Torre de Tokio: Viva Naomi
Columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.
Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
Alabada por algunos medios occidentales por su elegante austeridad y calificada de lúgubre por otros, la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 fue objeto de lecturas dispares y opiniones encontradas también dentro de Japón. (Recomendamos: Lea aquí más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
El septuagenario director de cine y comediante Takeshi Kitano, León de Oro en Venecia en 1997 con su película Hana-bi, pidió el reembolso de los impuestos usados en la ceremonia y aseguró sentirse demasiado avergonzado “como para viajar al extranjero”.
Para muchos japoneses de la calle, la divertida coreografía de los 50 pictogramas olímpicos tuvo el nivel técnico de un típico programa matinal de la televisión local y fue insuficiente para representar el potencial creativo del Japón actual.
Otros dijeron que el ascetismo obligado por la pandemia no justificaba lo deshilvanado de la ceremonia, ni la ausencia de detalles ingeniosos de ediciones anteriores, como el arquero en silla de ruedas de Barcelona 92 o la aparición en la clausura de Río 2016 del entonces primer ministro japonés, Shinzo Abe, disfrazado de Super Mario.
La hazaña tecnológica de la noche, el vuelo sincronizado de 1.824 drones formando el logo de Tokio 2020 y un mapamundi, fue sacada del catálogo de la filial de espectáculos de la estadounidense Intel y había sido ya vista, con mayor impacto visual, en los Juegos Olímpicos de Invierno 2018 en la ciudad surcoreana de Pyeongchang.
Los uniformados que con paso marcial izaron el pabellón japonés frente al techo de una pagoda evocaron el tufo nacionalista que tienen las celebraciones para revivir las glorias militares niponas de antes de la Segunda Guerra Mundial.
El hecho más memorable para los extranjeros residentes que tenemos hijos de madre o padre japoneses fue la elección de dos deportistas de raza nipona cruzada (con africano y haitiana), para portar el pabellón nacional y encender el pebetero olímpico.
Encender la llama es un honor destinado a perdurar, y en Tokio 1964 correspondió a un atleta nacido el día del bombardeo atómico de Hiroshima.
Elegir a Naomi Osaka, una tenista haitiano-nipona que apoya abiertamente el movimiento Black Lives Matter, podría ser el mensaje de una sociedad más abierta a la igualdad de la mujer y a la diversidad racial.
Pero según algunos comentaristas, la tardía elección de Naomi se originó en las múltiples meteduras de pata de los directores y colaboradores de la ceremonia que fueron destituidos por haber incurrido en insultos machistas, burlas antisemitas, escarnio de las personas obesas y hostigamiento a los discapacitados.
Naomi ayudó a lavar la fachada y, a su manera, contribuyó a mejorar el recuerdo que dejarán los que, antes de empezar, ya habían sido llamados “los Juegos Olímpicos más raros de la historia”.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.
Alabada por algunos medios occidentales por su elegante austeridad y calificada de lúgubre por otros, la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 fue objeto de lecturas dispares y opiniones encontradas también dentro de Japón. (Recomendamos: Lea aquí más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
El septuagenario director de cine y comediante Takeshi Kitano, León de Oro en Venecia en 1997 con su película Hana-bi, pidió el reembolso de los impuestos usados en la ceremonia y aseguró sentirse demasiado avergonzado “como para viajar al extranjero”.
Para muchos japoneses de la calle, la divertida coreografía de los 50 pictogramas olímpicos tuvo el nivel técnico de un típico programa matinal de la televisión local y fue insuficiente para representar el potencial creativo del Japón actual.
Otros dijeron que el ascetismo obligado por la pandemia no justificaba lo deshilvanado de la ceremonia, ni la ausencia de detalles ingeniosos de ediciones anteriores, como el arquero en silla de ruedas de Barcelona 92 o la aparición en la clausura de Río 2016 del entonces primer ministro japonés, Shinzo Abe, disfrazado de Super Mario.
La hazaña tecnológica de la noche, el vuelo sincronizado de 1.824 drones formando el logo de Tokio 2020 y un mapamundi, fue sacada del catálogo de la filial de espectáculos de la estadounidense Intel y había sido ya vista, con mayor impacto visual, en los Juegos Olímpicos de Invierno 2018 en la ciudad surcoreana de Pyeongchang.
Los uniformados que con paso marcial izaron el pabellón japonés frente al techo de una pagoda evocaron el tufo nacionalista que tienen las celebraciones para revivir las glorias militares niponas de antes de la Segunda Guerra Mundial.
El hecho más memorable para los extranjeros residentes que tenemos hijos de madre o padre japoneses fue la elección de dos deportistas de raza nipona cruzada (con africano y haitiana), para portar el pabellón nacional y encender el pebetero olímpico.
Encender la llama es un honor destinado a perdurar, y en Tokio 1964 correspondió a un atleta nacido el día del bombardeo atómico de Hiroshima.
Elegir a Naomi Osaka, una tenista haitiano-nipona que apoya abiertamente el movimiento Black Lives Matter, podría ser el mensaje de una sociedad más abierta a la igualdad de la mujer y a la diversidad racial.
Pero según algunos comentaristas, la tardía elección de Naomi se originó en las múltiples meteduras de pata de los directores y colaboradores de la ceremonia que fueron destituidos por haber incurrido en insultos machistas, burlas antisemitas, escarnio de las personas obesas y hostigamiento a los discapacitados.
Naomi ayudó a lavar la fachada y, a su manera, contribuyó a mejorar el recuerdo que dejarán los que, antes de empezar, ya habían sido llamados “los Juegos Olímpicos más raros de la historia”.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.