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Una apreciación estética de la belleza

Siempre me pregunto: ¿qué es la belleza? ¿qué es lo bello? ¿Será acaso esa percepción que penetra a través de la mirada, la escucha, el tacto, el olfato y el gusto; de forma inquietante, produciendo asombro, placer, verdad, negación y bien, incitando a hacer uso del sentimiento sensible y de la razón?

Olenka Piotrowska
29 de agosto de 2020 - 06:56 p. m.
Decía André Bretón: “La belleza es convulsiva o no es nada en absoluto”.
Decía André Bretón: “La belleza es convulsiva o no es nada en absoluto”.
Foto: Archivo Particular

La belleza es eso que habla y dice algo más de lo evidente, siempre va más allá de nosotros, de lo que hay, de lo que nos toca. Nunca es por uno mismo, más bien, es la interpretación o la re-interpretación que se evidencia mediante alguna identificación deliberante frente algún fenómeno estético.

Lo bello es la búsqueda y la belleza es el encuentro.

Según Carlos Fuentes: “la belleza sólo le pertenece a quien la entiende, no al que la tiene”. Por lo anterior, se asume que el estado original de la belleza es inherente a la comprensión, la belleza genera y estimula experiencia ontológica como vínculo de lo real y lo inverosímil.

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La belleza es el ideal estético, mantenerla latente es imprescindible para conservar la noción de lo bello en el marco existente de la vida, logrando expresar de diversas formas su inmensidad y de distintos fondos su intimidad.

Revelar y evocar la belleza impacta al entorno humano al hacer posible la alteración de lo extraño por lo cercano.

La belleza es la comunión de una realidad fundamentada en lo otro, en el contrario. El claro oscuro tan propio del renacimiento florece en lo opuesto porque soporta lo ajeno.

Y en la nada ¿dónde está la verdad? La belleza trasciende, su razón se introduce atravesando la historia para permanecer en ella. “La belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte”: Leonardo Da Vinci.

El contraste y los matices avivan la belleza, porque vinculan distintas expresiones de maneras exquisitas en la progresión artística, como impulso vital que se regenera en el acontecer del estar entre lo mundano y lo divino.

Las pasiones y las ideas se transforman variando los estilos de las vanguardias dependiendo de la época, sin embargo, lo bello se mantiene vinculado por la poiesis y el sentido, hacia el devenir del tiempo, en fragmentos sobre el espacio, afianzando distintas realidades entre asimilaciones individuales y colectivas.

Cierro los ojos y pienso en: cemento, humo, exceso, masa, estructuras, contaminación, cuerpos, dolor, felicidad, velocidad, ruido, moda, frenetismo, caos, desborde existencial y calma. El hombre en la ciudad postmodern-a, mediado por lo artístico y por la búsqueda del purismo, se introduce en la contemplación estética.

Para André Bretón: “La belleza es convulsiva o no es nada en absoluto”. La demostración convulsiva de la belleza, como lo sugiere Bretón, impacta y despierta a las sociedades que por momentos de agitación se pierden en la insaciable desolación sensible como signo inestable y ambiguo del conflicto interior, de la misma manera, que, su convulsión identifica la decadencia chocando como preámbulo, para, la antesala en todos los finales de las grandes épocas ante los nuevos resurgimientos.

La convulsión intervenida por la indagación y el descubrimiento.

El eco de la belleza se reitera una y otra vez en el transcurrir de la gran memoria, entre el todo y la nada, lo que pudo ser y lo que no fue, lo que sobró y lo que faltó, lo encontrado y lo perdido, la grandeza y la miseria.

La belleza resurge en lo ocasional, revive el alma, evoca al silencio, reconoce el sonido, colma la nada, suspende el vacío, goza de gracia, desvanece la ausencia, impide el olvido, niega la frontera, distorsiona la oscuridad, ennoblece la bestia, renueva la pregunta, renace el sentimiento, calma la angustia y conmueve lo sempiterno.

Por Olenka Piotrowska

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