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La reciente jornada de manifestaciones transcurrió durante el día en relativa calma en los diferentes puntos de concentración. Además de actividades artísticas, se vieron homenajes a las víctimas, así como a la minga indígena y a los misaks, a quienes les vandalizaron el pasado fin de semana su casa, en el centro de la ciudad.
A pesar de que la mayor parte de las movilizaciones fueron tranquilas, Transmilenio, que solo tiene en servicio el 65 % de sus estaciones, operó con restricciones a lo largo de la mañana y ya sobre las 4:00 de la tarde solo tenía habilitado el servicio por la troncal de la calle 26, por lo que reinó el uso de la bicicleta. Y aunque algunos choques llegaron en la noche (como ha sido habitual), fue más el tiempo que hubo calma durante la jornada en la ciudad.
El miedo toca a la puerta
En lugares como el Portal de las Américas los choques entre manifestantes y policías se han vuelto habituales, por lo que más allá de los múltiples inconvenientes en la movilidad para quienes utilizan esa ruta de Transmilenio, el sector se ha vuelto una zona de verdaderas batallas campales, en medio de las que han quedado atrapados los vecinos de las zonas residenciales.
Lo que reina es el miedo. Los vecinos de los barrios aledaños al Portal Américas y a Banderas, en Kennedy, concluyen que lo que han vivido en las últimas dos semanas han sido “noches muy largas”. Esto no solo ha sido por el sonido de las detonaciones en medio de los enfrentamientos, sino porque para personas, como los habitantes de la Alameda II, los choques se están dando prácticamente al frente de sus casas.
No solo indican que los gases han caído dentro del conjunto, obligándolos a salir de sus casas, sino que han afectado a niños y especialmente a adultos con problemas respiratorios. Algunos de los artefactos también han roto los vidrios de las ventanas, algo similar a lo que se reportó el pasado 5 de mayo en Policarpa, en la localidad Antonio Nariño, donde uno de los gases atravesó la teja de una terraza, luego de que los enfrentamientos se trasladaran de la avenida Caracas a la zona residencial del barrio.
Otro ejemplo es el de Camila Sánchez, quien aunque vive a dos cuadras del Portal de las Américas cuenta que “los gases entran a toda la casa y no hay dónde resguardarse para evitar que ardan los ojos. Ocurre toda la noche y hay susto por el ruido y porque uno no sabe lo que pasa afuera, pero sabe que hay peligro. Hubo un día en el que pasaron tanquetas y sonaron muy duro varias explosiones, así que tocó encerrarnos en la última habitación, pero hasta allá llegaron los gases”.
Sánchez se refiere a las detonaciones que tanto habitantes de Kennedy como de Bosa alertaron la primera semana de la marcha, pues además del estruendo, se veía cómo los artefactos alzaban vuelo con un destello similar al de la pólvora. Aunque varios de los videos que se viralizaron señalaban que eran en Metrovivienda, en realidad correspondían a una vía secundaria junto al portal, que obligó a que sus habitantes buscaran refugio.
El arma utilizada fue la Venom, un novedoso implemento que ahora llevan algunas de las tanquetas del Esmad, que ha causado asombro por su alta capacidad de disuasión, ya que puede lanzar hasta nueve proyectiles al tiempo, tras un estruendo similar al de un explosivo. Sánchez, madre de dos hijos a los que ha tenido que explicarles qué es lo que ocurre, confiesa que apoya las movilizaciones, pero espera que pronto se logren acuerdos que pongan fin al paro, pues a diario tiene que caminar casi una hora desde Banderas hasta su casa.
En esa estación de Transmilenio también se han presentado situaciones que han alarmado a los vecinos. Incluso fue cerca de Banderas que resultó herido de muerte Daniel Alejandro Zapata, quien por ahora es la única víctima en medio de las manifestaciones registradas en la ciudad. Sobre lo que ocurre en este punto, Laura Castañeda, quien vive en el barrio vecino Techo, señala que entre las cosas que más los perturba en las noches está el sonido de las turbas y de los helicópteros volando muy bajo, porque saben que luego pueden escuchar detonaciones y armas de fuego.
“La semana pasada fue la más pesada. Hasta casi medianoche se escucharon aturdidoras, disparos, gritos, gente corriendo por todo lado. Hubo exceso de fuerza y al que cogían se lo llevaban, así no fuera parte de las marchas”, cuenta la joven, quien destaca que por lo menos en esta zona no han lanzado gases hacia los conjuntos y que hubo intentos por vandalizar el CAI de Techo, pero los mismos vecinos lo impidieron. Ambas coinciden en que los habitantes han intentado quejarse con los policías, “pero nunca se dejan hablar”.
La otra cara de la moneda la viven los vecinos de Kennedy Central, donde está la estación de Policía y, por lo tanto, hay máxima seguridad. Allí no se han presentado disturbios, pero los residentes afirman que la tensión se siente en todo momento, puesto que hay zonas acordonadas y asistencia militar para resguardar la estación policial. “Todo el tiempo vemos flujo de Esmad e incluso ha estado militarizado. No hay enfrentamientos porque todo está muy custodiado”, menciona Julieth Vargas, vecina de la estación.
Sobre el accionar del Esmad, los protocolos indican que el uso de agentes químicos solo debe darse en lugares abiertos. De hecho, el documento reitera que su uso no debe darse en lugares cerrados y sin ventilación, así como tampoco cerca de donde se hagan eventos públicos, hospitales, colegios, ancianatos e iglesias, lo cual no se ha respetado.
Para Óscar Moreno, coordinador del colectivo José Martí, una organización defensora de derechos humanos, esto se debe a que hay factores que no se han respetado. “Incide el contexto socioeconómico de la zona, es muy diferente la gente que protesta en Chapinero o en el Parque de los Hippies a quienes salen en zonas del sur. Por lo general la movilización es pacífica, pero en cierto punto de la noche hay una represión brutal por parte del Esmad”.
Algo similar opina César Niño, director de Investigación en la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Sergio Arboleda, para quien existe una estigmatización geográfica del crimen, que en estas circunstancias no solo suelen presentarse como sinónimos de inseguridad, sino además donde se señala que están los vándalos.
“Creo que hay un problema de conocimiento de procedimiento sobre algunas zonas y un problema de aporofobia, porque creo que el imaginario colectivo asocia al pobre con el criminal y lo violento, lo que es un error garrafal y absurdo. Además, habrá que ver las afectaciones respiratorias por el estallido de un gas pimienta, teniendo en cuenta que también estamos en medio de una pandemia y no todas las personas tienen acceso a canales de salud óptimos”, indica Niño.
Por su parte, Andrés Macías, doctor en estudios de paz y conflicto y docente de la Universidad Externado, considera que es un tema complejo de evaluar, dado que los gases no son ilegales, cumplen las condiciones internacionales y están bajo supervisión de las nacionales. “Otra cosa es que el efecto termine afectando a otros que no están en hechos violentos, entonces hay que analizar los escenarios y si podría haber un acto desproporcionado. No obstante, eso se tendría que hacer después”.
Además, indica que se debe hacer una revisión civil, en respuesta a las garantías de la población, pero además resalta que se debe pensar en qué pasaría si el Esmad no actuara. “Quienes cometen hechos violentos pueden afectar de otras formas a estas comunidades. Lo que pasa es que es tan alta la desconfianza en las autoridades, que es más fácil asumir que la Policía actuó mal”.
Lo cierto es que el tema no puede quedar así. Las autoridades deberán revisar las acciones que se han tomado en los últimos días en estas zonas o, por lo menos, dar respuestas a las comunidades ante las afectaciones, pues como lo señala Macías, es parte de la desconfianza, pero, como lo dice Niño, también están temas como la pandemia o la misma tranquilidad de las personas, que la pierden incluso estando en sus casas.