Jorge Orlando Melo: “No hay elección: las ciudades seguirán existiendo”

El historiador, galardonado profesor universitario y autor de más de veinte libros, interpreta el impacto sociológico que tendrán, o no, los repentinos cambios de conducta de los ciudadanos que fueron obligados a aislarse de los demás por la pandemia del coronavirus. Habla de las epidemias que han asolado al mundo y a América en el último siglo desde la Conquista.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
22 de marzo de 2020 - 02:00 a. m.
Dice Jorge Orlando Melo ante el efecto geográfico de la pandemia: “No creo que muchos se vayan a vivir al campo para reducir sus riesgos de contagio”.  / Mauricio Alvarado - El Espectador
Dice Jorge Orlando Melo ante el efecto geográfico de la pandemia: “No creo que muchos se vayan a vivir al campo para reducir sus riesgos de contagio”. / Mauricio Alvarado - El Espectador
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¿Es cierto o falso que pandemias como la que está padeciendo hoy el mundo se presentan, fatalmente, cada determinado período histórico (50 o 100 años) como parecen sugerirlo los textos sobre las epidemias masivas de la antigüedad hasta las de hoy?

No existe ninguna razón para que las epidemias se produzcan en períodos regulares. Por supuesto, si uno habla de 50 o 100 años muestra ya que no existe regularidad. Parodiando a Borges, las epidemias no son “devotas del sistema decimal”.

Aunque ha habido otras en los últimos 100 años, la pandemia más grave de la historia es la llamada gripe española (influenza) de 1918, que afectó, según los datos disponibles, a 500 millones de seres humanos en el mundo y dejó 50 millones de muertos. ¿Se puede deducir de la expansión de ese virus masivo, y otros, un fenómeno cíclico similar al de la teoría de Darwin sobre la selección natural de las especies o esta es una explicación absurda ante lo desconocido?

Hoy domina la teoría del contagio: las pandemias se dan porque los microorganismos dañinos se trasmiten. A veces crean defensas, como en el caso de la viruela, que los españoles conocían y los indios no. Esto hace que entre epidemias haya, a veces, una “generación” libre, hasta que se forma una población sin defensas. Y, a veces, la sociedad logra defenderse con conductas preventivas razonables como cuarentenas (en Colombia se aplicaron desde la colonia), limpieza, medidas sanitarias o acción médica. Pero eso no tiene nada de cíclico: se aprende y se olvida. Y hay que aprenderlo de nuevo.

Más recientemente, en 2003, apareció el denominado síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés), una neumonía rara que apareció también en China y se expandió a otros continentes. La tasa de mortalidad fue calculada entre el 13 % y el 18 %, según los países afectados. Pero lo que más sorprende es que la Organización Mundial de la Salud (OMS) la clasificó como un virus no conocido antes en seres humanos, “un tipo de coronavirus...” De esto hace ya 17 años ¿La humanidad, incluyendo a sus científicos, ha ignorado las alertas de la historia y a esto se debe que la situación se haya desbordado?

Siempre es posible pensar que se pudo lograr más. Las decisiones sobre qué hacer tienen muy en cuenta factores políticos porque las toman gobiernos u organismos como la OMS, que quieren ganar poder o quedar bien. En Colombia, las muertes por malaria pasaron de 18 mil, en 1942, según decían, a casi nada en 1980. Pero volvieron porque en 1994, siguiendo presiones de Estados Unidos, prohibimos, probablemente con buenas razones, el DDT (pesticida e insecticida que combate plagas y algunas enfermedades humanas como la malaria) ¿Que podía haberse hecho para que no surgiera un nuevo tipo de virus? Por supuesto, para que no se propague, se pueden tomar medidas drásticas de control como las de China, o menos drásticas como las de Corea del Sur, pero tienen costos políticos y económicos. Y no hay forma de calcular con precisión sus efectos directos o indirectos.

¡¿Un cálculo entre los efectos sobre la salud pública, los resultados económicos y la política?! Muy difícil hacer esa ecuación. Deme un ejemplo, por favor.

Si hubiéramos bloqueado todo el tráfico internacional hace tres meses, probablemente no tendríamos ni un caso de coronavirus, pero podríamos tener desempleo, hambre y otras enfermedades, aunque no sabemos si tan grandes como los que habrá ahora. La OMS se demoró para declarar que esto era una pandemia porque le daba miedo que la acusaran de provocar caos económico. Pero, al mismo tiempo, daba cifras engañosas sin restar las curaciones, para que la gente se asustara más y que, así, los gobiernos tomaran medidas duras sin decir que era por su recomendación. Muchos gobiernos hicieron lo mismo: no dejarse acusar de provocar caos económico y, a costa de vacilaciones que produjeron más muertes, tomaron las medidas duras cuando ya era imposible ignorar los riesgos a la salud.

La mayoría de las pandemias se han relacionado con variaciones de gripe y afecciones respiratorias. Pero, antes, había temor a la peste. Todas estas enfermedades se adquieren por contagio, como usted dice: ¿están condenados los seres humanos, para mantenerse a salvo de esas afecciones, a vivir relativamente separados de los demás, a cambio de vivir en grandes conglomerados urbanos como es el mundo del presente?

No hay elección: las ciudades seguirán existiendo porque, hoy, son mucho más sanas que el campo. Más bien, se buscarán maneras de reducir los contagios. Hasta comienzos del siglo XX las ciudades eran menos saludables que el campo. Allí se produjeron las grandes epidemias de la Edad Media y los tiempos modernos, pero les pusieron acueductos de metal y alcantarillados, se volvieron más sanas y en ellas hay hospitales, colegios y mercados. No creo que muchos se vayan a vivir al campo, aislados, para reducir sus riesgos de contagio.

Usted es reconocido por sus libros sobre historia de Colombia ¿Cuál ha sido la peor pandemia sufrida por nuestras gentes desde la época de la Conquista hasta hoy?

Probablemente la suma de las infecciones traídas por los conquistadores, la violencia y la destrucción de los cultivos fueron la causa principal de que se acabara casi del todo la población indígena de América. Los mejores cálculos indican que murió, más o menos, el 90 % de los indios aunque no solo por las enfermedades: murieron también de hambre, pues los españoles les quemaban los cultivos o les quitaban la tierra para poner vacas o por otras razones. Según los cronistas, en una epidemia de viruela moría la tercera parte de los habitantes, no alcanzaban las tumbas, no había quién enterrara a los muertos y, al tiempo, venía otra epidemia.

Además de la viruela, ¿cuáles otras enfermedades epidémicas afectaron a los grupos de población indígena en Colombia y América durante la Conquista y la Colonia?

La historia colombiana comienza con una época de epidemias, con las que muere, quizás, el 90 % de la población de toda América. Se trataba de enfermedades hasta entonces desconocidas, como viruela, sarampión, tifo, fiebre amarilla, malaria, dengue, disentería, influenza. Hubo epidemias locales graves de viruela en 1556, 1589, 1740, 1758, 1782, 1802 (cuando se aplicó la vacuna, tomando fluidos de las vacas), 1816, etc. El cólera apareció en 1849-51. Se extendió desde Asia hasta Europa, Estados Unidos y la Nueva Granada. Tuvimos la tercera pandemia en 1918 cuando llegó la “gripa española”. Yo diría que la actual es la cuarta, para no contar el sida, una pandemia también viral de hace unos 40 años que logró controlarse. La pandemia de viruela permitió la conquista: las viruelas derrotaron, en 1740, a Vernon en Cartagena y, en 1819, ayudaron a derrotar a Pablo Morillo. La pandemia del cólera produjo efectos menos graves y la del coronavirus no sabemos todavía que va a producir.

¿Además de la mortalidad provocada por la violencia de los conquistadores, ¿por qué fue tan nociva la presencia, en América, de los europeos, cuya presencia diezmó la población aborigen?

Cuando el clima dañaba dos cosechas seguidas en Europa había hambruna, se debilitaba la resistencia a las enfermedades y llegaban la peste bubónica o las demás infecciones. En América no había hambrunas porque los indios tenían una agricultura muy productiva, de modo que no se debilitaban por hambre y tampoco había muchos transmisores de enfermedades: no conocían la viruela, la fiebre amarilla, el tifo, la malaria, porque no tenían vacas ni vivían en ciudades llenas de ratas como en Europa. Estaban bien defendidos y poco atacados. Por eso, las enfermedades españolas fueron tan terribles: les llegó el hambre y les llegaron los virus y los parásitos.

¿Se puede llamar pandemia a la viruela que produjo muertes masivas en el primer siglo de la Conquista?, ¿fue similar a la que hoy enfrenta el mundo?

Si pandemia es una epidemia que se riega por muchos países, las epidemias de viruelas lo fueron, pues se extendieron desde México hasta Argentina.

En la historia del último siglo en Colombia y en esta parte del continente suramericano, ¿se han podido identificar factores propios de la región y de sus condiciones geográficas y climáticas que las hagan propensas o, por el contrario, resistentes a ciertas enfermedades que podrían extenderse como epidemias o pandemias?

Los españoles creían que las enfermedades se presentaban, sobre todo, por el clima, el mal aire (malaria), los vapores de la descomposición de los pantanos, basureros y cementerios y por las lluvias. Hoy sabemos que las epidemias pueden atacar en climas muy diferentes y que en un mismo clima, a veces hay enfermedades y, a veces, desaparecen. La misma región en donde nunca hubo malaria antes de 1500, el Darién y Panamá, fue el centro de ese mal, hace 150 años. Lo que importa es la forma como actúen las sociedades.

El mundo que viviremos después de miles de muertos y de vencer el coronavirus, ¿será mejor o peor, distinto o igual al que hemos conocido?

Este año morirán probablemente 20 mil o 30 mil personas en el mundo por el coronavirus y más de 60 millones por otras causas. Lo que ha hecho dramático el coronavirus es que pone en primer plano la responsabilidad de la sociedad, pues el número de muertos se afecta con las conductas de todos, el estado del sistema de salud, la coherencia de las medidas del gobierno y la responsabilidad y prudencia de la gente. Además, se presta para el pánico social, para soluciones mágicas o religiosas, para invitaciones a mostrar la “berraquera” de los colombianos en lugar de aplicar la mejor prevención posible y asumir sus costos. Lo que habrá después será, probablemente, una sociedad más pendiente de las medidas públicas para controlar la salud y, ojalá, más atenta a sus propias conductas y más exigente con los gobiernos. Y la salud, como la inmigración, será un motivo adicional para teorías conspirativas, ataques basados en cifras inventadas contra unos y otros, noticias falsas, etc.

¿Cómo así? Explíqueme por qué, cómo y entre quiénes el tema de salud se convertirá en un arma de ataque ¿Entre gobierno y oposición, por ejemplo?

Puede ser entre gobiernos y oposición o entre gobierno y gobierno. Hay gente diciendo que el coronavirus fue un invento de los chinos para perjudicar a Estados Unidos. En España, hay sectores que piensan que las medidas para enfrentar la pandemia están orientadas a entregarles el poder a los separatistas y a los comunistas. Y me imagino que debe haber venezolanos que piensan que el coronavirus es parte de una conspiración de Trump.

Usted ha sido profesor universitario por varias décadas y supongo que hasta ahora ha dictado clases presenciales. ¿Se ha adaptado a dictar clases virtuales de un tiempo para acá, pero, ante todo, debido a las exigencias sanitarias del coronavirus?

Yo he usado la red para publicar mis trabajos desde hace unos veinte años, en una página llamada www.jorgeorlandomelo.com. Pero no por el temor a que mis lectores se enfermaran: era para aprovechar una posibilidad adicional de divulgación. No creo que la presión de salud lleve a cambiar el sistema escolar aunque puede servir para explorar algunos mecanismos razonables de uso de la red. Colombia tiene millones de computadores en los colegios públicos, y no tiene casi contenidos interesantes en ellos. Fue la inversión más absurda: miles de millones en máquinas y pocos pesos en textos, ideas y gráficas.

Sus alumnos, por más milenials que sean, han estado acostumbrados a aprender en un aula física y mirando de frente a su profesor. ¿Han respondido al cambio repentino que significa la totalidad del aprendizaje vía virtual con cero presencia real, o ha habido dificultades, por ejemplo, de concentración y tiempo de aprendizaje?

No he podido evaluarlo, aunque yo me siento más bien transmilenial. Lo más notable de esta epidemia es que la información oficial y pública es muy mala, incluso la de la OMS. Las estadísticas que se usan son absurdas, las medidas de mortalidad o de contagio que dan no son comparables ni verificables. No creo, por lo mismo, que nadie haya medido el impacto de la enseñanza virtual en Colombia sobre la velocidad del aprendizaje, pero todos van a discutir como si hubiera datos precisos sobre todo esto. Y sería bueno que los hubiera.

¿Las universidades físicas, con sus enormes y en muchas ocasiones bellos espacios arquitectónicos tal como los conocemos hoy, están destinadas a desaparecer y estarán abocadas a renacer digitalmente y solo con herramientas tecnológicas?

Seguramente habrá coexistencia: van a crecer los elementos digitales, pero hay muchas cosas que no son fáciles de dejar de hacer físicamente. Por ejemplo, los experimentos en laboratorio, además de otras actividades que requieren la presencia personal. También se debe tener en cuenta el hecho de que habrá que esperar un tiempo antes de que la gente se adapte, por completo, a estudiar únicamente por medios digitales.

“Llevamos miles de años dando prelación a la ciudad y eso no va a cambiar”

La pandemia del coronavirus ha modificado drásticamente las condiciones en que vive la mayoría de seres humanos: en ciudades de millones de habitantes, en residencias de pocos metros privados y de muchos metros de espacio público donde todos se entremezclan. Para vencerla, se requiere todo lo contrario: aislamiento, poco contacto físico y eliminación de las actividades multitudinarias ¿Estamos ante una nueva forma de relacionamiento humano que implica una especie de regreso al pasado?

La gente seguirá viviendo en ciudades aunque aprenda, algo, a aprovechar las posibilidades que da, por ejemplo, la conectividad para trabajar menos amontonados y aunque mejoren las condiciones para prevenir los contagios. Llevamos miles de años dando prelación a la ciudad y eso no va a cambiar. Las epidemias golpearon las ciudades medievales y modernas; Londres tuvo peste tras peste sin que la gente se dispersara. Y vivir aislados, lejos de cuidados y hospitales, sin aguas tratadas, sin alcantarillados, puede llevar a más muertos que los que produce una epidemia. Además, cada vez más, las muertes tienen que ver con condiciones no infecciosas: cánceres y enfermedades cardíacas que no van a reducirse si nos vamos a vivir al monte.   

“El impacto será temporal”

Para usted ¿resulta cierto que debido a las exigencias médicas para vencer el coronavirus, en el mundo se está precipitando la modalidad única de trabajo en casa, acelerando el fin de las oficinas físicas a las que se acude cada mañana, como ocurre hoy todavía y sucedía, casi sin excepción, hasta hace unas semanas?

Si no se ha acabado el uso de los carros por los accidentes de tránsito, no creo que se acabe el trabajo en fábricas, almacenes y cultivos por el riesgo de contagio con el coronavirus. El impacto será temporal y sobre una parte del empleo aunque puede acelerar, ligeramente, una tendencia que ya existe. Pero ha quedado en evidencia que los sistemas laborales del mundo no responden a estas situaciones: las autoridades ordenan quedarse en casa pero muchos pueden ser despedidos, no tienen ningún cubrimiento para estos casos y, finalmente, tienen que ir a la oficina en un transporte público congestionado y contaminante. Ojalá sea una oportunidad para permitir más trámites por red y teléfono con funcionarios menos amarrados a sus asientos, y para replantear lo lógica de muchas funciones burocráticas.

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Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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