Centro histórico de Bogotá: ¿nueva zona rosa?

Lo que comenzó siendo una queja por ruido, de los vecinos que residen entre las calles 26 y 34, y las carreras 5 y 7, ahora es un pleito contra un plan de la alcaldía local de convertir la zona en un nuevo punto gastronómico.

Yorley Ruiz M.
18 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.
Giancarlo Mazzanti
Giancarlo Mazzanti

El centro histórico de Bogotá es escenario de un nuevo choque entre el Distrito y sus vecinos. El plan de crear un circuito gastronómico, que conecte la zona aledaña al Museo Nacional y La Macarena, les está quitando el sueño a los residentes del sector. Mientras la alcaldía dice tener suficientes razones para sacar adelante la iniciativa, los habitantes denuncian que con el proyecto se estarían violando las normas distritales sobre uso de suelos.

El epicentro del debate está entre las carreras 5 y 7, y las calles 26 y 34. El sector, que según normas urbanísticas es residencial y está habilitado para desarrollar comercio de tipo vecinal, está pasando de ser una zona de restaurantes a una de establecimientos nocturnos. Así lo denunciaron los habitantes, quienes más allá del ruido de los bares que retumba en sus ventanas y la posible inseguridad ven con preocupación cómo, en vez de ser escuchados, avanza una remodelación de la calle 30, entre carreras 5 y 7, que seguro impulsará nuevos negocios.

A la fecha nadie les ha explicado bien cuál es la intención del Distrito. Lo único que han escuchado es que la obra es para reforzar la vocación comercial. Por eso les insisten a las autoridades hacer cumplir las normas urbanísticas, que prohíben estas actividades en su barrio. “Fuera de que no han podido controlar el perifoneo ilegal ni la invasión del espacio público, ahora han surgido bares y discotecas en contra del Plan de Ordenamiento Territorial (POT), camuflados en espacios autorizados como restaurantes. Es algo que se debe controlar”, indica la comunidad.

A pesar del reclamo de los vecinos, el plan parece no tener reversa. Al menos así lo deja claro Gustavo Niño, alcalde de la localidad de Santa Fe, quien explica el proyecto: “Lo que estamos haciendo es peatonalizar parcialmente el sector, subimos la calle al nivel del andén y le pusimos adobe estampado, porque pondremos mesas en la calle. Queremos que sea la zona rosa del Centro”. La obra, en la que se han invertido $1.200 millones y que va en un 80 %, se entregará en menos de dos meses.

Una vez terminen la obra, el objetivo es realizar una activación cultural del sector y construir un circuito gastronómico que incluya la zona de las calles 29B y 30 con la zona de restaurantes de La Macarena. La iniciativa no sólo la promueve la alcaldía local. También la respaldan la secretarías de Hábitat, la de Desarrollo Económico y la de Movilidad, así como la Cámara de Comercio y la Asociación San Diego.

Según documentos enviados por la alcaldía local a este medio, la peatonalización de la calle 30, entre carreras 5 y 7, hace parte de un plan más amplio denominado “calles comerciales a cielo abierto”. Así como en este punto del centro histórico, se harán trabajos similares en otros sectores, como en las carreras 4 y 9, entre calles 67 y 72, y en la carrera 13, entre calles 85 y 86. Aunque las obras cuentan con respaldo jurídico, ya se empezaron a sentir las primeras voces de protesta, apoyados en el viejo POT, que define la vocación del uso de suelo de todas las zonas de la ciudad.

Polémica por el POT

Pero, si supuestamente la norma urbanística prohíbe ciertas actividades en el centro histórico, ¿por qué tiene respaldo oficial? Según el alcalde Niño, pese a que la ciudad no ha actualizado el POT hace 15 años, la zona se ha venido consolidando autónomamente como un espacio comercial. “Si fuera por el POT, parte del centro debería ser sólo residencial, pero sin proponérselo el Distrito se ha vuelto zona comercial. Cuando llego a planear esta obra, esta zona ya era medianamente comercial. Si fuera por POT, La Macarena no debería existir. La ley no se ajusta a la realidad”.

Y agrega: “Cuando tú haces una obra, unos están contentos y otros no. Los vecinos están molestos por el ruido, pero aquí no vamos a tener rumba como en la Zona T, sino una zona gastronómica que podrá operar hasta las 10:30 p.m., como lo permite el POT. Adicionalmente, si contratan un grupo musical, sólo podrán tocar hasta esa hora. Si los negocios no cierran, los podemos sellar”, enfatizó Niño, quien indicó que espera entablar próximamente una mesa de diálogo con la comunidad.

El concejal Manuel Sarmiento, quien ha respaldado a los residentes del centro histórico en sus reclamos, expresa que la administración estaría violando sus normas y que el hecho de que el POT no esté actualizado, no los exime de cumplirlo. “Si tienen una propuesta distinta, tendrán que plantearla para la revisión del POT, que está contemplada para el próximo año, pero no se pueden adelantar este tipo de intervenciones violando normas vigentes. Eso sería prevaricato”.

Aunque el Distrito reconoce que los vecinos se vienen quejando por el aumento de la inseguridad, de la contaminación auditiva, el uso de las vías para parqueaderos improvisados, así como la apropiación del espacio público por los vendedores informales, según la Secretaría de Hábitat, en la zona sí hay permiso para que algunos empresarios desarrollen actividades comerciales.

“En dicha zona se ubica el sector conocido como La Macarena, donde hay restaurantes, bares y centros de entretenimiento que hacen del lugar un sitio turístico y un referente de la ciudad que con el paso de los años se ha valorizado como una zona de esparcimiento para la clase media bogotana. Sin embargo, la zona combina estos lugares comerciales con edificios residenciales”.

Y agrega: “El Decreto 492 de 2007 o Plan Zonal del Centro estableció que en la zona puede operar comercio de servicios alimentarios en los que caben: restaurantes, comidas rápidas y casas de banquetes, así como usos complementarios a escala vecinal, como locales con área de ventas de hasta 500 m² y tiendas de barrio, con área no mayor de 60 m²”.

No obstante, para los vecinos, la respuesta no resuelve su problema de fondo. Por el contrario, consideran que refuerza su queja, pues ninguna autoridad ha querido poner fin a su principal dolor de cabeza: las discotecas y bares que están creciendo en el sector.

Los residentes se resisten a abandonar sus apartamentos, a pesar de que a veces sienten que son inhabitables. Dicen que seguirán dando la pelea. “Sufrimos mucho con este ruido. A nosotros no nos han dicho nada. Es como si uno estuviera totalmente desprotegido, como si las leyes no funcionaran, como si uno estuviera haciendo una mímica”, declara una de las afectadas.

Así,mientras el alcalde local defiende la construcción y la trasformación de la zona con el fin de gobernar la noche del centro “alrededor del ocio”, los residentes seguirán exigiendo el derecho al descanso y el respeto por el patrimonio. La última decisión estará en manos de las autoridades.

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Por Yorley Ruiz M.

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