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La condena del teatro Bolshói

La conclusión del juicio que evidenció las violentas luchas que se dan en el seno del teatro más famoso de Rusia, después de que un bailarín fuera quemado con ácido por su compañero.

Sara Malagón Llano
06 de diciembre de 2013 - 07:24 p. m.
"Pavel Dmitrichenko, uno de los bailarines del Bolshói, fue capturado en Moscú"./AFP
"Pavel Dmitrichenko, uno de los bailarines del Bolshói, fue capturado en Moscú"./AFP

En enero de este año el director artístico del Teatro Bolshói de Rusia, el bailarín Serguei Filin, fue hospitalizado por graves quemaduras en la cara y en los ojos después de que, una noche, en la puerta del edificio de su apartamento en el centro de Moscú, lo atacaron echándole ácido en la cara. Este incidente hizo visibles las violentas luchas que se dan en el seno del teatro más famoso de Rusia y repercutió en la reputación de la más prominente institución cultural del país.

Lo que sucede en el fondo del Bolshói es un conflicto entre dos visiones artísticas y formas de dirección, atravesadas por la política: la de Filin, que es considerado un “aperturista”, y la vieja escuela, representada por coreógrafos como Yuri Grigorovich, de la época de la Unión Soviética, padrino artístico de Nicolai Tsiskaridzé, quien era uno de los principales sospechosos del ataque hacia Filin cuando se abrió el caso.

Muchos otros, además de Tsiskaridzé, habían mostrado su rechazo a la forma de administrar de Filin, así que los sospechosos, desde el principio, fueron varios. Más de 30 bailarines fueron interrogados, pero justamente esta semana se sentenció por fin al bailarín Pavel Dmitrichenko a seis años de prisión. Después de un mes de juicio el juez ruso declaró que Dmitrichenko y un par de colaboradores le causaron intencionalmente graves daños corporales a la víctima. Dmitrichenko admitió haberle dicho a Yuri Zarutsky que atacara a Filin, pero dijo que jamás había querido que se utilizara ácido. Se declaró inocente.

Zarutsky, por su parte, se declaró culpable y dijo que arrojarle a Filin ácido había sido su idea, y que Dmitrichenko sólo le había informado el momento en que Filin se encontraba de camino hacia su casa, después de salir del teatro. Un tercer involucrado, Andrei Lipatov, fue acusado de llevar a Zarutsky a la escena del crimen y luego alejarlo de allí.

Filin no sólo ha llevado coreógrafos internacionales al centro de la danza rusa, sino que se atrevió a contratar al primer bailarín estadounidense, David Hallberg, cosa que algunos vieron como una afrenta, pues varios bailarines rusos tuvieron que dejar el Bolshói para irse a otras compañías de San Petersburgo.

Sin embargo, Sergei Filin no es el primer director artístico del Bolshói que ha recibido ataques. En el 2011 Guennadi Yanin fue obligado a renunciar cuando se publicaron en Internet fotografías de él durmiendo desnudo junto a otros hombres. También en ese momento se pensó que quien estaba detrás de la publicación las fotos era el bailarín Nicolai Tsiskaridzé, el “narciso popular de Rusia”.

"Es cruel porque el ataque fue diseñado para dañarle los ojos a alguien cuyo trabajo es repartir casting y decir 'este baila y este no'", dijo Silvia Sánchez Ureña, bailarina y autora del blog Balletómanos. En efecto, el mundo del ballet profesional es un mundo competitivo, y la guerra por los roles es a muerte. Ha habido casos en los que se pone vidrio molido en las zapatillas de algunos bailarines, se lanza aceite a la pista de baile o se hacen sonar alarmas durante las pruebas técnicas que exigen la máxima concentración y equilibrio. Pero aunque siempre ha habido intrigas y competencia en el mundo del ballet, lo que sorprende en este caso es la violencia extrema del ataque. Y no sólo dañaron la vista de Filin y le ocasionaron cicatrices en la cara: antes del ataque llamaron a su casa a amenazarlo, chuzaron las llantas de su carro e intervinieron su correo electrónico y su cuenta en Facebook.

"Nunca pensamos que la guerra por los papeles podría llegar a este nivel criminal. Siempre nos pareció, y siempre quisimos creer, que la gente del mundo del teatro tenía un mínimo de moral. Es por eso que esta historia es terrible", dijo la portavoz del teatro. Y eso es quizá lo que siempre hemos creído todos, es por un culto a la figura del artista que la noticia y su desenvolvimiento causa tanta sorpresa. El mito del artista-vate ha llegado a nosotros desde otros momentos de la historia, y desde otras tradiciones. Durante el Romanticismo europeo –cuya visión tuvo luego una gran repercusión en el arte y las letras latinoamericanas y se quedó de muchas maneras arraigada en nuestra mentalidad–, el artista era casi un ser divino, con una percepción diferente y superior de la realidad. Por ser un hombre ejemplar y un modelo a seguir, el artista debía ser el guía de su sociedad corrompida: lo bello y lo bueno eran uno y lo mismo. Que la estética y la ética sean cosas que van necesariamente de la mano es algo que se pone en duda con hechos como éste. El artista es un ser humano como cualquier otro, y puede ser incluso un agresor despiadado, como esta afrenta lo confirma. El arte está inscrito allí, el arte es un trabajo, y es algo con lo que se reciben enormes provechos económicos. Hace muchos años el arte perdió su aura.

Por Sara Malagón Llano

 

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