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A comienzos de la década de 1960, el programa Apollo de la NASA para la exploración tripulada de la Luna se movía a toda velocidad. En búsqueda de sitios adecuados para el aterrizaje, la NASA había enviado las sondas Ranger, que tomaron fotografías de la superficie de la Luna. Para analizarlas había conformado un equipo de científicos liderados por el holandés Gerard Kuiper.
Kuiper era un pionero de la astronomía planetaria, había descubierto las atmósferas de Titán y Miranda, lunas de Saturno y Urano, respectivamente, y había identificado en las fotos tomadas por las sondas Ranger que los cráteres de la Luna eran el resultado de impactos de meteoros y no del vulcanismo en el satélite. Su nombre es célebre en estos días por la llegada de la sonda New Horizons a Plutón, el mayor objeto del cinturón de Kuiper, la zona del sistema solar descrita por este astrónomo y que ahora lleva su nombre.
Otro de los proyectos de Kuiper era la observación de la luz infrarroja. Este tipo de luz, invisible para los ojos de los humanos, es emitida por los objetos del sistema solar y su observación podría revelar aspectos importantes sobre la composición de sus atmósferas. Sin embargo, la luz infrarroja no se transmite muy bien a través de nuestra atmósfera y para observar las señales que provienen del espacio es necesario registrarlas desde un lugar muy alto y muy seco.
Kuiper conocía bien las montañas de Hawai. Allí fue donde los astronautas del programa Apollo realizaron el entrenamiento para el alunizaje, buscando paisajes similares a los que revelaban las fotos de las sondas Ranger. Su pico más alto, Mauna Kea, se alza a más de 4.200 metros sobre la superficie del océano Pacífico. Después de una serie de pruebas, Kuiper descubrió que la baja humedad y el estable patrón de vientos en esta montaña la hacen uno de los mejores sitios del planeta para observar la luz infrarroja que viene del espacio.
Los primeros habitantes de Hawai, excelentes navegantes que remontaron el Pacífico gracias a la cuidadosa observación de las estrellas, llegaron desde la Polinesia alrededor de mil años antes de nuestra era. En este archipiélago desarrollaron una civilización propia e independiente que se consolidó hacia 1810, cuando el rey Kamehameha unificó las islas bajo su gobierno. Su cultura floreció en aislamiento hasta la llegada del capitán James Cook en 1778. Como en nuestro país, la llegada de los europeos marcó un período de colonización y mestizaje que produjo el Hawai moderno.
Actualmente, unos 80 mil de los 1,2 millones de habitantes de las islas son descendientes directos de sus primeros habitantes. Siguiendo la tradición de sus ancestros, ellos consideran que las cimas de los cinco picos volcánicos son montañas sagradas. Mauna Kea, la más alta de ellas, es la más sagrada. En la antigua ley hawaiana, el acceso a Mauna Kea estaba restringido a los ali?i, los jefes de más alto rango. La cima es considerada la región de los dioses, un lugar habitado por espíritus benevolentes pero que está más allá del alcance de los mortales.
Después de realizar las pruebas, Kuiper persuadió al gobernador del estado para iniciar la construcción de un camino sin pavimento y construyó un pequeño telescopio en el pico Pu?u Poli?ahu. El pico más alto, considerado como terreno sagrado, fue dejado intacto. En 1967 se estableció el Precinto de Astronomía de Mauna Kea, una zona de 212 hectáreas en la cual se encuentran actualmente trece de los telescopios más avanzados del mundo. La mayoría de los habitantes de la isla estuvieron de acuerdo con la construcción de los observatorios, convencidos de que la presencia de los grandes telescopios traería prestigio y desarrollo económico a la isla. Aunque la montaña quedaba protegida por la Ley Nacional para la Conservación Histórica de EE.UU. por su significado para la cultura hawaiana, la comunidad nativa se opuso a cualquier tipo de construcción en la montaña, incluso aquella con objetivos científicos.
En la cima de Mauna Kea se encuentra el observatorio W. M. Keck, compuesto por dos telescopios con espejos primarios de 10 metros de diámetro, con los cuales se observó la galaxia más antigua encontrada hasta ahora. También se encuentra el observatorio Gemini, construido por un consorcio entre Estados Unidos, Canadá, Chile, Brasil, Argentina y Australia. Con su telescopio de 8,1 metros de diámetro se han descubierto varios sistemas planetarios alrededor de estrellas diferentes al Sol. El observatorio Subaru del Japón, con su espejo monolítico de 8,2 metros de diámetro, ha sido utilizado para identificar múltiples galaxias lejanas oscurecidas por el polvo interestelar. Allí también se encuentran el observatorio Canadá-Francia-Hawai, el observatorio Submilimétrico de Caltech, el telescopio James Clerk Maxwell y el interferómetro SMA. Estos observatorios son en parte responsables por la imagen del Universo que tenemos actualmente y su funcionamiento complementa las observaciones hechas por telescopios espaciales y por otros observatorios alrededor del planeta.
Durante años, la oposición a los observatorios en Mauna Kea ha antagonizado los intereses científicos con el acceso a un área de gran significación ambiental y cultural. El debate se ha vuelto a avivar durante los últimos meses cuando se inició la construcción del TMT, un observatorio de última generación con un telescopio de treinta metros de diámetro, más o menos la longitud de una cancha de baloncesto profesional. En los últimos meses, múltiples protestas por parte de las comunidades locales han detenido la construcción del observatorio, cuya inauguración está proyectada para el año 2024.
Sin lugar a dudas, el TMT será el observatorio más poderoso del planeta. Un telescopio de las dimensiones del TMT tendría 144 veces el área para la recolección de luz y 10 veces la resolución del telescopio espacial Hubble, el instrumento astronómico más revolucionario de esta generación. El TMT permitirá la búsqueda de las primeras fuentes de luz en el universo, la exploración de las galaxias y la estructura a gran escala del universo joven, el estudio de agujeros negros supermasivos, la búsqueda de sistemas planetarios más allá del sistema solar y el estudio de las atmósferas de los planetas en estos sistemas. Pero probablemente los objetivos más importantes son aquellos que ahora no podemos anticipar. Algunos serán posibles a través de la colaboración con otros instrumentos astronómicos de última generación, como el interferómetro ALMA en Chile y el telescopio espacial James Webb.
Para los opositores a la construcción del TMT, Mauna Kea es más que una montaña, es la encarnación de los habitantes de Hawai y su suelo es sagrado. Los activistas y defensores de la cultura nativa de las islas han tratado de detener la construcción del telescopio por más de una década, pero las protestas se intensificaron luego de que un grupo de manifestantes fueron arrestados al impedir el acceso de los equipos de construcción y su causa resonara a través de las redes sociales. El estado de Hawai renta el espacio de la montaña a la corporación TMT, una fundación sin ánimo de lucro fundada por universidades en Estados Unidos, China, Japón y Canadá. Sin embargo, en estos momentos la aprobación del uso del terreno y la reanudación de la construcción están pendientes mientras los opositores presentan su caso ante la Corte Suprema del estado.
¿Qué interés se debe favorecer, las costumbres ancestrales o la exploración del universo? La aparente oposición entre la ciencia y las tradiciones religiosas y culturales parece ser central en esta discusión. A lo mejor no existe tal oposición. Es posible que el plan que vulnera el suelo sagrado sea el que garantice la preservación de la montaña. Es posible que las voces de protesta logren un espacio de participación para la comunidad local en el proyecto. Es posible que al explorar el universo encontremos que no hay solamente una montaña sagrada, sino que hay millones de mundos en donde también existen lugares más allá del alcance de los mortales.