Torre de Tokio: arigato Tokio
Columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.
Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
Después de celebrar los Juegos Olímpicos en medio de una pandemia, sin público presencial y con deportes urbanos nunca vistos hasta ahora en una justa mundial, Japón reforzó su tópico de país raro y ahora se dispone a definir el legado de Tokio 2020.
Lo primero será confirmar si se incubó la temida “cepa olímpica”. Si todo sale bien, se les dará la razón al gobierno japonés y al Comité Olímpico Internacional por afirmar que los 170.000 nuevos casos de COVID-19 en todo Japón durante los 17 días de competiciones no tuvieron nada que ver con los diez mil deportistas y delegaciones venidas de más de 200 países y regiones del mundo. (Recomendamos: Lea aquí más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Según el manual de instrucciones sanitarias de Tokio 2020, los participantes tendrían que permanecer confinados en la villa olímpica, usar transportes especiales y competir a puerta cerrada, creando una “burbuja” para proteger del posible contagio a los habitantes del archipiélago.
Pero deportistas y delegados extranjeros fueron vistos de compras, usando transporte público y hasta comiendo en restaurantes fuera de la villa, para regocijo de los sufridos comerciantes locales azotados por más de un año de ventas casi nulas.
El espejismo de la seguridad sanitaria fue roto por un taxista que transportó atletas y declaró al diario Asahi: “La burbuja es un castillo en el aire”. Luego seguirá la factura por los Juegos más caros de la historia. La cifra total será astronómica y ha sido equiparada al coste de construir 300 hospitales con 300 camas a precio de mercado en Japón.
La ciudad de Tokio, los organizadores de los Olímpicos y el gobierno central deberán dividir la cuenta y decidir quién paga qué. Algunos medios locales calculan que, en impuestos, los habitantes de Tokio aportarían un promedio de US$1.000 por cabeza. Como se incluyen menores de edad, una familia con dos hijos pagaría US$4.000.
Durante Tokio 2020, Japón cosechó 58 medallas, un máximo histórico que hizo olvidar a muchos las amarguras de la pandemia y los animó a juntarse alrededor de los estadios sellados, haciendo caso omiso de la recomendación oficial de quedarse juiciosos viendo las competiciones por televisión.
Para el público mundial, Tokio 2020 fueron los Juegos donde se presentó la primera deportista transexual y ganaron medallas niños o adolescentes con dotes físicas extraordinarias. También fue un llamado de atención sobre la salud mental de los atletas y un ejemplo de eficaz acción política, al propiciar el rápido refugio de una atleta bielorrusa.
Para los tokiotas, los Juegos fueron una retahíla de sacrificios y una cuenta por pagar que se hace más llevadera a medida que más deportistas olímpicos trinan en sus redes sociales: “Arigato Tokio” (Gracias Tokio).
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.
Después de celebrar los Juegos Olímpicos en medio de una pandemia, sin público presencial y con deportes urbanos nunca vistos hasta ahora en una justa mundial, Japón reforzó su tópico de país raro y ahora se dispone a definir el legado de Tokio 2020.
Lo primero será confirmar si se incubó la temida “cepa olímpica”. Si todo sale bien, se les dará la razón al gobierno japonés y al Comité Olímpico Internacional por afirmar que los 170.000 nuevos casos de COVID-19 en todo Japón durante los 17 días de competiciones no tuvieron nada que ver con los diez mil deportistas y delegaciones venidas de más de 200 países y regiones del mundo. (Recomendamos: Lea aquí más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Según el manual de instrucciones sanitarias de Tokio 2020, los participantes tendrían que permanecer confinados en la villa olímpica, usar transportes especiales y competir a puerta cerrada, creando una “burbuja” para proteger del posible contagio a los habitantes del archipiélago.
Pero deportistas y delegados extranjeros fueron vistos de compras, usando transporte público y hasta comiendo en restaurantes fuera de la villa, para regocijo de los sufridos comerciantes locales azotados por más de un año de ventas casi nulas.
El espejismo de la seguridad sanitaria fue roto por un taxista que transportó atletas y declaró al diario Asahi: “La burbuja es un castillo en el aire”. Luego seguirá la factura por los Juegos más caros de la historia. La cifra total será astronómica y ha sido equiparada al coste de construir 300 hospitales con 300 camas a precio de mercado en Japón.
La ciudad de Tokio, los organizadores de los Olímpicos y el gobierno central deberán dividir la cuenta y decidir quién paga qué. Algunos medios locales calculan que, en impuestos, los habitantes de Tokio aportarían un promedio de US$1.000 por cabeza. Como se incluyen menores de edad, una familia con dos hijos pagaría US$4.000.
Durante Tokio 2020, Japón cosechó 58 medallas, un máximo histórico que hizo olvidar a muchos las amarguras de la pandemia y los animó a juntarse alrededor de los estadios sellados, haciendo caso omiso de la recomendación oficial de quedarse juiciosos viendo las competiciones por televisión.
Para el público mundial, Tokio 2020 fueron los Juegos donde se presentó la primera deportista transexual y ganaron medallas niños o adolescentes con dotes físicas extraordinarias. También fue un llamado de atención sobre la salud mental de los atletas y un ejemplo de eficaz acción política, al propiciar el rápido refugio de una atleta bielorrusa.
Para los tokiotas, los Juegos fueron una retahíla de sacrificios y una cuenta por pagar que se hace más llevadera a medida que más deportistas olímpicos trinan en sus redes sociales: “Arigato Tokio” (Gracias Tokio).
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.