunca fue un objetivo de EE. UU. en Afganistán, aseguró que “Estados Unidos le dio todas las oportunidades al ejército afgano para defender su país”, que su gobierno “actuará rápidamente” contra el terrorismo en ese país solo “si es necesario” y agregó que “seguiremos alzando la voz por los derechos básicos del pueblo afgano, de las mujeres y las niñas”:
Afganistán: retorno talibán desata caos en el aeropuerto de Kabul
En fotos: ¿Quiénes son los talibanes y por qué siembran el terror en Afganistán?
Joe Biden defiende el retiro de Afganistán: “Les dimos todas las oportunidades”
Afganistán y el capítulo ruso de una violencia que no cesa
Pero, más allá de los hechos, lo que parece parte de la estrategia es el cambio en el discurso de los talibanes. Por ejemplo, Suhail Shaheen, portavoz del movimiento talibán, le dijo a la cadena inglesa BBC que los militantes quieren una “transferencia pacífica del poder” en Afganistán en los próximos días y que no buscarán venganza. A la agencia AFP le dijo que las niñas podrán seguir estudiando en escuelas, pues no negarán su derecho a la educación, y adelantó que podrían gozar de una mejor posición que en el pasado. Sin embargo acotó que deben mantener el uso del hiyab. Es un discurso y solo en los próximos días veremos si lo cumplen.
La columnista Beatriz Miranda escribió en su columna de esta semana sobre la derrota de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, tocando temas de profundo interés y que pocos han visto: “Detrás de todo este aparato bélico y la cruzada en contra de los talibanes y Al Qaeda esta es una guerra perdida contra el opio. Cuando Estados Unidos y Reino Unido invadieron Afganistán en 2001, había 74.000 hectáreas de plantaciones de amapola; actualmente, más de 328.000 hectáreas”. Estamos hablando entonces de una guerra perdida, ni más ni menos, que contra la droga.
Los talibanes “seguirán ganando mucho con las aduanas porque Afganistán es país de tránsito entre Asia y Europa y ganarán aún más con el opio y la heroína”: Antje Bauer, periodista.
El martes, cuando vimos reportes de que Ashraf Ghani, el presidente de Afganistán, aparecía en Emiratos Árabes Unidos (EAU) y aseguraba por medio de un comunicado de prensa que había abandonado el país para “para evitar un derramamiento de sangre”, nuestros colegas de Video y los de la sección Internacional nos contaban sobre las 29 prohibiciones a las que se enfrentarían las mujeres tras el regreso de los talibanes, tomando como referencia la realidad que se vivió allí entre 1996 y el 2001, cuando este régimen tuvo las riendas del poder.
Ahora, con los armados llevando las riendas del país, se empieza a mover el juego geopolítico. Por ejemplo, Canadá “no tiene intención de reconocer un gobierno talibán”, dijo el primer ministro, Justin Trudeau. El jefe de la diplomacia de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, también fue directo: “Los talibanes han ganado la guerra, así que tendremos que hablar con ellos”. China habló de mantener “relaciones amistosas”. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Sergueï Lavrov, fue eso, diplomático: “El hecho de que los talibanes en Kabul proclamen y demuestren en la práctica su disposición a respetar las opiniones de los demás, es, a mi modo de ver, una señal positiva”.
Por ahora, todo se trata de diplomacia: los talibanes se comprometieron a no atacar objetivos estadounidenses a cambio de su retirada, que aún no termina porque todavía están saliendo tropas de Afganistán. Mientras tanto, Uzbekistán cerró sus puertas a los ciudadanos afganos temiendo que se filtren insurgentes en su territorio.
Supimos de la muerte de varias personas que, intentando escapar, se escondieron en el tren de aterrizaje de un avión que despegó de Kabul y que estaba allí descargando equipos y suministros para los marines y soldados estadounidenses que permanecen en Afganistán. Cuando la aeronave despegó e intentó retraer el tren de aterrizaje, identificó que algo sucedía. Cuando parte de la tripulación fue a verificar, vieron cómo algunas personas habían sido aplastadas por el tren de aterrizaje mientras otras estaban escondidas allí. “Se sabe que por lo menos tres personas cayeron del avión y que otras estaban colgando alrededor de este al momento de su despegue”.
“Afganistán muestra cómo la construcción de una nación liderada por extranjeros puede fracasar y cómo las contribuciones de los actores humanitarios a tales esfuerzos son mínimas. También muestra que nuestro trabajo puede salvar la mayor cantidad de vidas cuando somos capaces de ser lo más independientes posible, tanto cuando se está construyendo un estado como cuando se derrumba”: Christopher Stokes y Jonathan Whittall, de Médicos sin Fronteras.
“Médicos Sin Fronteras (MSF) y un puñado de otras agencias humanitarias han mantenido su presencia y actividades en el punto álgido de los combates, brindando asistencia para salvar las vidas de personas enfermas y heridas”, escriben Christopher Stokes y Jonathan Whittall -los dos de Médicos sin Fronteras, en este texto especial para El Espectador. Ellos, al contrario de todos los demás, nos hablan de quienes se han quedado a ponerle el pecho a la situación teniendo la posibilidad de hacer maletas y volar de regreso a una zona segura. Sus conclusiones sirven para empezar a construir una realidad evidente: “El futuro de Afganistán es incierto y nuestras actividades seguirán bajo presión. Los desafíos que enfrentamos evolucionarán y la seguridad de nuestros equipos y pacientes sigue siendo una preocupación. Pero para lidiar con las tormentas futuras en Afganistán, los actores humanitarios harían bien en trazar con firmeza su propio rumbo en función de las necesidades que existen, en lugar de dejarse guiar por los vientos políticos cambiantes”.
Estaremos atentos a lo que sigue pasando en Afganistán. A la realidad a la que se enfrentan las personas que allí viven. Por supuesto que contaremos, cada vez que tengamos nueva información, qué está pasando con las mujeres y las niñas, qué sucedió con la educación y cómo se dará la transición del poder cuando ya no estén las fuerzas militares extranjeras, porque como decía el editorial de El Espectador, la historia parece repetida: “la apresurada salida del presidente, así como de los últimos diplomáticos y soldados estadounidenses, militares que fueron retirándose del país gradualmente para que el control civil y militar lo asumieran los propios afganos, fue el déjà vu de lo ocurrido en Saigón con las tropas norteamericanas en 1975”.
Me despido con nuestro acostumbrado mensaje: si les gustó este newsletter y el contenido que desarrollamos en El Espectador, invitados a formar parte de la comunidad de suscriptores. En esta labor de todos los días necesitamos compañía no solo para las críticas, que las recibimos con humildad, sino para que nos ayuden a construir un mejor país, denunciando, indagando, investigando, informando. Y no olviden dejar aquí abajo los temas que ustedes quisieran que desarrollemos en la redacción de El Espectador. Nos vemos el próximo miércoles. Hasta pronto.
Edwin Bohórquez Aya, gerente digital de El Espectador.
*El Espectador le explica es uno de los newsletter de esta casa editorial que se publica todos los miércoles. Aquí retalamos un tema que ha sido pedido por nuestra audiencia. Puede recibirlo en su correo electrónico registrándose ?outputType=ampi>www.elespectador.com zona de newsletter.
Como si fuera una escena de película este fin de semana empezó a rodar un video en donde se veían a docenas de personas tratando de subir a un avión en marcha huyendo de su propio país. En otros tantos veíamos a hombres armados con fusiles de largo alcance y armamento de guerra caminando por entre la gente como uno más. En medio de las calles de una ciudad. Escuchamos a todo tipo de analistas internacionales hablando del regreso del horror. Vimos una foto con hombres vestidos con ropas largas, barba espesa, armas, muchas armas, posando para la imagen y encajados por un titular que decía: Kabul ya está en poder de los talibanes. Se habla de la anulación del ser humano, de las niñas y mujeres en medio de un extremismo donde derechos tan básicos como la educación están en entredicho. Hay temor. Hay miedo, angustia. Por eso este boletín de El Espectador le explica está dedicado a detallar, de la mano de los textos y videos que hemos hecho en esta casa editorial y liderados por la sección Internacional, qué es lo que está pasando en Afganistán y por qué muchos dicen que ‘Occidente’ fracasó, empezando por la salida del presidente de ese país que más que una derrota podría ser interpretada por muchos como la estrategia para evitar una nueva escalada de violencia donde muchos inocentes perderían la vida si ese líder político se quedaba. Como siempre lo hacemos, les recomendamos entrar a cada uno de los links que dejaremos a lo largo de este resumen para poder entender mejor, pero sobre todo, ahondar en el contexto y llegar al fondo de la realidad de un país que hoy es observado por los ojos de todo el mundo, muchos con lágrimas a punto de caer. Comencemos.
El 11 de septiembre de 2001 vimos el ataque contra las Torres gemelas en Nueva York. Estados Unidos acusó a Al Qaeda, un grupo extremista, de ser el autor intelectual y material de los hechos. “El entonces presidente George W. Bush le exigió a Afganistán, que era gobernado por los talibanes, entregar a su socio Osama Bin Laden, líder y responsable de los ataques, pero no lo hicieron”. Entonces Washington atacó Afganistán y se desató una guerra que suma más de 40.000 víctimas. Un conflicto también costoso: a corte de 2019 Estados Unidos había gastado US $800.000 millones en esa confrontación. Con la invasión de Estados Unidos también se impusieron nuevos modelos de liderazgo basados en la democracia y la libertad. Pero siempre fue un país inestable: un gobierno afgano que comulgaba con la directriz de Estados Unidos, unas tropas invasoras que fueron sostenidas por varios presidentes estadounidenses y unos jugadores locales que nunca aceptaron la invasión y mantuvieron viva la llama de la violencia.
Justo el 2 de septiembre de 2019 sonaban vientos de paz. Ese día reportamos cómo las conversaciones entre el gobierno de Donald Trump y los talibanes eran más fuertes y cercanas, tanto que el representante especial estadounidense para los esfuerzos de paz, Zalmay Khalilzad, presentaba en Kabul una copia del borrador del acuerdo que había entregado a los líderes talibanes para que lo sometieran a consultas. Pero había que dejar un detalle no menor sobre la mesa: el gobierno afgano no tenía detalles de lo que se estaba negociando entre Estados Unidos y los talibanes, y estos últimos tenían al gobierno lejos de dichas conversaciones porque los consideraban “títeres de Washington”.
¿Dónde queda Afganistán?
El sábado 29 de febrero de 2020, mientras el mundo padecía ya las consecuencias de la pandemia, Estados Unidos y los talibanes firmaron el que se consideraba un acuerdo histórico que permitía, en una nación bañada por la sangre, empezar a soñar con la paz. ¿Qué estaba dando cada parte? Estados Unidos se comprometía a comenzar el retiro de sus tropas. Los talibanes, insurgentes con un prontuario de violencia sangriento, a frenar en seco la ola de violencia, los ataques. Los siete días previos a la firma fueron la prueba más cercana de que podían cumplir. También se comprometían a ‘cortar los lazos con (el grupo yihadista) Al Qaeda’ (la razón de fondo por la que Estados Unidos invadió ese país).
El tiempo estimado, de acuerdo con el documento firmado por Estados Unidos, decía que las tropas extranjeras saldrían de Afganistán en 14 meses. También se contemplaban negociaciones posteriores entre talibanes y gobierno afgano, la oposición y la sociedad civil. Los talibanes, como ha sucedido en las guerras de guerrillas en otros países, son muy fuertes en las regiones apartadas, en zonas rurales, mientras que las ciudades estaban bajo control del gobierno central y se estima que los integrantes de este grupo alcanzan los 65.000 a 70.000 miembros activos, aunque se habla de una fuente inagotable de hombres provenientes de Pakistán dispuestos a seguirlos.
Ante una inminente salida de Estados Unidos, de un acuerdo criticado por muchos -empezando por los mismos congresistas estadounidenses- el mundo esperaba el discurso de presidente Joe Biden en abril de este año; analizamos la que se consideraba una “guerra interminable” que no fue buena para nadie, también tratamos de proyectar los que serían los distintos escenarios para Afganistán ante la retirada de las tropas y para el 11 de agosto ya nos preguntábamos si era posible frenar a los talibanes, el mismo grupo que había dejado a su paso miles de muertos y desplazamientos forzados, demostrando, de nuevo, el fracaso de la guerra:
¿Dinero mal gastado? Lo que le costó a Estados Unidos la guerra en Afganistán
Biden sobre Afganistán: “Es momento de terminar la guerra más larga de Estados Unidos”
Posibles escenarios para Afganistán tras la salida de las tropas extranjeras
¿Se puede frenar a los talibanes en Afganistán?
Para el 13 de agosto, el viernes pasado, ya nos llegaban los reportes internacionales de cómo, en pocos días, el gobierno afgano venía perdiendo su autoridad en varias ciudades principales de Afganistán y los talibanes, producto de su ofensiva y con el objetivo de volver al poder, de acuerdo con Naciones Unidas, ya habían desplazado unas 240.000 personas desde mayo, cuando comenzaron el avance hacia Kabul, la capital del país. La frontera con Pakistán estaba desbordaba y tuvo que ser cerrada ante la avalancha de personas que intentaban escapar de la violencia pues en la avanzada, los hombres armados venían destruyendo casas, escuelas y ejecutando restricciones severas contra las mujeres.
Al día siguiente ya se decía que estaban en las puertas de Kabul. 23 provincias eran controladas por sus hombres. Los extranjeros, empezando por los cuerpos diplomáticos, empezaron a tomar vuelos para salir del país. La cifra de desplazados, tan solo en un día, subía hasta las 300.000 personas que dejaban su hogar. Estados Unidos y Reino Unido fueron los primeros en anunciar que sacarían a todo su personal de Afganistán. Holanda, Finlandia, Suecia, Italia y España hicieron lo propio. Alemania, Noruega, Dinamarca. A decir verdad, el país tiene 34 provincias y se hablaba de funcionarios del mismo gobierno, al servicio de los talibanes, quienes permitieron que avanzaran tan rápido.
Pero, además de la tragedia que implica la guerra, ¿qué es lo que hace que la gente en las ciudades esté tan asustada? Los talibanes, cuando estuvieron en el poder, impusieron la ‘sharia’, que es la ley islámica. ¿Y eso qué implica? Asesinaban a hombres señalados de ser homosexuales, lapidaban a mujeres acusada de adulterio, amputaban las manos de personas acusadas de robo, prohibieron que las niñas asistieran a la escuela, entonces las cerraron; obligaron a las mujeres a quedarse en casa, no podían trabajar y menos educarse. Si salían, obligatoriamente acompañadas de un hombre, debían ir cubiertas con el burka (un velo de pies a cabeza). Los hombres debían dejarse la barba, no podían escuchar música o ver televisión y seguir su práctica religiosa era una orden.
Vea aquí la Cronología de una tragedia llamada Afganistán
Para el domingo 15 de agosto ya se hablaba del “Emirato islámico de Afganistán”, la nueva era del poder talibán en ese país. Ya tenían en sus manos la ciudad de Jalalabad y con ese triunfo cercaron la capital del país, Kabul. No hubo resistencia de las fuerzas gubernamentales y ya se hablaba de “transición del poder”.
Ese mismo día, caída la tarde, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, salió huyendo del país que gobernaba. O más bien, que ya no controlaba. Su presente y futuro era bastante complicado: Estados Unidos lo abandonó a su suerte desde cuando no incluyó a su gobierno en las negociaciones de paz adelantadas con los talibanes. Y estos últimos lo consideraban una “marioneta estadounidense”.
El expresidente Donald Trump, entretanto, pedía la renuncia Joe Biden por lo que él consideraba la “mala gestión de la pandemia” y por “permitir lo que pasa en Afganistán”. De esas paradojas que resultan difíciles de discernir.
Un par de horas más tarde empezamos a ver las imágenes y videos en redes sociales donde la gente trataba de subir a un avión en el aeropuerto de Kabul. “Estados Unidos tomó el control del tráfico aéreo para acelerar la estampida de los suyos y sus aliados”, nos decía la sección Internacional en este texto. La llegada de los talibanes al poder era inevitable.
Registramos el caos que se vivía en la capital mientras el presidente de Estados Unidos dejaba clara su posición diciendo que “construir una nación” nunca fue un objetivo de EE. UU. en Afganistán, aseguró que “Estados Unidos le dio todas las oportunidades al ejército afgano para defender su país”, que su gobierno “actuará rápidamente” contra el terrorismo en ese país solo “si es necesario” y agregó que “seguiremos alzando la voz por los derechos básicos del pueblo afgano, de las mujeres y las niñas”:
Afganistán: retorno talibán desata caos en el aeropuerto de Kabul
En fotos: ¿Quiénes son los talibanes y por qué siembran el terror en Afganistán?
Joe Biden defiende el retiro de Afganistán: “Les dimos todas las oportunidades”
Afganistán y el capítulo ruso de una violencia que no cesa
Pero, más allá de los hechos, lo que parece parte de la estrategia es el cambio en el discurso de los talibanes. Por ejemplo, Suhail Shaheen, portavoz del movimiento talibán, le dijo a la cadena inglesa BBC que los militantes quieren una “transferencia pacífica del poder” en Afganistán en los próximos días y que no buscarán venganza. A la agencia AFP le dijo que las niñas podrán seguir estudiando en escuelas, pues no negarán su derecho a la educación, y adelantó que podrían gozar de una mejor posición que en el pasado. Sin embargo acotó que deben mantener el uso del hiyab. Es un discurso y solo en los próximos días veremos si lo cumplen.
La columnista Beatriz Miranda escribió en su columna de esta semana sobre la derrota de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, tocando temas de profundo interés y que pocos han visto: “Detrás de todo este aparato bélico y la cruzada en contra de los talibanes y Al Qaeda esta es una guerra perdida contra el opio. Cuando Estados Unidos y Reino Unido invadieron Afganistán en 2001, había 74.000 hectáreas de plantaciones de amapola; actualmente, más de 328.000 hectáreas”. Estamos hablando entonces de una guerra perdida, ni más ni menos, que contra la droga.
Los talibanes “seguirán ganando mucho con las aduanas porque Afganistán es país de tránsito entre Asia y Europa y ganarán aún más con el opio y la heroína”: Antje Bauer, periodista.
El martes, cuando vimos reportes de que Ashraf Ghani, el presidente de Afganistán, aparecía en Emiratos Árabes Unidos (EAU) y aseguraba por medio de un comunicado de prensa que había abandonado el país para “para evitar un derramamiento de sangre”, nuestros colegas de Video y los de la sección Internacional nos contaban sobre las 29 prohibiciones a las que se enfrentarían las mujeres tras el regreso de los talibanes, tomando como referencia la realidad que se vivió allí entre 1996 y el 2001, cuando este régimen tuvo las riendas del poder.
Ahora, con los armados llevando las riendas del país, se empieza a mover el juego geopolítico. Por ejemplo, Canadá “no tiene intención de reconocer un gobierno talibán”, dijo el primer ministro, Justin Trudeau. El jefe de la diplomacia de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, también fue directo: “Los talibanes han ganado la guerra, así que tendremos que hablar con ellos”. China habló de mantener “relaciones amistosas”. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Sergueï Lavrov, fue eso, diplomático: “El hecho de que los talibanes en Kabul proclamen y demuestren en la práctica su disposición a respetar las opiniones de los demás, es, a mi modo de ver, una señal positiva”.
Por ahora, todo se trata de diplomacia: los talibanes se comprometieron a no atacar objetivos estadounidenses a cambio de su retirada, que aún no termina porque todavía están saliendo tropas de Afganistán. Mientras tanto, Uzbekistán cerró sus puertas a los ciudadanos afganos temiendo que se filtren insurgentes en su territorio.
Supimos de la muerte de varias personas que, intentando escapar, se escondieron en el tren de aterrizaje de un avión que despegó de Kabul y que estaba allí descargando equipos y suministros para los marines y soldados estadounidenses que permanecen en Afganistán. Cuando la aeronave despegó e intentó retraer el tren de aterrizaje, identificó que algo sucedía. Cuando parte de la tripulación fue a verificar, vieron cómo algunas personas habían sido aplastadas por el tren de aterrizaje mientras otras estaban escondidas allí. “Se sabe que por lo menos tres personas cayeron del avión y que otras estaban colgando alrededor de este al momento de su despegue”.
“Afganistán muestra cómo la construcción de una nación liderada por extranjeros puede fracasar y cómo las contribuciones de los actores humanitarios a tales esfuerzos son mínimas. También muestra que nuestro trabajo puede salvar la mayor cantidad de vidas cuando somos capaces de ser lo más independientes posible, tanto cuando se está construyendo un estado como cuando se derrumba”: Christopher Stokes y Jonathan Whittall, de Médicos sin Fronteras.
“Médicos Sin Fronteras (MSF) y un puñado de otras agencias humanitarias han mantenido su presencia y actividades en el punto álgido de los combates, brindando asistencia para salvar las vidas de personas enfermas y heridas”, escriben Christopher Stokes y Jonathan Whittall -los dos de Médicos sin Fronteras, en este texto especial para El Espectador. Ellos, al contrario de todos los demás, nos hablan de quienes se han quedado a ponerle el pecho a la situación teniendo la posibilidad de hacer maletas y volar de regreso a una zona segura. Sus conclusiones sirven para empezar a construir una realidad evidente: “El futuro de Afganistán es incierto y nuestras actividades seguirán bajo presión. Los desafíos que enfrentamos evolucionarán y la seguridad de nuestros equipos y pacientes sigue siendo una preocupación. Pero para lidiar con las tormentas futuras en Afganistán, los actores humanitarios harían bien en trazar con firmeza su propio rumbo en función de las necesidades que existen, en lugar de dejarse guiar por los vientos políticos cambiantes”.
Estaremos atentos a lo que sigue pasando en Afganistán. A la realidad a la que se enfrentan las personas que allí viven. Por supuesto que contaremos, cada vez que tengamos nueva información, qué está pasando con las mujeres y las niñas, qué sucedió con la educación y cómo se dará la transición del poder cuando ya no estén las fuerzas militares extranjeras, porque como decía el editorial de El Espectador, la historia parece repetida: “la apresurada salida del presidente, así como de los últimos diplomáticos y soldados estadounidenses, militares que fueron retirándose del país gradualmente para que el control civil y militar lo asumieran los propios afganos, fue el déjà vu de lo ocurrido en Saigón con las tropas norteamericanas en 1975”.
Me despido con nuestro acostumbrado mensaje: si les gustó este newsletter y el contenido que desarrollamos en El Espectador, invitados a formar parte de la comunidad de suscriptores. En esta labor de todos los días necesitamos compañía no solo para las críticas, que las recibimos con humildad, sino para que nos ayuden a construir un mejor país, denunciando, indagando, investigando, informando. Y no olviden dejar aquí abajo los temas que ustedes quisieran que desarrollemos en la redacción de El Espectador. Nos vemos el próximo miércoles. Hasta pronto.
Edwin Bohórquez Aya, gerente digital de El Espectador.
*El Espectador le explica es uno de los newsletter de esta casa editorial que se publica todos los miércoles. Aquí retalamos un tema que ha sido pedido por nuestra audiencia. Puede recibirlo en su correo electrónico registrándose ?outputType=ampi>www.elespectador.com zona de newsletter.