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Usted siempre ha defendido la existencia de una patria para los judíos en coexistencia con una nación palestina y en ese sentido, en octubre pasado, condenó el ataque del grupo terrorista Hamás contra Israel, que dejó 1.400 muertos y 240 secuestrados, pero ahora dedicó otra columna en El Espectador a manifestar que no puede defender la respuesta militar israelí porque ha causado más de 31.000 muertos, entre ellos miles de niños y mujeres y ancianos. ¿Por qué el pronunciamiento, a pesar de su ascendencia judía?
Porque me parece que las acciones bélicas de Israel no están dirigidas quirúrgicamente —como lo proponía alguno de sus dirigentes— contra el grupo Hamás, que fue el que causó 1.400 muertes de civiles israelíes inermes. Fue un ataque bárbaro y atroz, que le da a Israel el derecho a combatir para tratar de terminar la amenaza que representa este grupo terrorista para la seguridad del país y su población. Pero lo que no me parece adecuado es que Israel bombardee indiscriminadamente los asentamientos palestinos, que los tenga asediados en Gaza, que obligue a moverse de un lugar a otro a más de un millón de personas y que las mantenga sometidas con restricciones en la llegada de alimento y agua potable. Es una reacción desproporcionada frente a la provocación de Hamás, que sale ganando con esta reacción tan violenta, incluso desde el punto de vista geopolítico, porque pareciera darle patente de corso al grupo terrorista para seguir atentando contra el Estado de Israel.
Pero, poniéndome en el punto de vista de Israel, le pregunto ¿cómo debió reaccionar entonces, militarmente hablando?
Pues Israel tiene un servicio de inteligencia muy, muy desarrollado. Ha debido focalizarse en Hamás, atacarlo donde estuviera, encontrarlo donde esté y tomar acción directamente contra el grupo. Para eso es Israel, que tiene muy buenos investigadores y soldados expertos en operaciones de ese tipo. Pero la reacción ha sido masiva y desproporcionada. Como menciono en la columna, no es la Ley del Talión, de uno por uno, sino uno por 25. Entonces me parece que no es correcto, no es moralmente aceptable y que Israel debiera concentrarse en combatir a Hamás con todas las fuerzas, controlando la violencia que requiera para ello y no atentar contra toda la población de una nación que ya lleva 31.000 muertos y 75.000 heridos.
Del lado crítico de Israel están quienes dicen que a raíz de la desproporción de esos ataques hay un riesgo de genocidio del pueblo palestino. ¿Se puede hablar en esos términos?
No sabría decirle, porque genocidio implica una estrategia de eliminación de toda la población palestina y no creo que Israel esté en ese propósito, sobre todo porque los judíos tenemos esa experiencia tan espantosa de que fuimos víctimas de un genocidio masivo por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Nosotros no podemos repetir ese tipo de accionar de parte del Estado judío.
Usted advierte que lo más preocupante en la guerra de Gaza es la perspectiva de no futuro para el pueblo palestino y un escenario de venganza, que incluye no solo a Hamás sino a la Yihad Islámica, y puede implicar una tragedia colectiva mayor para las dos partes.
Así es. Lo ideal sería que Israel hiciera una acción quirúrgica bien establecida que eliminara el grupo Hamás y a la Yihad Islámica porque sí son una amenaza, pues son grupos de jóvenes dispuestos a morir por la causa palestina y tienen como objetivo destruir al Estado de Israel. Sin embargo, nuevamente el enemigo no es la población palestina, el enemigo son estas dos organizaciones terroristas y debe enfocarse en combatirlas directamente y no a su base social, que son los palestinos viviendo en los territorios ocupados en Gaza, sometidos a discriminación y a condiciones deplorables para su futuro. ¡Qué futuro económico puede tener Palestina o los palestinos cuando sus fuentes de trabajo están siendo destruidas!
¿Cómo se llegó a este punto que podemos definir con el título de uno de sus primeros libros: “La encrucijada de la sinrazón”?
Pues creo que el culpable es el señor Benjamin Netanyahu. Él representa un partido muy de extrema derecha, personas religiosas pero dogmáticas, que creen en el mesías que va a reivindicar y ofrecer la salvación a todos los judíos.
¿Por qué acusa al primer ministro de Israel de ser un político corrupto?
Porque tiene juicios por corrupción en su contra, que mientras esté en el poder no pueden ser adelantados. Está acusado de recibir dinero de patrones para lograr beneficios personales.
Aún así, ha sido reelegido seis veces desde su primer mandato, en 1996. ¿Por qué?
Porque agita los peores sentimientos de la población, basado en el temor a Hamás y la Yihad islámica. Él estresó a la población israelí y ahora está expuesto por un sentimiento de vulneración. Antes el Estado de Israel parecía inexpugnable en su defensa, pero ahora reveló serías fallas en su fe y su capacidad de defensa de la población frente a este tipo de ataques terroristas. Entonces, si esa es la principal preocupación de la población israelí, su seguridad y quien se la ofrezca liquidando al enemigo, incluyendo indiscriminadamente al pueblo palestino, va a tener un apoyo fuerte de la población.
Pero el panorama no parece de seguridad, ¿cómo lo evalúa?
Todo esto va a despertar el ansia de venganza entre la juventud palestina y, mientras subsista, eso servirá para que los grupos terroristas puedan reclutar a esa población joven, una generación de venganza frente a lo que están sufriendo sus padres, hijos y familiares, como consecuencia de los ataques indiscriminados de Israel sobre la población civil.
A eso se suma otro factor sobre el que advirtió el escritor y activista por la paz israelí Amos Oz desde hace veinte años en su libro “Contra el fanatismo”, donde cuenta que hubo momentos en que la paz se pudo alcanzar entre Israel y Palestina, pero esa posibilidad se esfumó en esta era de fanáticos de la guerra. ¿Está de acuerdo?
Sí, así es. Estoy totalmente de acuerdo, tanto del lado israelí como palestino.
¿O sea que la posibilidad de terminar esta guerra y firmar una paz es bastante lejana?
Sí me parece, porque no veo ninguna agrupación política que le haga frente a Netanyahu, que es muy popular o demasiado popular para ponerlo en términos de que no debiera. Por ejemplo, el Partido Laborista está muy disminuido. Y del otro lado no se ve un liderazgo distinto entre la juventud palestina.
Entre las muchas reacciones que despertó su columna, llegó a El Espectador una carta de Marcos Peckel, cabeza de la comunidad judía en Colombia, profesor de Relaciones Internacionales, experto en Medio Oriente, quien no está de acuerdo con su columna porque usted parece caer en la trampa de la izquierda antisemita que busca “la demonización de Israel”. ¿Qué opina?
Pues él me ubica con motivos que yo no tengo. Soy más bien pacifista y lo que hago no tiene nada que ver con la izquierda; milité en la izquierda, pero hace ya 30 años. Entonces estoy como curado del lado de la verdad, del infantilismo izquierdista. Soy ya una persona bastante moderada en todo lo que hago y eso me parece que no viene al caso, es un ataque personal y no contesto los ataques personales porque ahí no hay argumentos.
¿Ha vuelto recientemente a Israel?
Sí. Estuve hace exactamente hace un año. Tengo hermanos allá y estoy muy preocupado por ellos. Me gustaría ver a Israel en paz y sin amenazas externas.
Hace un año usted hablaba de Israel como un modelo económico muy eficiente en educación, ciencia y tecnología. ¿Ahora cómo lo ve?
Es un país que tiene un ingreso per cápita muy elevado: US$48.000 por habitante. Mientras nosotros tenemos US$8.000 al año. Entonces, imagínese, es un país muy rico, muy poderoso. Creo que explotó las habilidades de su población, sus capacidades y las desarrolló al máximo, pues tiene grandes universidades tecnológicas y de ciencias puras que le han dado la ventaja en sus guerras contra los palestinos y los países árabes, que no tienen este acervo académico y tecnológico.
¿Qué tanto será diezmada esa capacidad por la guerra?
Pues no parece que mucho, aunque sí debe dedicar una parte importante de la población a la guerra: quienes tienen hasta 45 años de edad deben prestar servicio militar, y eso es una merma para su capacidad productiva, pero no la anula para nada.
¿Qué pasaría si Colombia restringe sus relaciones comerciales con Israel, como ha planteado el gobierno de Gustavo Petro?
Eso perjudicaría el acceso colombiano a la tecnología militar de Israel. Creo que a Colombia no le conviene, pero Petro hace lo que le dicta la ideología, no lo que le conviene al país ni al Estado colombiano.
¿Cree que Petro ha sido claro frente a ese conflicto o parcializado a favor de Palestina?
Me parece muy parcializado. Por eso me parece que tiene un rasgo antisemita.
¿Qué es ser judío en Colombia, una comunidad que tiene algo más de 5.000 miembros?
Yo francamente estoy bastante marginado de la comunidad judía, pues siempre he mantenido una posición no religiosa, laica. Atiendo algunas de sus actividades, pero soy miembro de la comunidad religiosa más liberal que hay, más abierta o más integrada también a la sociedad colombiana, pero no tengo un rol activo.
Hace dos años usted publicó el libro “Ejercicios de memoria” (sello editorial Debate), que aparte de autobiográfico es una mirada a la historia de su familia judía. ¿Qué piensa de su difícil proceso para asumir esa cultura?
Absorbí todo lo bueno que tiene la cultura judía y rechacé los aspectos dogmáticos, religiosos y nacionalistas en que algunos creen, como que ser judío es ser el defensor a rajatabla de todo lo que haga Israel. Creer que los judíos somos el pueblo elegido. Esas cosas yo no las comparto. Yo soy un judío agnóstico y me encuentro con muchos judíos que han optado por ese tipo de posición de judío no religioso.
Con alma Caribe, porque usted nació en Barranquilla...
Sí, claro. Eso también tiene una influencia sobre mi modo de ser.
Ahora que cumplió 80 años, ¿qué batallas le quedan?
Contra la enfermedad, contra el deterioro del cuerpo.
En cuanto a su visión de la economía, ¿en qué trabaja estos días?
En un proyecto muy interesante sobre el sistema gota a gota, un estudio sobre cómo en todos los rincones de la sociedad colombiana, sobre todo en los más humildes, impera la usura, porque esa población no tiene acceso al sistema financiero.
Otra guerra que mata mucha gente.
Sí, señor.