Quince pasos hacia la felicidad que recomienda el papa Francisco
Fragmento del nuevo libro “Te deseo la felicidad. Para que tengas una vida plena”. En Colombia con sello editorial Plaza & Janés.
Papa Francisco * / Especial para El Espectador
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Lee dentro de ti. Nuestra vida es el libro más valioso que nos ha sido entregado y justo en él se encuentra lo que se busca por otras vías. San Agustín lo sabía: “Vuelve a ti mismo; en el hombre interior habita la verdad”. Esta es la invitación que quiero haceros a todos y que me hago a mí mismo. Lee tu vida. Léete dentro, observa tu trayectoria con serenidad. Vuelve a ti mismo.
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Recuerda que eres único, que eres única. Cada uno de nosotros lo es y ha venido a este mundo para sentirse querido en su unicidad y para querer a los demás como nadie puede hacer en su lugar. Sentarse en el banquillo para hacer de reserva de otro jugador no es vida. No. Cada uno de nosotros es único a los ojos de Dios. Así que no te dejes homologar, no estamos hechos en serie. Somos únicos y libres, y hemos venido al mundo para vivir una historia de amor, de amor con Dios, para abrazar la audacia de los retos, para aventurarnos en el maravilloso peligro que es amar.
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¡Deja salir tu belleza! No la belleza dictada por las modas pasajeras, sino la verdadera. La belleza a la que me refiero no es la de Narciso, que inclinándose sobre sí mismo, enamorado de su propia imagen, acabó muriendo ahogado en las aguas del lago donde se reflejaba. Tampoco a la que se pacta con el mal, como la de Dorian Gray, cuyo rostro se desfiguró cuando el hechizo se desvaneció. Me refiero a la belleza que nunca se marchita porque es el reflejo de la belleza divina: nuestro Dios es inseparablemente bueno, verdadero y bello. Y la belleza es uno de los caminos privilegiados para llegar a Él.
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Aprende a reírte de ti mismo. Los narcisistas se miran continuamente al espejo… Yo aconsejo que os miréis de vez en cuando y os riais de vosotros mismos. Sienta bien.
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Sé una persona de sanas inquietudes. Me refiero a las inquietudes que empujan a seguir adelante, que estimulan los proyectos y los objetivos, a no dormirse sobre los laureles. No te aísles del mundo encerrándote en tu habitación como un piterpán que se niega a convertirse en adulto y mantén una actitud abierta y valiente.
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Aprende a perdonar. Todos somos conscientes de no estar siempre a la altura del padre, la madre, el marido, la esposa, el hermano, la hermana, el amigo o la amiga que deberíamos ser. En la vida todos pecamos por defecto. Y todos necesitamos misericordia. Recuerda que necesitas perdonar, que te perdonen, que necesitas paciencia. Y recuerda siempre que Dios te precede y te perdona primero.
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Aprende a leer la tristeza. En nuestra época la tristeza está considerada un mal del que huir a toda costa. Sin embargo, puede ser una señal de alarma indispensable para invitarnos a explorar paisajes más ricos y fértiles que se escapan a la fugacidad y a la evasión. A veces la tristeza hace las veces de un semáforo que nos advierte: “¡Detente!”. Aprende a escucharla. Sería mucho más grave desoír este sentimiento.
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Sueña en grande. No te contentes con lo que toca. El Señor no desea que limitemos nuestros horizontes ni que nos quedemos aparcados en las cunetas de la vida, sino que aspiremos a metas ambiciosas, con alegría y audacia. No estamos hechos para limitar nuestros sueños a las vacaciones o los fines de semana, sino para cumplir en este mundo los sueños de Dios. Él nos ha hecho capaces de soñar para abrazar la belleza de la vida.
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No prestes atención a los vendedores de humo. Una cosa son los sueños y otra las quimeras. Quien habla de cosas imposibles y vende humo es un manipulador de la felicidad. Hemos sido creados para una felicidad más grande.
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Sé revolucionario, ve a contracorriente. En la cultura de lo pasajero, de la relatividad, muchos predican que lo importante es disfrutar del momento, que no vale la pena comprometerse o apostar por caminos definitivos porque no sabemos qué nos reserva el futuro. Te pido que seas revolucionario y te rebeles a esta cultura que, en el fondo, no te cree capaz de asumir responsabilidades. Ten valor para ser feliz.
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Arriésgate, a costa de equivocarte. No observes la vida desde el balcón. No confundas la felicidad con un sofá. No seas otro coche aparcado. Mantén vivos tus sueños y toma decisiones. Arriésgate. No sobrevivas con el alma anestesiada y no mires el mundo como si fueras un turista. ¡Hazte oír! Ahuyenta los miedos que te paralizan. ¡Vive! ¡Concédete lo mejor de la vida!
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Camina con los demás. No es bueno caminar solo. Ni bueno ni divertido. Camina en comunidad, con los amigos, con quienes te quieren, porque eso ayuda a alcanzar la meta. Y si te caes, levántate. No le tengas miedo al fracaso, a las caídas. En el arte de caminar lo que cuenta es saber ponerse en pie de nuevo.
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Vive la gratuidad. Quien no vive la gratuidad fraterna hace de su existencia un comercio agobiante, siempre pendiente de sopesar que lo que da sea igual o menor a lo que recibe. Dios da gratis, a tal punto que ayuda incluso a quienes no le son fieles y “hace salir el sol sobre malos y buenos” (Mateo 5, 45). Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella, así que todos podemos dar sin esperar nada a cambio. Eso decía Jesús a sus discípulos: “Habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente” (Mateo 10, 8). Este es el sentido de una vida plena.
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Mira más allá de la oscuridad. Esfuérzate por tener los ojos luminosos incluso en las tinieblas, no dejes de buscar la luz en medio de la oscuridad que nos rodea y en la que a menudo está sumido nuestro corazón. Levantar la mirada del suelo, hacia arriba, no para huir, sino para vencer la tentación de permanecer tumbado sobre nuestros miedos. Este es el peligro: que nuestros miedos sean nuestro apoyo, que nos encerremos en nuestros pensamientos compadeciéndonos de nosotros mismos. Y esta es la propuesta: ¡levanta la mirada!
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Recuerda que estás destinado a lo mejor. Dios quiere lo mejor para nosotros: nos quiere felices. No se pone límites y no pide nada a cambio. En el signo de Jesús, las segundas intenciones, las dobleces, no tienen cabida. La alegría que Jesús deja en los corazones es pura y desinteresada. Nunca está aguada, es una alegría que nos renueva.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Traducción de Ana Ciurans Ferrándiz.