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La historia de Sol Ortiz con los animales comienza a sus cinco años. Un problema familiar derivó en que Sol tuviera que irse a vivir con su tía y sus primos mayores. Y en esa casa, donde a su corta edad vivió un fuerte maltrato, su mente guardó para siempre el primer recuerdo que tiene de las mascotas.
“Mi tía estaba recién separada y salía mucho de la casa. Mis cuatro primos me tenían que ‘cuidar’, pero en realidad era todo lo contrario: no me daban de comer y me dejaban en el cuarto de una terraza que ni ventanas tenía. Allí había dos perritos criollos y cuando les daban las sobras, no comían sino que esperaban a que yo comiera”.
Y así, jugando, comiendo y en ocasiones hasta durmiendo con los animales, pasó un año en el que creó una increíble conexión, en principio, con los perros. Desde entonces, y como acto recíproco, cada vez que Sol ve un animal callejero no puede evitar tenderle la mano. “Ellos me ayudaron a mí y les debo mi vida, literalmente”, dice.
Desde entonces, y ya de vuelta en su hogar, Sol empezó a realizar acciones para intentar salvar a los perros y gatos de la calle. Primero fue comida y luego improvisadas casas que armaba para que se refugiaran. Finalmente empezó a llevar uno, dos y tres animales a su casa en Torremolinos, en Puente Aranda. Cuando ya tenía ocho perritos, la persecución de los vecinos la llevó a tomar la decisión de su vida: dejarlo todo para seguir salvando animalitos.
“Sólo tenía ocho perritos y los vecinos me dejaban veneno en la puerta, llamaban a Zoonosis y a la Policía. Sabía que no iban a estar contentos hasta que me mataran a un perro, entonces decidí irme para una montaña. Me fui a Salitre Alto, en Tabio (Cundinamarca), casi al filo de la montaña”, recuerda Sol.
Pero las cosas allí, aun sin vecinos, fueron peor. Aunque Sol presagiaba paz, a los cinco días tenía a funcionarios de la Alcaldía de Tabio pidiéndole un permiso para tener animales. Por eso, sólo duró 10 meses en el municipio y nuevamente tuvo que migrar, ahora a Cota, donde vive desde entonces rodeada de mascotas y donde estableció la Fundación Salvando Huellas, que se dedica a rescatar, recuperar y dar en adopción perros y gatos encontrados en las calles.
En total, Sol, su esposo y su hijo de cinco años conviven con 50 animales: 42 perros y ocho gatos. Algunos de ellos están en proceso de adopción, y otros, por su edad, estado de salud o características, se quedarán con ellos por el resto de sus vidas.
Todo lo que ha hecho ha sido empírico. Sol ha leído, ha investigado, ha visto programas y documentales con los que ha reforzado su conocimiento sobre los animales, pero asegura que todo es más fácil con el lenguaje que habla con ellos. “Cuando uno ama a los animales, crea un lenguaje. Desde que cojo un perro, sé si tiene futuro de adopción o se tiene que quedar acá”.
El trabajo que ha realizado durante 17 años no ha sido fácil. Los costos de manutención de los animales, la falta de apoyo estatal, la dificultad para adelantar jornadas de adopción o esterilización, y hasta las burlas de propios y extraños, han dificultado la atención de los animales e, incluso, más de una vez se ha planteado dejar todo a un lado. Por eso, de manera paralela a la atención de sus animales, ha recurrido a la venta de velas, cojines, accesorios para perros y todo lo que pueda producir para tener un sustento para sí misma y para sus protegidos. De resto, la fundación y toda su iniciativa subsiste gracias a las donaciones de alimentos, medicinas, camas y casas para animales.
Hoy por hoy, Sol ya ha sobrepasado todos los obstáculos que ha encontrado con su decisión de vida y ya ha tenido recompensas después de tantos esfuerzos. “La mayor satisfacción es recoger un animal en mal estado y ubicarlo en un buen hogar. Hay gente que cree que el animal se puede ir en una semana, y no es así. A veces pueden pasar hasta cuatro años para dar en adopción”.
Entre tanto, su hija mayor, quien ya tiene 25 años y gran parte de ellos los dedicó a renegar de la labor de Sol, hace un año y medio vive en Estocolmo, Suecia, gracias a una mujer que reside en ese país y que hizo un proceso de adopción en Salvando Huellas. Vanessa, como se llama la mujer, quedó tan agradecida con su nueva mascota que ayudó a la hija de Sol para que residiera en Europa.
Su hijo menor, que sólo tiene cinco años, a pesar de vivir en medio de 50 animales, es un niño sano y con buenas defensas. “El pediatra me pregunta que cuántos animales tengo, y ni para qué les digo. Mi hijo es el más sano del mundo y sólo se enferma cuando va al jardín. Tiene muchas defensas, es un niño sano, feliz y siempre ha tenido buen peso. Es muy fresco y siempre quiere coger a los perros como si fueran los de la casa”.
Sol, más allás de querer ser un ángel para los animales, quiere que el mundo deje de tener perros y gatos en sus calles. Por eso, su tarea principal es buscar adoptantes idóneos para cada caso, pero, sobre todo, insistir con la esterilización y que así dejen de nacer más y más animales callejeros. “Darles comida suena bonito, pero la necesidad de los animales es esterilizarlos para que no sigan trayendo crías al mundo”.