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Tokio atrae orgullosa a millones de turistas usando dos monumentos emblemáticos copiados de otras urbes mundiales, la Torre Eiffel de París y la Estatua de la Libertad de Nueva York. Además, hace caso omiso a señalamientos de plagio o fusilamiento de ideas. La Torre Eiffel era ya el ícono cultural más conocido de Francia cuando los ingenieros japoneses la eligieron en 1958 como la referencia ideal para dotar de elegancia una colosal estructura que sostendría una torre de telecomunicaciones en el centro de Tokio. (Lea más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Pintada con el color naranja reglamentario de la seguridad aeronáutica y más alta que su parienta francesa, la Torre de Tokio nunca logró posicionarse fuera de Japón como ícono representativo de la capital nipona. Pero muchas guías de viajes siguen recomendando su mirador en los recorridos por el centro de la ciudad y su silueta se vende en llaveros y otra parafernalia turística.
Desde el año 2000, Tokio tiene también una réplica permanente de la Estatua de la Libertad, construida a una escala siete veces más pequeña que la de Nueva York. La reproducción fue hecha después de que un monumento idéntico, cedido por Francia durante un año para conmemorar los lazos franco-japoneses, se convirtiera en un gran imán para el turismo en la bahía de Tokio.
La explotación comercial de las dos emblemáticas construcciones es citada para hablar del talento japonés para la copia, un tema recurrente desde la segunda mitad del siglo pasado, cuando los productos nipones con tecnología prestada o copiada de Occidente empezaron a invadir los mercados del mundo.
En ese entonces se hablaba de cómo los ingenieros de Toyota habían desbaratado sendos modelos de Ford, Chevrolet y Chrysler, y los habían estudiado hasta la saciedad para encontrar la manera de fabricar el primer automóvil de pasajeros completamente hecho en Japón.
Bautizado con el eufemismo de ingeniería inversa, el método se ajustaba a la visión japonesa de copiar para asegurar la calidad tomando como base conceptos y diseños confirmados por su fama o su éxito comercial.
También concuerda con la práctica de repetir lo que está bien hecho, una filosofía similar a la del discípulo renacentista que pasaba años copiando a su maestro hasta alcanzar la perfección. Hoy son muchos los productos japoneses originados en ideas que en otros países no lograron su completo desarrollo. Bastó que alguien en Tokio, Kawasaki o Hiroshima, le diera la vuelta a algún detalle, o agregara algo que se les había olvidado a los creadores originales, para que se convirtiera en un producto exitoso. No fue el caso de la Estatua de la Libertad o la Torre Eiffel, cuyos originales nunca serán igualados.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.