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Clemente Manuel Zabala: el maestro de Gabo

Relato sobre la vida y obra de Zabala, uno de los pioneros del periodismo moderno en Colombia.

Tomás Vásquez Arrieta
17 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.
Retrato de Clemente Manuel Zabala, quien fue jefe de redacción de El Universal, en Cartagena.  / Cortesía.
Retrato de Clemente Manuel Zabala, quien fue jefe de redacción de El Universal, en Cartagena. / Cortesía.
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Clemente Manuel Zabala Contreras nace en San Jacinto, Bolívar, en 1896 y muere en Cartagena en 1965. Su nombre empieza a divulgarse a raíz de los reconocimientos que le hace García Márquez, primero en Del amor y otros demonios (1994); pero sobre todo es en Vivir para contarla (2002) en donde resalta la importancia del maestro Zabala en su vida cuando hacía sus primeras letras de reportero en el diario El Universal de Cartagena. Además, a esta exaltación han contribuido las investigaciones de los periodistas Jorge García Usta y Gustavo Tatis Guerra. Ahora cabe resaltar que desde hace cuatro años, como un homenaje a ese pionero del periodismo moderno en Colombia, el Premio y Festival Gabriel García Márquez de Periodismo, que se realiza en Medellín, distingue a un editor colombiano ejemplar con un reconocimiento que lleva el nombre de Clemente Manuel Zabala y que este año se le ha otorgado al periodista y editor de El Espectador, Jorge Cardona. 

Pero ¿quién es este “misterioso personaje” olvidado por tanto tiempo? Clemente Manuel Zabala trasegó por los caminos de la crítica de arte, música, literatura, cultura, educación y política (para unos, liberal de izquierda, para otros, socialista o comunista). En los años veinte del pasado siglo, sus actividades políticas y literarias estuvieron muy cerca del grupo bogotano Los Nuevos, conformado por jóvenes intelectuales, de los que algunos serían más tarde reconocidas figuras de la política, del derecho y de la cultura del país. En todo ello Zabala mantuvo siempre un bajo perfil, lo que algunos le han criticado de extrema modestia, pero que él mismo aclaró alguna vez cuando dijera que siempre estuvo del lado de las vanguardias, aunque lo bastante al margen para que no se le hubiera confundido con esos pregoneros impacientes y audaces a quienes la popularidad acaba por consagrar. García Márquez ha dicho que tal vez fue este modo de ser “lo que le había impedido tener un papel decisivo en la vida pública del país”. Y agrega: “…jamás conocí alguien de un talante tan apacible y sigiloso, con un temperamento civil como el suyo, porque siempre supo ser lo que quiso: un sabio en la penumbra”. Justo por esa parquedad fue que Héctor Rojas Herazo lo llamó “el hombre lámpara”, es decir, aquel que en una reunión de amigos, aun estando en silenció, alumbra con su sola presencia.

Aunque desempeñó cargos públicos de orden administrativo, nacional y local, el periodismo fue su gran pasión. Para consagrarse a él abandona sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Bogotá –a la que había ingresado en 1917–. Aquí dirige la Revista Jurídica (ganó un concurso de ensayo jurídico y escribió numerosas reseñas). Se vincula de lleno a El Diario Nacional, en donde empieza a perfilar su estilo en notas cortas sobre temas de política, educación, música y pintura (estudió Bellas Artes), eventos culturales y sobre diversos aspectos de la vida cotidiana de la ciudad. Pero es el tema político lo que más resalta en sus columnas, expresado en una punzante crítica a la hegemonía conservadora. Para esta época Zabala también escribe, junto a Luis Vidales y Luis Tejada, en el izquierdista diario El Sol y más tarde en el Semanario Sábado y en la revista Acción Liberal, que dirige Plinio Mendoza Neira. Aunque recién llegado a Bogotá ya se había ensayado escribiendo unas esplendidas “crónicas sencillas” cargadas de nostalgia juvenil, sobre asuntos de su terruño publicadas en Ecos de la Montaña, un semanario de El Carmen de Bolívar.

En cuanto a su estilo, uno de los aspectos que más llaman la atención desde sus primeros escritos es que –zafándose de la rigidez del periodismo de la época, marcado por una árida prosa política– combina de modo magistral elementos del reportaje, comentario, crítica, biografía, análisis y una creativa forma de titular, logrando un estilo periodístico pleno e integral. Todo con un cuidadoso uso del lenguaje, una de sus características, lo que siempre exigió a los periodistas bajo su tutela cuando se desempeñó como jefe de redacción. El producto de todo ello, podría decirse, es una fusión entre periodismo y literatura que desemboca en un periodismo creador contra el rutinario y sumiso que reinaba en el país en las primeras décadas del siglo pasado. Con todos estos elementos, el más cotidiano de los temas cobra interés para el lector, pues la creatividad y el rigor trascienden el dato objetivo y la información. En fin, las columnas de Zabala, por el tratamiento de los temas, son unos verdaderos “microensayos”.

El periodismo de Zabala no solo es un periodismo político; a la vez es un periodismo cultural o, si se quiere, un proyecto cultural. Y quizá sea en el diario La Nación de Barranquilla en donde este proyecto periodístico se configura. Cabe recordar que desde el primer momento este diario se dispuso hacer del periodismo una empresa cultural; y de hecho fue uno de los primeros diarios del país en hacer del periodismo una profesión intelectual liberándolo, en lo posible, de la limitante política partidista al convocar a intelectuales clásicos como filósofos, literatos (Ramón Vinyes, Porfirio Barba Jacob, J.A. Osorio Lizarazo, entre otros), artistas y abogados, a participar en la actividad periodística. Con este propósito crean La Nación Literaria, un suplemento que divulga temas de cultura –el primero de su género en la costa norte del país y en gran parte de Colombia–, dirigido por un hombre de pensamiento y letras como Clemente Manuel Zabala. Allí se dan a conocer los poetas franceses y españoles, entre estos últimos a Federico García Lorca.

De Barranquilla regresa a Bogotá en 1935 y al año siguiente publica una biografía del líder liberal radical Juan de Dios Uribe (El Indio Uribe). Desempeñó algunos cargos públicos, entre otros el de director nacional de Educación Secundaria, desde donde elaboró políticas públicas que buscaban la modernización de la educación. Vale recordar que en el campo educativo había participado, como secretario privado de Benjamín Herrera, en el grupo que fundó la Universidad Libre en 1923, la que defendió de los ataques conservadores. En su último año en la capital, colaboró en la creación y en el Consejo de Redacción de Jornada, el periódico de su amigo Jorge Eliécer Gaitán.

Finalmente, en la última etapa de su vida, Zabala llega a Cartagena para hacerse cargo de la jefatura de redacción del diario liberal El Universal, que empieza a circular en marzo de 1948. En esta ciudad precisamente lo encontró García Márquez cuando tocó la puerta de El Universal en busca de trabajo. “Había oído hablar de él –dice el novelista en Vivir para contarla– no como periodista sino un erudito de todas las músicas y comunista en reposo”. No tuvo que presentarse, pues ya Zabala había leído sus cuentos publicados en El Espectador. Entonces allí empezó una entrañable amistad, todo un magisterio que el mismo premio nobel ha reconocido al decir que quizá le deba más al maestro Zabala que al propio Ramón Vinyes.

Con una amplia experiencia en el campo periodístico y con un vasto y hondo saber literario, Zabala es acogido en Cartagena por sus amigos liberales y por un reducido círculo de intelectuales. Para la mayoría no pasa de ser “un viejo culto y radical” y de poco hablar, de donde se va tejiendo la idea de “la figura misteriosa” que más tarde acabaría haciendo carrera a través de algunos críticos y ciertos biógrafos de García Márquez. Pero para sus más cercanos (Rojas Herazo, Ramiro de la Espriella, Gustavo Ibarra Merlano, Jaime Angulo Bossa, Santiago Colorado) era y fue siempre “el maestro Zabala”. Y lo anterior por dos razones: por la autoridad intelectual y sabiduría que irradiaba y por la pedagogía informal y cotidiana con la que transmitía sus enseñanzas. Justo es aquí cuando aparece el lápiz rojo del que tanto se ha hablado. “La del lápiz rojo –dice Jaime Angulo Bossa– era una letra menudita que Zabala estampaba encima de la palabra a corregir. A Gabito, al principio, en las primeras notas, le corregía mucho, pero ya después ni se las leía”. Y el mismo García Márquez se ha referido en varias ocasiones al famoso lápiz. Pero de todas ellas quizá en la que más recoge un sentido reconocimiento a su maestro es en la que dice: “Todavía me pregunto cómo habría sido mi vida sin el lápiz del maestro Zabala”.

Por Tomás Vásquez Arrieta

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