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Después de salir de una audiencia con el emperador Akihito, un embajador argentino aseguró que el interior del Palacio Imperial de Tokio le había parecido muy bonito, pero que mejoraría mucho cuando al monarca le trajeran los muebles. (Recomendamos: Lea más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Ironías aparte, el diplomático expresaba así su desconcierto con el gusto japonés por espacios vacíos que emulan la habitación tradicional cuyo suelo está cubierto con tatami. Esta especie de colchón rectangular hecho de paja de arroz prensada, es tan higiénico y suave que para muchos japoneses vuelve redundantes asientos, sofás, mesas y camas.
A diferencia del tatami sintético preferido en todo el mundo para las artes marciales, el tatami natural se usa en el hogar japonés para recibir visitas, comer, recostarse o poner un colchón y echarse a dormir. Se mantiene impoluto debido a que, mucho antes de cualquier pandemia —y siguiendo una extendida costumbre oriental—, los japoneses proscribieron para siempre del interior de sus casas los mugrientos y contaminantes zapatos.
Aunque las generaciones más recientes crecen comiendo sentadas en un comedor y duermen en cama, la cultura japonesa está marcada por milenios de vida vivida a ras de tierra.
Grabados y pinturas antiguas ilustran la evolución de las formas de sentarse o acurrucarse en el piso, y los niños aprenden mirando a su padres un estricto protocolo adecuado a cada circunstancia.
Arrodillarse y apoyar los glúteos sobre los talones es la forma más elegante de sentarse desde el siglo XVI, cuando el maestro Sen no Rikyu inventó la liturgia minimalista de la ceremonia del té.
Pese a su refinamiento, esta postura puede paralizar la circulación y muchos extranjeros deseosos de entender la cultura probándola terminamos a gatas a la espera de una mano piadosa que nos ayude a levantarnos después de que la sangre regrese a nuestros entumecidos pies.
Para conocer formas más misericordiosas de sentarse, y entender la importancia del tatami en la cultura nipona, lo más rápido es ver películas de Yasujiro Ozu (1903-1963), consideradas por muchos críticos como la quintaesencia del cine nipón.
En Cuentos de Tokio, podemos contemplar en primera fila la dinámica de una familia cuyos lazos sufren por los cambios de valores que empiezan a ocurrir después de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la cámara que Ozu situaba a la altura de una persona sentada en un tatami.
Por suerte para los enviados extranjeros a Japón, las audiencias con los emperadores suelen ser encuentros efímeros que tienen lugar estando de pie.
Solo cuando el visitante tiene rango de jefe de Estado se le agasaja con menú francés en salones amoblados a la europea y diseñados para evitar que las piernas, y con ellas las relaciones internacionales, se agarroten.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.