Torre de Tokio: descansar o morir
Columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.
Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
Si Shakespeare hubiera vivido en el Japón del siglo XX su más célebre soliloquio empezaría: “Descansar o morir, esa es la cuestión”. El dilema existencial de muchos japoneses, sacrificarse por la empresa sin miramientos a su salud, originó en la década de los años setenta la palabra karoshi. Los médicos la usaron para catalogar las muertes repentinas y suicidios de empleados de fábricas y oficinas con exceso de carga laboral.
Aunque en muchos idiomas el término karoshi se utiliza sin traducir -por considerarlo un fenómeno típico nipón, como el sushi, el harakiri o el manga-, la muerte por exceso de trabajo cobra víctimas desde hace años en todo el mundo. (Recomendamos que lea más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Según la Organización Mundial de la Salud, en 2016 se registraron 745.000 defunciones por accidente cerebrovascular y cardiopatía isquémica (obstrucción de las arterias), como consecuencia de haber trabajado 55 horas a la semana o más.
La mayoría de las víctimas eran varones de entre 60 y 70 años en países del Pacífico occidental y el sudeste de Asia. El número de horas trabajadas, sin embargo, les suena a poco a los japoneses mayores que reconstruyeron el archipiélago después de la Segunda Guerra Mundial, para los cuales 100 horas extras al mes se hacen sin pestañear.
Hoy muchas empresas e instituciones japonesas desdeñan la legislación laboral que estipula el horario universal de ocho horas diarias. Pasar del centenar de horas extras al mes es una norma tácita en un país donde el trabajo ha sido equiparado a una religión, con un poder de cohesión social superior al de cualquier credo organizado. Por otra parte, el orgullo por el trabajo bien hecho y a tiempo hace que muchas personas ignoren los horarios y no lo piensen dos veces cuando hay que cumplir con una fecha o una hora de entrega acordada.
Durante la pandemia, el karoshi se ha intensificado, según se desprende de las denuncias en una web de auxilio llamada Consejo Nacional para la Defensa de las Víctimas de Karoshi. “Duermo tres horas cada noche”, “Cada mes trabajo 120 horas extras, pierdo peso y mi familia está preocupada” y “Mi jornada es de las 9 a las 24”, dicen algunos mensajes enviados por empleados y funcionarios públicos.
La OMS en su informe predice un incremento del riesgo de discapacidades o muerte por motivos ocupacionales a consecuencia del teletrabajo y la reducción de las nóminas de las empresas. Japón ha servido de observatorio anticipado de fenómenos sociales y económicos, como el rápido envejecimiento de la población, los intereses bancarios en cero y el efecto de la digitalización en las relaciones afectivas. Ahora toca ponerle atención al karoshi.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.
Si Shakespeare hubiera vivido en el Japón del siglo XX su más célebre soliloquio empezaría: “Descansar o morir, esa es la cuestión”. El dilema existencial de muchos japoneses, sacrificarse por la empresa sin miramientos a su salud, originó en la década de los años setenta la palabra karoshi. Los médicos la usaron para catalogar las muertes repentinas y suicidios de empleados de fábricas y oficinas con exceso de carga laboral.
Aunque en muchos idiomas el término karoshi se utiliza sin traducir -por considerarlo un fenómeno típico nipón, como el sushi, el harakiri o el manga-, la muerte por exceso de trabajo cobra víctimas desde hace años en todo el mundo. (Recomendamos que lea más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Según la Organización Mundial de la Salud, en 2016 se registraron 745.000 defunciones por accidente cerebrovascular y cardiopatía isquémica (obstrucción de las arterias), como consecuencia de haber trabajado 55 horas a la semana o más.
La mayoría de las víctimas eran varones de entre 60 y 70 años en países del Pacífico occidental y el sudeste de Asia. El número de horas trabajadas, sin embargo, les suena a poco a los japoneses mayores que reconstruyeron el archipiélago después de la Segunda Guerra Mundial, para los cuales 100 horas extras al mes se hacen sin pestañear.
Hoy muchas empresas e instituciones japonesas desdeñan la legislación laboral que estipula el horario universal de ocho horas diarias. Pasar del centenar de horas extras al mes es una norma tácita en un país donde el trabajo ha sido equiparado a una religión, con un poder de cohesión social superior al de cualquier credo organizado. Por otra parte, el orgullo por el trabajo bien hecho y a tiempo hace que muchas personas ignoren los horarios y no lo piensen dos veces cuando hay que cumplir con una fecha o una hora de entrega acordada.
Durante la pandemia, el karoshi se ha intensificado, según se desprende de las denuncias en una web de auxilio llamada Consejo Nacional para la Defensa de las Víctimas de Karoshi. “Duermo tres horas cada noche”, “Cada mes trabajo 120 horas extras, pierdo peso y mi familia está preocupada” y “Mi jornada es de las 9 a las 24”, dicen algunos mensajes enviados por empleados y funcionarios públicos.
La OMS en su informe predice un incremento del riesgo de discapacidades o muerte por motivos ocupacionales a consecuencia del teletrabajo y la reducción de las nóminas de las empresas. Japón ha servido de observatorio anticipado de fenómenos sociales y económicos, como el rápido envejecimiento de la población, los intereses bancarios en cero y el efecto de la digitalización en las relaciones afectivas. Ahora toca ponerle atención al karoshi.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.