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Torre de Tokio: agosto radiactivo

Columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
08 de agosto de 2021 - 02:00 a. m.
Restaurante temático dedicado a Godzilla en el barrio de Shinjuku, Tokio antes de su apertura.
Restaurante temático dedicado a Godzilla en el barrio de Shinjuku, Tokio antes de su apertura.
Foto: Foto de Gonzalo Robledo
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Cuando no hay pandemia ni Olímpicos, los japoneses dedican la primera semana de agosto a recordar la memoria de las víctimas de las dos bombas atómicas lanzadas en 1945 por Estados Unidos sobre su archipiélago. (Recomendamos: Más columnas sobre Japón de Gonzalo Robledo).

Quienes no asisten a las ceremonias oficiales ni las ven por televisión evocan los primeros ataques nucleares contra humanos en la historia (el 6 de agosto en Hiroshima y el 9 de agosto en Nagasaki), a través de documentales, novelas, películas y otras obras perdurables de la cultura popular.

Las bombas atómicas generaron en Japón pánico a las mutaciones de la naturaleza y las parejas irradiadas que lograron sobrevivir tuvieron miedo a engendrar hijos deformados por la radiactividad. Los que estaban solteros evitaron la segregación casándose entre ellos.

Japón renació de las cenizas y, tal vez como catarsis, los cineastas japoneses inventaron Godzilla, un mutante de dinosaurio dotado de aliento radiactivo que desde su debut, en 1954, emerge del mar para repetir en cada película la devastación indiscriminada de las primeras explosiones atómicas dirigidas contra objetivos civiles. Después de casi una treintena de películas, Godzilla se convirtió en un clásico del cine japonés y su mensaje antinuclear sigue aún vigente.

Otro célebre dúo de manga y anime es Akira, una historia que ocurre en un Tokio de calles cochambrosas bañadas en un resplandor futurista después de una masiva explosión nuclear que dio lugar a la tercera guerra mundial. Dirigido por Katsuhiro Otomo en 1988 y considerado en su momento el epítome del cyberpunk japonés, el anime, presenta seres con poderes psicoquinéticos capaces de provocar grandes explosiones que se repiten con una insistencia masoquista.

Por una de esas extrañas facultades que permiten a los creadores anticiparse al futuro, Akira se adelantó tres décadas a la actual crisis de reputación de los Juegos Olímpicos. En un célebre fotograma de Akira aparece una valla mugrienta anunciando que quedan 147 días para los Juegos de Tokio 2020. Debajo, un opositor ha escrito a mano su petición de que los cancelen de una vez, evocando un sentimiento parecido al de los miles de japoneses que temen aún que el evento deportivo se convierta en una superincubadora de nuevas cepas contagiosas.

El Comité Olímpico Internacional anunció hace unos días que no permitiría que los atletas de Tokio 2020 observaran un minuto de silencio por los muertos de Hiroshima y Nagasaki, sus dos efemérides. Su argumento es que la memoria de las víctimas de los conflictos mundiales ya recibe homenaje en la ceremonia de clausura y no hace falta hacer distinciones. Surgió así otro argumento que ayudará a los historiadores a explicar por qué en Japón despertaban tan poca simpatía los que dirigen el magno evento deportivo.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

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