Cuando la CIA usó gatos como espías

El experimento se hizo en los años 60 y la organización de inteligencia gastó millones de dólares para crear una fuerza felina de espionaje. Las cosas no salieron como esperaban.

El Espectador
05 de mayo de 2018 - 03:00 a. m.
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Los investigadores de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) tienen récord en experimentos frustrados. Intentaron controlar la mente, cambiar la inclinación sexual a punta de videos eróticos y hasta controlar la libido de un elefante con drogas. Sin embargo, hay uno que llama particularmente la atención.

En la década de los 60 se les ocurrió que un arma para espiar a los enemigos podrían ser los animales. En el libro Spycraft, escrito por H. Keith Melton y Robert Wallace, exagentes de la agencia de espionaje estadounidense, se explica cómo se les ocurrió la idea de entrenar gatos. Resulta que vieron a un presidente asiático rodeado por varios mininos durante una reunión de gabinete y pensaron que justo los felinos eran los animales ideales para espiar a los enemigos.

Decidieron arrancar con un grupo de cinco gatos, por sigilosos, inteligentes y rápidos, además de su cercanía con varios líderes de la época. Los investigadores y científicos que desarrollarían el proyecto coincidieron en que “sería fácil obtener información cuando el objetivo (generalmente personas afines a intereses de la Unión Soviética) del espionaje acariciara al animal”.

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El proyecto se llamó “Gatito Acústico” y les costó en esa época US$20 millones. Una cifra astronómica para un experimento que parecía más la historia para una película de ciencia ficción. Durante cinco años, un equipo de cerca de 20 personas participaron, no sólo en el desarrollo tecnológico que haría de los gatos el “cuerpo más sofisticado de espías”, sino en el entrenamiento.

Colocaron un pequeño transmisor a una gata gris y blanca. Luego escondieron un micrófono en su canal auditivo y adaptaron una antena que recorría su espalda hasta la punta de la cola. Pero hubo un problemita: el gato era muy pequeño y la batería que tenía se descargaba muy rápido. Así sólo pudieron grabar conversaciones muy cortas. Eso cuando el gato no se arrancaba el adaptador de la oreja, algo que pasaba con mucha frecuencia.

Los aparatos fueron adaptados de otra manera para evitar que este accidente se repitiera, pero se encontraron con que dominar la naturaleza felina no era tarea fácil. Un grupo de 20 personas se dedicaron durante meses a entrenar a los gatos para que siguieran sus órdenes. Pero quien tiene gatos bien sabe que son animales independientes (algunos dicen que caprichosos) y, si bien pueden seguir órdenes, lo hacen cuando ellos quieren.

Pero el escuadrón espía felino, estimaron los científicos, estaba listo para actuar. La agencia ya había sufrido varios problemas con espías que, por ofertas generosas, se pasaban al bando enemigo. “¿Qué mejor que contar con la lealtad de una mascota?”, dijeron los científicos.

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Lanzaron a dos de los más adelantados a una misión importante. Debían seguir a un doble espía en una calle de Washington. Uno de los gatos espías escapó buscando comida y la antena que podía ayudar a sus entrenadores a ubicarlo se descargó. El primer espía se perdió sin siquiera comenzar la misión.

El proyecto no podía fracasar así, por lo que los veterinarios solucionaron el problema de la comida. Operaron al siguiente agente gatuno para quitarle la sensación de hambre y que así se enfocara sólo en la misión. El gato estaba listo, seguía órdenes y tenía su objetivo en la mira.

Tan pronto el gato ubicó a su objetivo, un agente soviético que descansaba en un parque de Nueva York, salió corriendo hacia él. No lo entrenaron para cruzar calles y el gato no vio un taxi que lo atropelló y mató al instante. Meses después, la CIA descartó el proyecto.

Por El Espectador

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