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Onomatopeya japonesa para el viento que deja un tren al pasar: Piuuu! / Foto de Gonzalo Robledo
La costumbre nipona de salpicar de onomatopeyas el idioma hablado y escrito hace que la presentación de la aldea llamada Macondo en Cien años de soledad llegue a los lectores japoneses acentuada con un peculiar efecto sonoro. Al río de aguas diáfanas que se precipitan en un lecho de “piedras pulidas y blancas y enormes como huevos prehistóricos”, el traductor japonés le agregó una inesperada ñapa auditiva imposible de lograr en otros idiomas: el roce de las rocas goro-goro. (Recomendamos: Lea más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Lejos de ser un artificio rebuscado, la onomatopeya japonesa es un recurso lingüístico cotidiano y frecuente que, como en todas las culturas, se empieza a aprender y a practicar desde la más tierna infancia. Mientras los hispanohablantes aprendemos que los pollitos dicen pío-pío, el gallo quiquiriquí y la vaca mu, los niños nipones memorizan piyo-piyo, ko-ke-kokko y moo.
Pero a medida que los hispanohablantes crecemos, vamos dejando atrás las onomatopeyas por considerarlas parte del habla infantil. Los japoneses, en cambio, se hacen adultos mientras su idioma se enriquece con un largo catálogo de onomatopeyas para imitar sonidos de seres humanos y animales, recrear ruidos de la naturaleza, de objetos inanimados y hasta de estados psicológicos o sensaciones corporales.
Una mujer con un traje de lentejuelas a la luz de los focos resplandece pika-pika, mientras su colega la mira envidiosa con una falsa sonrisa niya-niya. Para describir el escozor de la piel quemada por el sol, basta señalarle al médico la parte afectada y decirle hiri-hiri. Si el marido japonés se queda mudo al escuchar que su esposa está embarazada, ella le dirá: Te quedaste ten-ten-ten, para significar los puntos suspensivos del silencio que nos sobrecoge al promedio de los hombres cuando escuchamos una noticia capaz de cambiarnos la vida.
Existen gruesos diccionarios de onomatopeyas japonesas usados para enriquecer el vocabulario y volver un discurso ágil, vibrante y atractivo, o para comprimir una larga expresión en un vocablo breve y fácil de ajustar a la ceñida métrica de la poesía haiku. La oferta de onomatopeyas japonesas es abrumante y algunos creadores las desdeñan por pura decisión estética. Es el caso del poeta del siglo XVII Matsuo Basho, al dejar que sus lectores imaginaran su propio efecto sonoro cuando la rana entra al agua en el haiku más famoso de todos los tiempos: Un viejo estanque, Salta la rana, Sonido del agua.
Cuando el nobel mexicano Octavio Paz hizo su versión en español y prefirió ¡Zas¡ Chapaleteo, demostró que, aun en manos sabias y bienintencionadas, las obras más insignes pueden quedar desamparadas.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.