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Cuando Aníbal Jozami estaba en la secundaria, el profesor de arte lo paso al frente junto con uno de sus amigos, ante toda la clase mostró los dibujos que cada uno había hecho y dijo que su compañero tenía todas las condiciones para ser artista, mientras que él era nulo para eso, ni siquiera había logrado hacer bien el ejercicio.
A otra persona esas palabras quizás habrían resultado frustrantes, en Jozami ese fue el impulso para entender que su vinculación con el arte tenía que ser desde la observación y la apreciación, adquiriendo obras.
A los 25 años estaba sin empleo, todos los días a la mañana salía a caminar por las calles de Buenos Aires y recurrentemente pasaba frente a la galería L’Atelier de Raquel Silbenam, en San Isidro. A través de las ventanas miraba las obras expuestas y seguía su camino. Un día, la dueña de la galería lo invitó a seguir, él tímido se resistió porque no tenía dinero para adquirir ninguna pieza. Ella insistió.
“Después de dos o tres veces me dijo que siempre entraba y nunca compraba nada. Le dije: ‘señora no tengo trabajo, ¿cómo quiere que le compré?’. Ella me respondió: ‘llévate lo que quieras y cuando tengas trabajo me los pagas’”. Salió con dos cuadros debajo del brazo, uno de Jorge Ludueña y el otro de Raúl Schurjin.
Por entonces, 1974, Argentina vivía en medio de la agitación política y la confrontación de ideas. Tres años atrás Jozami había entrado a Universidad de Buenos Aires como catedrático de sociología sistémica y durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983) tuvo que interrumpir sus labores.
En ese tiempo la obra de Ludueña y Shurjin marcó el carácter de una colección que está entre el arte moderno y contemporáneo y que hoy ya es de más de mil piezas, algunas exhibidas en su casa, que parece más bien toda una gran galería de arte, y otras albergadas en depósitos a la espera de ser expuestas. Jozami es como esos coleccionistas de vieja guardia: compra lo que le gusta, no está de moda y nunca —nunca— vende nada.
“Lo que más me interesa de coleccionar es encontrar el placer de la obra. Cada una de las que he comprado son una expresión de un momento de mi vida, por lo que estaba pasando, con quien estaba o el porqué me gustó”.
El arte es su pasión, lo mueve y lo incita a que todo el mundo quiera hablar de este en cualquiera de sus expresiones: pintura, escultura, video o instalaciones. Con su esposa, Marlise Ilhesca – periodista y curadora –, se han encargado de crear una colección única enfocada en la investigación y las piezas que para ellos son trascendentales. “Hemos sido compradores a contracorriente. Nuestro papel como coleccionistas es preservar para el futuro aquello que la sociedad en un momento no supo valorar”.
Antonio Berni y Luis Felipe Noé, son algunos de los artistas argentinos más representados en la colección. Otros como Ennio Iommi, Alfredo Hlito, Torres García, Lygia Clark, Jose Bechara, Anna Bella Geiger o VikMuniz, son artistas contemporáneos que en gran medida constituyen una buena parte de las fotos y videos que hacen parte de las piezas reunidas. El único aspecto que no pueden dejar de entrever, y que se convierte en una conversación entre todas las obras, es la presencia de la figura humana, en concordancia con aspectos socio políticos.
Bienalsur
“Si uno recorre los museos o bibliotecas estadounidenses va ver que entre las obras que figuran allí solamente hay tres o cuatro artistas sudamericanos. Lo mismo pasa en las bienales, por ejemplo, de Venecia donde existió un pabellón latinoamericano. Eso demuestra que nuestro arte es considerado como algo aparte, diferente. Ahí fue cuando plantee que una bienal desde América del Sur serviría para resituar el arte latinoamericano en todo el mundo”.
Aníbal Jozami ha recorrido cientos de museos, ha visto miles de obras y ha conocido a muchos de los artistas más influyentes de este último siglo. Pero eso no era suficiente, él quería llevar el arte de esta parte del continente a todos los puntos cardinales del mapa. Quería dejar de admirar a Europa y reconocer nuestras expresiones culturales.
Seguramente a muchos se les ocurrió antes, pero fue él quien decidió dar el primer paso en 2015 cuando se sentó con la curadora Diana Wechsler a crear la que sería la primera Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de América del Sur, para después presentársela a los ministros de cultura y a Unasur.
Después de revisar los organismos que podrían encargarse de la organización de esta nueva bienal, el consenso entre Unasur y los ministerios de cultura de los países latinoamericanos fue que la Universidad Nacional de Tres de Febrero, de Argentina - dirigida por Jozami desde 1997 – estuviera al frente del proceso curatorial y espacios de exposición para la nueva bienal.
“Reunimos a un grupo de curadores y artistas de distintos países, hicimos reuniones privadas con ellos y planteamos cómo debía ser esta nueva bienal pensada en el arte contemporáneo. Fueron cinco meses ininterrumpidos pensando en cómo serían las muestras. Después abrimos la convocatoria a artistas de cualquier nacionalidad y residencia, les propusimos que crearan sin ninguna restricción. Esta bienal fue una suerte y un acto de indisciplina en relación con los criterios de las otras bienales”.
A este proyecto se unieron universidades de cada uno de los 16 países que hacen parte de la bienal – por Colombia la Universidad Javeriana, la Universidad de los Andes y la Universidad Nacional – todos se unieron en torno al arte. Todos hicieron posible el que sería el gran sueño de Aníbal Jozami: reivindicar el arte del sur entendiéndose a este no solo como un espacio geográfico sino como una noción cultural, económica y política.
Como director de la bienal, Jozami asiste a casi todas las inauguraciones de exposiciones y en cada una deja clara la importancia de reconocernos, de valorar estas iniciativas y apoyarlas porque con ellas también quedan expuestos todos esos artistas emergentes que están esperando que su obra sea reconocida. Aníbal Jozami es un hombre que se mueve entre la política y la cultura argentina, es, según el diario El País, de España, uno de los diez coleccionistas de arte iberoamericano más importantes de la región y, sin embargo, camina sin pretensiones, con la tranquilidad de saber que con sus actos ya logró contribuir a eliminar las fronteras del arte.