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En un mundo en el que millones de personas sufren de hambre y pobreza permanente, decenas de miles mueren anualmente de inanición, en un mundo en que casi una veintena de países están en guerra, cobrando miles de vidas al año, incluyendo aberraciones como el reclutamiento de casi 300.000 “niños-soldados”. En un mundo al borde del cataclismo por cambios climáticos y amenazado por el aumento de estructuras gubernamentales radicales e intransigentes. En un mundo así, la noticia de que se manipuló la configuración genética de dos embriones humanos para conferirles inmunidad ante el VIH, parece ser de mayor importancia que todo lo demás y ha cautivado la mirada de los medios de comunicación.
Asombrosamente, la importancia que se le ha dado al hecho no radica en el claro impacto sobre los varios millones de dólares anuales que la enfermedad cuesta a los sistemas de salud del mundo, ni en las posibilidades de extender los logros para controlar otras enfermedades igualmente devastadoras para la humanidad. No, la mayor preocupación, de nuevo, son los conceptos éticos, morales y moralistas. Lo que resulta entonces una especie de deja vu, que sucede cada vez que se da un descubrimiento crucial para la humanidad.
Fue así cuando se descubrió que la tierra no es el centro del universo; fie así cuando supimos que provenimos evolutivamente de otras especies. Es como si estos descubrimientos fueran monstruos terroríficos que hacen tambalear a las tradiciones. No porque el interés de la ciencia sea atacarlas, simplemente es una consecuencia lógica del avance del conocimiento sobre ideas sin cimientos sólidos, ancladas, por lo general, en conceptos-preconcepto de carácter religioso, ideológico o moral. La historia ha demostrado también, que el único destino de este tipo de ideas es su desaparición, proceso que va dejando tras de sí, pequeños reductos de creencias en ocasiones divertidas, en ocasiones aberrantes, en ocasiones funestas.
Los autores de este artículo, estábamos coincidencialmente en el mismo lugar cuando leímos en la página web de CNN un titular de grandes letras en negrilla: “China castiga científicos del caso de manipulación genética”. Nuestra primera reacción – pues nos dejamos llevar por la adquirida y desafortunada fama de la ciencia china de falsificación de datos científicos – fue pensar que de nuevo se trataba de un hecho de falsedad científica.
Pero quedamos mucho más preocupados cuando vimos que la causa del titular era que el gobierno chino había calificado al “presunto experimento como abominable y una violación a sus leyes”. Es decir, las leyes de China estarían pensadas para mantener la tradición, el establishment, e impedir a la población el acceso a la mejora de sus condiciones de vida. Entre líneas, también queda tácito el hecho de que este tipo de opiniones son comunes a los gobiernos de casi todos los países. Valdría la pena, por ejemplo, tratar de identificar un país en el que el “presunto experimento” no hubiera suscitado iguales, o peores declaraciones.
Sin embargo, mucho más lamentable es que, a la hora de cerrar esta nota, acaba de conocerse un pronunciamiento de la UNESCO alertando por el “uso imprudente” de la edición genética. En este pronunciamiento, increíblemente, se apela a la declaración universal de los derechos humanos de 1997 para decir que “pese a representar (la edición del genoma) un progreso científico prometedor y potencialmente beneficioso para la humanidad, la UNESCO recuerda a los gobiernos y a la comunidad científica los principios éticos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1997”. Pero, espere, hay más!, la misma UNESCO “instó a los Estados a aplicar medidas que garanticen la moral de los estudios, dentro del respeto a la dignidad y los derechos humanos y a continuar el diálogo internacional sobre las implicaciones éticas de la revisión de genoma para el individuo, la sociedad y la humanidad”. Llama entonces la atención, que la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) esté inclinada a regular cómo la tradición, la moral y la ética deben imponerse sobre la investigación científica.
Indiscutiblemente nuestro pensamiento es cincelado por la cultura en la que crecimos y es muy posible que la primera impresión de cualquier lector común (y por común queremos decir, el lego, el ajeno al mundo científico, en general), al leer la noticia en cuestión sea, “pero ¿cómo van a hacer experimentos en seres humanos?”, quizá algunos otros lectores, más comprometidos con las tradiciones culturales dirán: “eso no es potestad del hombre” o aún más grave, podrían imaginarse futuros eugenésicos y otras ficciones. En este punto vale la pena traer a colación las primeras reacciones ante la sociobiología de Edward Wilson, reacciones que iban desde la preocupación de que se promulgara abiertamente la idea de que los fenómenos sociales podrían ser comprendidos desde una perspectiva biológica (recuérdese que el miedo a las explicaciones biológicas del comportamiento y sobre todo, del comportamiento social, fue característico a mediados del siglo pasado), hasta el miedo a que se pudiera fundar un movimiento eugenésico, de estilo neo-nazista.
En este sentido, y regresando al tema que nos ocupa, calificar de “abominable” la posibilidad de curar enfermedades, es perfectamente coherente con la visión social-tradicional. En contraste, desde la perspectiva científica (y claro está, desde la visión científica de los fenómenos sociales), esa afirmación es, no sólo incoherente, sino que representa un exabrupto, una declaración clara de miedo al progreso y al avance. Buscando una explicación a esto, cabe preguntarse por los intereses políticos y económicos que se esconden detrás de todas las tradiciones, lo que es un buen tema para algún otro momento.
En resumen, resulta evidente que, declarar como “abominable” un descubrimiento de esta proporción, es un magnífico ejemplo de cómo el avance de la ciencia amedranta los intereses creados por grupos en el poder que quieren mantener a las sociedades ignorantes. No por ello, deja de ser un poco doloroso que prime siempre el egoísmo humano y que las reacciones ante el avance del conocimiento no vayan más allá del revivir el viejo miedo a dejar ser el centro del universo (o de la creación, según el lenguaje de otros), enmascarado de falsos altruismos anti-eugenéticistas. De hecho, lo más notorio de todo el asunto es que en ninguna parte de la noticia se habla de forma clara sobre la técnica misma de edición genética (CRISPR) que fue utilizada. Nadie parece tener el más mínimo interés o la más mínima curiosidad en saber cómo funciona el CRISPR, herramienta de “edición”, es decir, “recorte” e “inserción” de secuencias de nucleótidos (genes) que se ha venido usando de manera sistemática desde 2012 con la intención de modificar el genoma. Dentro de sus usos, claro está, el estudio de enfermedades humanas es quizá el más evidente, pero sus aplicaciones son prácticamente infinitas, desde la mejora de los alimentos hasta el control de plagas, pasando por el fortalecimiento (o debilitamiento) de cualquier característica. Entonces, quizá a causa de esta forma de enfocarse en los aspectos éticos, pero no en los científicos de la noticia, estamos perdiendo de vista que el estudio de las “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”, será uno de los campos que tendrá el mayor impacto sobre la historia de la humanidad.
Tal vez un poco de luz sobre el aspecto científico de la noticia, hubiera permitido saber que ya en 2014 había una solicitud (aprobada) de patente para el trabajo con CRISPR/Cas9 en dos laboratorios, uno en Harvard y uno en el MIT, donde, para esa fecha, ya se había modificado a un ratón para que no presentara una enfermedad hepática hereditaria a la cual estaría destinado. O que Emmanuelle Charpentier, una de las dos descubridoras de la técnica, (aunque según algunos, el primero en describir la técnica fuera Feng Zhang) fundó en Basilea (Suiza) una compañía llamada CRISPR Therapeutics. O que el mismo Feng Zhang, junto con Jennifer Doudna (la otra descubridora de la técnica) crearon también una empresa llamada Editas Medicine. Si, el lado científico de la noticia hubiera permitido ver que detrás de las consideraciones éticas y la supuesta defensa de las tradiciones y las “buenas costumbres” (lo que signifiquen estas palabras en ese contexto), existe una lucha por la obtención de patentes que permitan la comercialización y explotación de la técnica. Por eso, un Jiankui He (quien mejoró genéticamente a las dos bebés de la noticia para que fueran inmunes al VIH), no es una pieza adecuada en la historia. Básicamente lo realmente ilegal de su trabajo es no haber respetado las patentes obtenidas por Charpentier, Doudna y Zhang y haber usado la técnica sin los debidos permisos (económicos).
Así las cosas, muy probablemente el nombre de Jiankui He pasará a la lista de los tristemente famosos héroes de la ciencia, cuyo pecado: adelantarse a su tiempo, le costó su puesto en la historia.
*Laboratorio de Neurociencia y Comportamiento, Universidad de los Andes, Bogotá.