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Torre de Tokio: paradoja nipona

Columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo @RobledoEnJapon * / Especial para El Espectador, Tokio
30 de mayo de 2021 - 02:00 a. m.
Ecologista Yoshinori Hiraga en sus ejercicios matinales en medio de un bosque de cedros japoneses en Chiba, al sureste de Tokio.
Ecologista Yoshinori Hiraga en sus ejercicios matinales en medio de un bosque de cedros japoneses en Chiba, al sureste de Tokio.
Foto: Foto de Gonzalo Robledo
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De la misma forma que Estados Unidos agrandó la silueta de millones de ciudadanos, fomentando con leyes el consumo del azúcar y las grasas, el gobierno japonés puso a su población a estornudar y a llorar, con masivas cantidades de polen originadas en un plan de reforestación del siglo pasado. (Lea más columnas sobre Japón de Gonzalo Robledo).

Para reconstruir ciudades enteras arrasadas por la Segunda Guerra mundial, Japón sembró, en la década de los años sesenta, millones de árboles de un cedro local conocido como sugi (Cryptomeria japonica). Su rápido crecimiento prevenía la erosión de las montañas, agotadas por la tala excesiva durante el conflicto, y suplía la demanda de vigas rectas y largas para la construcción.

Cuando el libre mercado entró en juego, las maderas importadas del sudeste de Asia resultaron más baratas y el cedro nipón se quedó, literalmente, plantado. Después de tres décadas, en su mejor momento de reproducción, los cedros empezaron a generar tal cantidad de polen que su efecto fue sentido en todo el país por millones de personas.

El picor en los ojos, los estornudos y la secreción acuosa incesante por la nariz, anuncian una temporada de tortura que puede durar de febrero a mayo, y que se alivia parcialmente con antihistamínicos y el uso de tapabocas y gafas selladas para impedir que el aire llegue hasta los ojos. La también llamada polinosis obliga a confinamientos similares a los de la actual pandemia, y por afectar más de 30 millones de personas en Japón, ha sido llamada la “enfermedad nacional”.

Algunos comentaristas hablan de “venganza de la naturaleza” o de un “desastre hecho por el hombre”. Otros, acusan al gobierno de la época por no anticipar las consecuencias de un monocultivo que ocupa el 18 por ciento de los bosques de Japón, según la última estadística oficial, publicada en 2012.

Pero al contrario de Estados Unidos, donde la Fundación de Investigaciones del Azúcar (SRF, por su siglas en inglés) se ganó en 1976 el premio de relaciones públicas por desactivar con éxito las campañas para reducir el consumo de azúcar y combatir la obesidad, la diabetes, la caries y los males cardíacos, en Japón la siembra desaforada de cedros ha tenido pocos defensores.

Muchos investigadores se han dado a la tarea de desarrollar variedades de coníferas con menos polen, pero advierten que reemplazar los árboles actuales podría tomar varios siglos. Si los antiguos navegantes que viajaban a tierras desconocidas en busca de canela y comino participaran de la conversación, se preguntarían por qué la economía contemporánea obliga a comprar a miles de kilómetros lo que crece en el patio de la casa y señalarían esa paradoja como la causa principal de la polinosis nipona.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo @RobledoEnJapon * / Especial para El Espectador, Tokio

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