“En Venezuela hay que estar preparado para ser secuestrado”: Pedro Pizano
A pesar de que el régimen de Nicolás Maduro ha liberado casi 1.000 personas antes del fin de 2024, las denuncias por detenciones arbitrarias a opositores siguen vigentes. Pedro Pizano, del Instituto McCain de Estados Unidos, al cual estaba asociado Jesús Armas, uno de los últimos retenidos, habló con El Espectador al respecto.
Hugo Santiago Caro
¿Era previsible la detención de Armas?
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¿Era previsible la detención de Armas?
Lastimosamente, en la Venezuela de hoy esto es común. Diferentes grupos, como Provea, han hablado de entre 75 y 2.000 presos políticos en este momento. Todos conocemos muy bien la historia de Leopoldo López, quien se entregó y pasó siete años en la cárcel. Ahora no es solo Jesús, sino muchas otras personas. Entonces, no solo es previsible, sino que también, en un país como Venezuela, hay que estar preparado para, en últimas, ser secuestrado. Eso es lo que está pasando con Jesús. El secuestro, a diferencia de lo que nos pasó en Colombia, no lo realiza un grupo armado al margen de la ley, sino el grupo armado frente a la ley, en control del gobierno de Nicolás Maduro y sus aliados.
Tiene que arrestar a personas como Jesús, torturarlas y mantenerlas detenidas. Sabemos que él está en El Helicoide, el centro de tortura más grande de toda América Latina. No sabemos nada de él desde las 9:19 p. m. del 10 de diciembre de 2024. Lleva desaparecido forzosamente. Ni su hermana, ni su mamá, ni su novia, ni las dos abogadas han logrado saber de él.
Nosotros estábamos preparados porque él mismo nos dijo, a través de su abogada Génesis Ávila, que tenía los contactos y protocolos en caso de que esto ocurriera. Jesús estaba saliendo de una protesta donde defendía a los prisioneros políticos. En un café, en las afueras de Canel, seis agentes encapuchados y sin identificación lo obligaron a subir a una Toyota plateada sin placas ni matrícula. No presentaron orden de captura ni justificación para su actuación.
Lo que pedimos, no solo desde instituciones como el Instituto McCain o la Fundación Obama, es también lo mínimo: que lo liberen inmediatamente. Sabemos que estas detenciones son muchas veces para intimidar. Es crucial que nos digan cuáles son los cargos y que, por favor, no lo torturen. Pero ya el hecho de su desaparición forzada y detención arbitraria constituyen formas de tortura. Lo que sabemos de El Helicoide es que es una prisión horrible.
¿Más allá de llamados, qué se puede hacer?
La comunidad internacional, o la mal llamada comunidad internacional —porque está compuesta por muchas instituciones que abogan por acabar estas prácticas sistemáticas—, debería enfocarse, más allá de eso, en tres cosas esenciales.
Primero, una condena absoluta al uso de personas como alfiles en un juego geopolítico o en un juego político doméstico. Las personas no son fichas de ajedrez para jugar con ellas, sacarlas y meterlas a la cárcel, ya sea para obtener concesiones de Estados Unidos —como en el caso de los estadounidenses detenidos en Venezuela— o para intimidar a grupos, como el de María Corina Machado, para el cual trabajaba Jesús Armas. En resumen, debe quedar claro que las personas no somos fichas de ajedrez, no somos objetos; somos fines en sí mismos, como decía un embajador alemán recientemente. Por tanto, ninguna institución, actor estatal o no estatal debería usar a las personas de esta manera.
Segundo, deben existir repercusiones reales y sistemáticas para quienes toman secuestrados. En Colombia sabemos bastante de esto, aunque con resultados mixtos. Sin embargo, cuando se trata de Estados, rara vez hay consecuencias. Existen ideas, como la de permitir que se demande a Estados considerados terroristas bajo excepciones legales, como la de la “Foreign Sovereign Immunities Act” en Estados Unidos. Podríamos extender esta idea para incluir a Estados que toman rehenes o prisioneros políticos, permitiendo confiscar propiedades que esos Estados tienen en el extranjero y entregárselas a las víctimas. Esto actuaría como un desincentivo efectivo.
Tercero, justicia. En Venezuela hemos intentado, sin éxito, lograr justicia para las víctimas. Pero debe quedar claro que figuras como Maduro o Diosdado Cabello deben responder ante la Corte Penal Internacional. Cuando cambie el sistema, debe implementarse una justicia transicional para que quienes cometieron abusos sistemáticos, crímenes de lesa humanidad, secuestros y violaciones de derechos humanos enfrenten consecuencias. Los crímenes no deben prescribir, y debe haber la certeza de que no olvidaremos estos actos. Esto no puede convertirse en un caso como el de Cuba, que lleva más de 60 años sin justicia.
Desde la perspectiva interna, ¿cómo podrían los actores mantener la resistencia democrática frente a esta persecución sistemática?
Una de las mejores formas de resistencia democrática sigue siendo la vía electoral. Las primarias venezolanas del 28 de julio son un ejemplo increíble de cómo la oposición se unió, eligió un candidato único y organizó elecciones ejemplares, aunque el régimen les robó los resultados.
En Colombia, durante la dictadura de Rojas Pinilla, tuvimos un contexto distinto, pero similar en espíritu. Líderes como Alberto Lleras Camargo fueron arrestados repetidamente, pero continuaron la resistencia democrática hasta que lograron derrocar al régimen. Sin embargo, la situación en Venezuela es más compleja. El Ejército allí ha capturado el Estado, algo que no ocurrió de la misma manera en Colombia.
La lucha por la libertad es dura y requiere sacrificios. En países más libres damos por sentada nuestra libertad, olvidando lo que costó alcanzarla. En Venezuela, líderes como María Corina Machado, Jesús Armas, Rodrigo Diamanti y Rocío San Miguel nos recuerdan este sacrificio. Saben los riesgos que enfrentan, pero aun así siguen luchando.
Estamos a semanas de la posesión de Maduro el 10 de enero, ¿qué esperar?
Entiendo que las protestas continúan y que se hará lo posible para seguir demostrando que las elecciones fueron fraudulentas y que no deberían ser reconocidas. Tenemos algunos ejemplos recientes fascinantes: en Rumania, la Corte Constitucional aceptó que hubo interferencia rusa y ordenó repetir las elecciones. En el caso de la República de Georgia ocurrió lo contrario. Aunque unas elecciones parecían robadas, la Corte decidió que no lo eran. En países más pequeños, con una influencia rusa mucho más fuerte, es otra historia, pero en general parece que los regímenes autoritarios se han vuelto muy hábiles en manipular el sistema.
Venezuela técnicamente es un régimen autoritario competitivo, no una dictadura total. Aunque cada vez está más cerca de serlo, no es un país totalitario, porque todavía organiza elecciones para aparentar competitividad. Sin embargo, creo que se está consolidando como un régimen autoritario dictatorial. Ellos saben que pueden esperar y que no les pasará nada.
Por ejemplo, Trump asumirá el poder el 20 de enero, después de que las elecciones sean certificadas el 5 o 6 de ese mes. Marco Rubio, un gran aliado de los amigos de la libertad en Venezuela, va a estar presionando. Parece que, por primera vez en muchos años, el hemisferio occidental será más importante en la política estadounidense. Ojalá eso impulse la libertad y la democracia en la región.
¿Qué podría pasar de aquí al 10 de enero? Es posible que el régimen suavice un poco su postura, pero no veo señales claras de que algo significativo vaya a ocurrir. Quizá, como una concesión para distraer, liberen a alguien, ojalá a Jesús y a otros presos políticos en la Embajada argentina. Sin embargo, desde mi perspectiva, no parece que algo vaya a cambiar drásticamente.
Ojalá sea una acción democrática y pacífica que reconstruya la cultura democrática en Venezuela. Porque, al final, la democracia no muere por una persona; muere por años de corrupción, elitismo y la incapacidad de los gobiernos de proveer servicios básicos.
Esto permite que figuras como Chávez, Petro o Trump capturen el descontento social a través de lo que llaman populismo demagógico. Ejemplos similares son Bolsonaro y Lula, cada uno en su contexto. Se mantienen en el poder aprovechando la frustración de las zonas que han sido históricamente marginadas. Pero, ojalá, haya un cambio rápido en Venezuela y se retome el camino hacia la democracia.
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