Rusia y la historia del Gulag, según la periodista Anne Applebaum
Fragmento de “Gulag” (sello editorial Debate), libro de la prestigiosa historiadora estadounidense, a propósito de la muerte del opositor del régimen de Vladimir Putin, Alekséi Navalni, en una cárcel de Siberia.
Anne Applebaum * / Especial para El Espectador
El Gulag aparece en la conciencia de occidente en 1977 con la publicación de la obra de Aleksandr Solzhenitsin Archipiélago Gulag. A partir de nuevos estudios, memorias publicadas tras la caída de la URSS y algunos archivos hasta ahora secretos, Anne Applebaum realiza una reconstrucción histórica del origen y la evolución de los campos de concentración soviéticos que devuelve este infausto e inolvidable episodio al centro de la tormentosa historia del convulso siglo XX. Con detalle y precisión asistimos a la vida cotidiana en el campo: las automutilaciones para evitar los trabajos forzados, las bodas entre prisioneros, la vida de las mujeres y los niños, las rebeliones y los intentos de fuga.
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El Gulag aparece en la conciencia de occidente en 1977 con la publicación de la obra de Aleksandr Solzhenitsin Archipiélago Gulag. A partir de nuevos estudios, memorias publicadas tras la caída de la URSS y algunos archivos hasta ahora secretos, Anne Applebaum realiza una reconstrucción histórica del origen y la evolución de los campos de concentración soviéticos que devuelve este infausto e inolvidable episodio al centro de la tormentosa historia del convulso siglo XX. Con detalle y precisión asistimos a la vida cotidiana en el campo: las automutilaciones para evitar los trabajos forzados, las bodas entre prisioneros, la vida de las mujeres y los niños, las rebeliones y los intentos de fuga.
El libro, documentado y riguroso, sostiene que el Gulag nació no solo por la necesidad de aislar a los elementos que el Partido Comunista consideraba enemigos, sino para conseguir, al mismo tiempo, una masa de trabajadores-esclavos que trabajara a cambio de comida en inmensos proyectos como el canal del mar Blanco o las minas de Kolimá. Tras la descripción del horror organizado por el régimen soviético, el libro narra cómo Gorbachov, cuya familia se vio directamente afectada por esta política represiva, decidió terminar con este régimen carcelario liberando a la ciudadanía de uno de los más perversos y crueles sistemas represivos que el mundo ha conocido.
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Esta es una historia del Gulag, es decir, una historia de la amplia red de campos de trabajo que en su día estuvieron desperdigados a lo largo y ancho de la Unión Soviética: desde las islas del mar Blanco hasta las orillas del mar Negro, desde el Círculo Polar Ártico hasta las planicies de Asia central, desde Múrmansk y Vorkutá hasta Kazajstán, desde el centro de Moscú hasta los suburbios de Leningrado.
Literalmente Gulag es el acrónimo de Glávnoe Upravlenie Lagueréi, o Dirección General de los Campos. Con el tiempo, la palabra «Gulag» ha llegado a designar no solo la dirección de los campos de concentración, sino también el propio sistema soviético de trabajo esclavo en todas sus formas y variedades: campos de trabajo, campos de castigo, campos para delincuentes comunes y para presos políticos, campos para mujeres, campos para niños, campos de tránsito.
Aún con más amplitud, Gulag ha acabado por designar el propio sistema represivo soviético, el conjunto de procedimientos que los prisioneros solían llamar la «trituradora de carne»: los arrestos, los interrogatorios, el traslado en vagones de ganado sin calefacción, el trabajo forzado, la destrucción de las familias, los años pasados en el destierro, las muertes prematuras e innecesarias.
El Gulag tenía antecedentes en la Rusia zarista, en las brigadas de trabajadores forzados que operaban en Siberia desde el siglo XVII hasta el inicio del XX. Casi inmediatamente después de concluida la revolución rusa adoptó su forma más moderna y conocida, convirtiéndose en una parte integral del sistema soviético.
El terror masivo contra los opositores reales y presuntos fue una parte integral de la revolución desde el comienzo; en el verano de 1918, Lenin, el líder de la revolución, había exigido que los «elementos inseguros» fueran confinados en campos de concentración en las afueras de las principales ciudades. Aristócratas, comerciantes y otras personas definidas como «enemigos» potenciales fueron debidamente encarcelados.
Hacia 1921 ya había ochenta y cuatro campos en cuarenta y tres provincias, la mayoría concebidos para «rehabilitar» a estos primeros enemigos del pueblo. A partir de 1929 los campos adquirieron una renovada importancia. Ese año, Stalin decidió utilizar el trabajo forzado tanto para acelerar la industrialización como para explotar los recursos naturales en el extremo norte, una región casi inhabitable de la Unión Soviética. Aquel año, la policía secreta soviética comenzó a asumir el control del sistema penal soviético, sustrayendo lentamente los campos y prisiones de todo el país al poder judicial. Con el aporte de las detenciones masivas de 1937-1938, los campos entraron en un período de rápida expansión. A finales de la década de 1930 era posible encontrarlos en cada una de las doce zonas horarias de la Unión Soviética.
En contra de lo que generalmente se cree, el Gulag no cesó de crecer en la década de 1930, sino que continuó expandiéndose durante la Segunda Guerra Mundial y en los años cuarenta, alcanzando su auge a comienzos de la década de 1950. En esa época los campos habían llegado a desempeñar un papel central en la economía soviética. Producían un tercio del oro del país, buena parte del carbón y la madera, y una gran porción de casi todos los demás productos.
En el curso de la existencia de la Unión Soviética surgieron por lo menos 476 complejos de campos, que comprendían miles de campos individuales, en cada uno de los cuales podía haber de unos cuantos cientos a muchos miles personas.
Los prisioneros trabajaban en casi todas las industrias imaginables (explotación forestal, minería, construcción, manufactura, agricultura, aeronáutica y armamento) y vivían, efectivamente, casi en una civilización separada, como en un país dentro de otro país.
El Gulag tenía sus propias leyes, sus propias costumbres, e incluso su propia jerga. Generaba su propia literatura, sus villanos y sus héroes, y dejó una huella en todos los que estuvieron allí, como prisioneros o como guardias. Años después de haber sido liberados, los habitantes del Gulag podían reconocer a los antiguos prisioneros en la calle simplemente por «la mirada».
Tales encuentros eran frecuentes, pues los campos tenían un gran movimiento. Aunque los arrestos eran constantes, también lo eran las liberaciones. Los prisioneros eran puestos en libertad por diferentes motivos: porque cumplían su sentencia, porque ingresaban en el Ejército Rojo, porque eran inválidos, porque se trataba de mujeres con niños pequeños, o porque habían sido ascendidos a guardias.
Por consiguiente, el número total de prisioneros en los campos generalmente rondaba los dos millones, pero el número total de ciudadanos soviéticos que habían tenido alguna experiencia en los campos, como presos políticos o comunes, era bastante más elevado. Desde 1929, cuando comenzó la gran expansión del Gulag, hasta 1953, año en que murió Stalin, las estimaciones más precisas indican que unos 18.000.000 de personas pasaron por este sistema masivo. Cerca de 6.000.000 fueron enviadas al exilio, deportadas a los desiertos de Kasaj o a los bosques siberianos. Legalmente obligados a permanecer en los pueblos de destierro, también eran trabajadores forzados, aunque no vivían dentro del cerco de una alambrada.
Como sistema de trabajo forzado masivo que involucraba a millones de personas, los campos desaparecieron cuando Stalin murió. Aunque toda su vida había creído que el Gulag era esencial para el crecimiento económico soviético, sus herederos políticos sabían bien que los campos eran, en realidad, una fuente de atraso y una forma de inversión mixtificada. Días antes de su muerte, los sucesores de Stalin comenzaron a desmantelarlos. Tres importantes rebeliones, además de numerosos incidentes menores pero no menos peligrosos, contribuyeron a acelerar el proceso.
Sin embargo, los campos no desaparecieron por completo, sino que evolucionaron. Durante la década de 1970 y comienzos de la de 1980, unos cuantos fueron reestructurados y puestos a funcionar como prisiones para recluir a una nueva generación de activistas democráticos, nacionalistas antisoviéticos y delincuentes.
Gracias a la red de la disidencia soviética y al movimiento internacional en pro de los derechos humanos, las noticias de estos campos postestalinistas aparecían con regularidad en Occidente. Gradualmente, comenzaron a desempeñar un papel en la diplomacia de la guerra fría. En la década de 1980, el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y su colega soviético Mijaíl Gorbachov, hablaron de los campos soviéticos. Solo en 1987, Gorbachov (nieto él mismo de prisioneros del Gulag) comenzó a desmantelar todos los campos para presos políticos.
Sin embargo, aunque duraron tanto como la Unión Soviética, y aunque muchos millones de personas pasaron por ellos, la verdadera historia de los campos de concentración de la Unión Soviética todavía se desconoce. Los hechos que acabo de exponer, aunque son conocidos por la mayoría de los estudiosos occidentales de la historia soviética, no han penetrado en la conciencia colectiva occidental.
El historiador francés del comunismo Pierre Rigoulot decía que el conocimiento humano no se acumula como los ladrillos que forman una pared, que va creciendo regularmente según el trabajo del albañil, sino que su desarrollo, su estancamiento o retroceso, dependen del marco social, cultural y político. Se podría decir que hasta ahora, el marco social, cultural y político para conocer el Gulag no estaba preparado.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Anne Applebaum es columnista para The Washington Post, profesora asociada en la London School of Economics y colaboradora de The New York Review of Books. Entre sus libros anteriores cabe destacar Hambruna roja (Debate, 2019), El Telón de Acero (Debate, 2014), con el que ganó el Premio Cundill y fue finalista al National Book Award, y Gulag (Debate, 2004), obra galardonada con el Premio Pulitzer en la categoría general de no ficción.