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Natalicio de Silvina Ocampo

Presentamos algunos poemas de la argentina Silvina Ocampo, quien nació un día como hoy de 1903, y escribió más de veinte libros.

28 de julio de 2020 - 03:55 p. m.
Silvina Ocampo recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía de Argentina en 1962.
Silvina Ocampo recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía de Argentina en 1962.
Foto: Archivo Particular

El 28 de julio de 1903 nació en Buenos Aires Silvina Inocencia María Ocampo, la menor de seis hijas, tal y como lo describiría la escritora argentina Mariana Enriquez en su libro La hija mejor.

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Ocampo nunca fue a la escuela. Su educación estuvo a cargo de las institutrices que contrataban sus padres. Incluso, antes de comenzar su camino literario, estuvo interesada en las artes plásticas, por lo que estudió pintura en París.

Fue una de las escritoras que formó parte la Revista Sur, luego de su primer número, publicado en 1931.

Entre sus libros se incluyen Enumeración de la patria (1942), Poemas de amor desesperado (1949), La furia y otros cuentos (1959), Lo amargo por lo dulce (1962), Informe del cielo y del infierno (1969), Amarillo celeste (1972), Los días de la noche (1970), Y así sucesivamente (1987), Cornelia frente al espejo (1988).

Silvina Ocampo falleció en diciembre de 1993 en Buenos Aires, con 90 años de edad. Presentamos seis poemas de su autoría.

Al rencor

No vengas, te conjuro, con tus piedras;

con tu vetusto horror con tu consejo;

con tu escudo brillante con tu espejo;

con tu verdor insólito de hiedras.

En aquel árbol la torcaza es mía;

no cubras con tus gritos su canción;

me conmueve, me llega al corazón,

repudia el mármol de tu mano fría.

Te reconozco siempre. No, no vengas.

Prometí no mirar tu aviesa cara

cada vez que lloré sola en tu avara

desolación. Y si de mí te vengas,

que épica sea al menos tu venganza

y no cobarde, oscura, impenitente,

agazapada en cada sombra ausente,

fingiendo que jamás hiere tu lanza.

Entre rosas, jazmines que envenenas,

¿por qué no te ultimé yo en mi otra vida?

Haz brotar sangre al menos de mi herida,

que estoy cansada de morir apenas.

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Diálogo

Te hablaba del jarrón azul de loza,

de un libro que me habían regalado,

de las Islas Niponas, de un ahorcado,

te hablaba, qué sé yo, de cualquier cosa.

Me hablabas de los pampas grass con plumas,

de un pueblo donde no quedaba gente,

de las vías cruzadas por un puente,

de la crueldad de los que matan pumas.

Te hablaba de una larga cabalgata,

de los baños de mar, de las alturas,

de alguna flor, de algunas escrituras,

de un ojo en un exvoto de hojalata.

Me hablabas de una fábrica de espejos,

de las calles más íntimas de Almagro,

de muertes, de la muerte de Meleagro.

No sé por qué nos íbamos tan lejos.

Temíamos caer violentamente

en el silencio como en un abismo

y nos mirábamos con laconismo

como armados guerreros frente a frente.

Y mientras proseguían los catálogos

de largas, toscas enumeraciones,

hablábamos con muchas perfecciones

no sé en qué aviesos, simultáneos diálogos.

Le sugerimos leer Los aprietos amorosos y legales de Lope de Vega

En tu jardín secreto hay mercenarias

En tu jardín secreto hay mercenarias

dulzuras, ávidas proclamaciones,

crueldades con sutiles corazones,

hay ladrones, sirenas legendarias.

Hay bondades en tu aire, solitarias

multiplican arcanas perfecciones.

Se ahondan en angostos callejones,

tus árboles con ramas arbitrarias.

Alguna vez oí el chirrido frío

de un portón que al cerrarse me dejaba

prisionera, perdida, siempre esclava

de tu felicidad que junto a un río

bajaba entre las frondas a un abismo

de intermitente luz, con tu exorcismo.

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A veces te contemplo en una rama...

A veces te contemplo en una rama,

en una forma, a veces horrorosa,

en la noche, en el barro, en cualquier cosa,

mi corazón entero arde en tu llama.

Y sé que el cielo entre tus labios me ama,

que el aire forma tu perfil de diosa

de oro y de piedra, sola y orgullosa,

que nadie existirá si no te llama.

Entre tus manos quedaré indefensa,

no viviré si no es para buscarte

y cruzaré el dolor para adorarte,

pues siempre me darás tu recompensa,

que es mucho más de lo que te he pedido

y casi todo lo que habré querido.

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La visión

Caminábamos lejos de la noche,

citando versos al azar,

no muy lejos del mar.

Cruzábamos de vez en cuando un coche.

Había un eucalipto, un pino oscuro

y las huellas de un carro

donde el cemento se volvía barro.

Cruzábamos de vez en cuando un muro.

Íbamos a ninguna parte, es cierto,

y estábamos perdidos: no importaba.

La calle nos llevaba

junto a un caballo negro casi muerto.

Era de noche -esto será mentira.

Tal vez, pero en mis versos es verdad-.

Una arcana deidad

casi siempre nocturna que nos mira

vio que nos deteníamos y el día

suspendió sus fanáticos honores,

clausuró sus colores

pues también el caballo nos veía.

No digas que no es cierto: nos miraba.

Con la atónita piedra de sus ojos,

bajo los astros rojos,

nos vio como los dioses que esperaba.

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Los mosaicos

a M.C.B.

SI llevaran las lágrimas inscripto su dolor,

verías que no lloro, como parece, tanto;

si fueran piedras, vidrios grabados, en mi llanto

verías el favor que me hacen al correr,

con perfección y cuánto.

SI llevaran las lágrimas inscripto su dolor,

verías que no lloro, como parece, tanto;

si fueran piedras, vidrios grabados, en mi llanto

verías el favor que me hacen al correr,

con perfección y cuánto.

Te mostrarían, créeme, que sufrir nos depara

lugares y personas y objetos que están lejos;

y que la oscuridad pánica que vibra en sus reflejos

es transitable y clara,

y como la ilusión dentro de los espejos:

Similares figuras vimos en los mosaicos:

el Minotauro, Orfeo, las vírgenes en duelo,

sacrificios de Abraham, Venus, el asfodelo,

los rostros más arcaicos

de Daniel con los leones, en el muro, en el suelo.

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