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Aquellos gritos histéricos, irreprimibles, que más que gritos eran un profundo desahogo, retrataban una época en la que el mundo iba por un solo camino, negro, gris y azul muy oscuro, y a unos cuantos que se rebelaban y pretendían teñir lo sombrío y adusto de peace and love. Aquellos gritos de aquellas mujeres de los primeros años 60 eran de fanatismo por los Beatles, pero más que eso, eran gritos de liberación, que encontraban en John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr y George Harrison una identificación, y luego, una razón para vivir, que en últimas, era protestar contra lo establecido, luchar por abolir aquellos negros, grises y azules muy oscuros, que eran la representación de lo prohibido, de lo decente, de lo puro, de lo aceptable.
Los Beatles comenzaron a transformar lo sombrío con sus yeah yeah, con sus guitarras eléctricas y unas diminutas capules que por aquellos tiempos eran una estocada para los conservadores. Los señores les decían maricones porque no se peinaban con gomina ni lucían a lo Clark Gable, y ser maricón en aquella Inglaterra de los 60 era penalizado con prisión y castraciones químicas. Las señoras cambiaban el canal cuando se presentaban para que sus hijos no siguieran su ejemplo. Sin embargo, su música, sus canciones, se colaban por la radio y se cantaban en oscuros subterráneos de Londres, Liverpool, Manchester y demás pueblos y ciudades ingleses. (Vea en imágenes : Los Beatles, en tiempos de revolución)
Luego trascendieron hacia el resto de Europa, y más tarde, hacia Estados Unidos y América. Los gritos histéricos se multiplicaron y lo que era prohibido explotó. Los Beatles eran sólo un grupo de música. No obstante, surgieron cuando los rebeldes más necesitaban cambios. No organizaban manifestaciones. No daban declaraciones incendiarias. Cantaban, y por sus cantos explotó la sociedad, o los jóvenes de aquella sociedad, que a su ritmo, al de los Rolling Stones, de Elvis Presley, de Bob Dylan, se aferraron a los discursos de Martin Luther King, “I have a dream”; a la irreverencia de Cassius Clay, que se cambió el nombre por Mohamed Alí y así, como Alí, se negó a prestar servicio militar e ir a la guerra de Vietnam; a los libros de Albert Camus y Hermann Hesse; a la revolución cubana, al Che Guevara y a Fidel Castro y a los estudiantes de París, y fueron en busca de una gran revolución social. Los colores pasaron a ser flores; la gomina fue reemplazada por trenzas largas; los vestidos de pesados paños se transformaron en telas indias, y en lugar de las viejas costumbres de obedecer, reprimir, acatar y callar, hubo gritos, piedras, paredes pintadas, marihuana, peace and love, también, y sobre todo, la esperanza de que lo inmodificable podría modificarse.
Pasados algunos años de aquella explosión, cuando ya los Beatles se habían disuelto, varios columnistas, teóricos e intelectuales escribieron que aquellos locos del peace and love habían fracasado. Incluso se burlaron de ellos, llamándolos “idiotas útiles”. Eran los guardianes de las viejas tradiciones, interesados en que que aquellas tradiciones no se perdieran, pues así mantenían su poder. Mintieron, muy a pesar de que sabían que mentían, pero a aquellas alturas, años 70, 80 y etcétera, poco les importaba el prestigio de sus nombres. Les importaba el poder. Les importaba que la locura no se expandiera, muy a pesar de que la locura ya se había instalado en el fondo de los jóvenes, y nada volvería a ser como antes, porque aquellos locos fueron padres y después abuelos, y educaron a sus hijos y a sus nietos más en el peace and love que en la represión y la decencia.
Les cantaron, como en la película y el álbum, Its been a hard day’s night, y como en la película, les contaron de viejos tiempos de locas histéricas que gritaban al paso de los Beatles, por amor a ellos, pero más que eso, por amor a una anhelada libertad.