Publicidad

La conspiración del olvido

El pasado 29 de noviembre se presentó la nueva familia tipográfica creada en homenaje al primer rector de la Universidad Nacional. Un mes antes, la bisnieta de Ancízar había donado a la universidad su archivo completo.

Sara Malagón Llano
09 de diciembre de 2013 - 09:53 p. m.
Manuel Ancízar Basterra. / Unimedios, Universidad Nacional de Colombia
Manuel Ancízar Basterra. / Unimedios, Universidad Nacional de Colombia
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Un año les tomó al jefe de la División de Archivo y Correspondencia, Ramón García Piment, y su equipo, convencer a Isabel Ancízar de que donara el archivo de su bisabuelo. Encontrarla fue difícil, porque vive en una finca lechera en Tenjo en la que no hay teléfono. Ella estaba tratando de ponerse en contacto con alguna institución que pudiera hacerse cargo de lo que había cuidado durante años, porque unos meses antes de entregar los documentos, entraron los ladrones a su casa y, aunque no se llevaron nada, desordenaron una pila de papeles que ella estaba revisando en ese momento. Sintió entonces que en su finca el archivo estaba en riesgo. Por otra parte, ningún miembro de su familia estaba interesado en cuidar y seguir organizando el archivo.

Casualmente, un veterinario de la Nacional que estaba haciéndose cargo de una vaca de su finca que estaba enferma le contó en alguna de sus conversaciones que trabajaba precisamente en el edificio Manuel Ancízar; ella le dijo que era la bisnieta del fundador de la Universidad y así fue como se dio la primera conexión.

Ramón García, por su lado, ya había entrado en contacto con un par de historiadores a los que Isabel permitió consultar el archivo; ellos le dieron los datos de la ubicación de la finca y por fin pudo ir a visitarla: “Al principio fue muy celosa, nos tocó proceder tranquilamente porque el archivo para ella es un tesoro”, afirma García.

Inicialmente, Isabel Ancízar les mostraba sólo algunos documentos a los investigadores y escondía otros. Una de las partes del archivo que más tiempo se demoró en mostrarles fue la de las cartas y los documentos que testifican que Ancízar pertenecía a una logia masónica, a través de la cual compraba anónimamente esclavos negros en subastas y luego les daba la libertad.

Finalmente, en octubre, entregó todo el archivo a la Universidad Nacional, que está siendo digitalizado y va a poder ser consultado por el público a partir de febrero de 2014. Pero detrás de la historia de cómo llegó el archivo a la Nacional está la historia de cómo la bisnieta de Ancízar reunió el archivo. La idea fue de su padre, Jorge Ancízar Sordo, que tenía poca información sobre el paradero de los papeles. Empezó entonces una búsqueda que reveló que algunos descendientes de Ancízar vivían en Venezuela y Argentina. En 1962, Isabel Ancízar viajó a Argentina, pero el nieto mayor de don Manuel, que vivía allí, no estaba muy convencido de entregarle el archivo; cuando accedió, por fin, ella pagó un seguro muy costoso para la época con el fin de poder traer el archivo a Colombia, pues era posible que lo consideraran propaganda política o terrorista e impidieran su entrada al país.

Volvió a Colombia, después de cargar sola veinticinco kilos de documentos en el camión que la llevó al aeropuerto, y comenzó a organizar el archivo; se puso luego en contacto con su primo, un sacerdote jesuita de origen francés radicado en Venezuela, con el que terminó casándose. Juntos siguieron en la tarea de reconstruir y unificar el archivo de Ancízar, el de todos sus descendientes y el de la esposa, Agripina Samper.

Isabel Ancízar le entregó a la Universidad más de veinte metros de archivo, 4.342 folios concentrados en 21 cajas y 423 carpetas. Allí se encuentran documentos totalmente inéditos, cartas, prosa literaria, estudios sobre filosofía y psicología, entre otras cosas. En los cuadernillos que contienen los escritos en lápiz y que se convirtieron en su obra más reconocida, La peregrinación de Alpha, hay también dibujos y notas al margen que nunca han sido publicadas, que hablan de las cosas que no le gustaban de las regiones que visitó. En esas notas aparece una que otra grosería.

También se conserva la correspondencia que mantenía con Agripina o Pía Rigán (anagrama de Agripina), que era el apodo que le tenía Ancízar —y ella le decía “Alpha”—. En una de las cartas que él le escribe estando lejos, le pregunta con mucha insistencia cómo sigue uno de sus hijos, que estaba enfermo.

También hay correspondencia y comunicaciones oficiales, que ni siquiera están escritas en español, sino en códigos. En algunos de esos documentos se ven además los trazos en lápiz de algún familiar que trató de descifrarlos.

En materia de literatura, hay más prosa que poesía, y también hay correcciones de sus propias publicaciones en periódicos. Hay fotos, estampillas y cartas personales de personajes ilustres de la época, como Jorge Isaacs, Andrés Bello, Agustín Codazzi y José Hilario López, entre muchos otros. También está la carta de renuncia que le presentó a la Universidad Nacional, en la que dice que lo hace por motivos de salud, pero allí, en el mismo archivo donde se encuentra esa carta, otros documentos personales revelan que lo hizo porque fue obligado a dejar de dictar algunas asignaturas.

Cuando fui a visitar el archivo apareció una carpeta con varias fotos de él y de su esposa, y en medio de ellas había una de una pintura de María abrazando a Jesús, de la que Ramón García me contó la historia que a su vez le había contado Isabel Ancízar: La Dolorosa, de 1550, era una herencia de los padres de don Manuel. Como ellos eran españoles, tuvieron que salir huyendo a Cuba con su familia a raíz de los movimientos independentistas, en la etapa final de la expulsión del dominio español. En una noche recogieron sus objetos valiosos y se fueron a Honda para tomar un barco que los llevó hasta Cartagena, y desde allí salieron del país. Llevaban consigo unos cubiertos de oro con los que planeaban cubrir los gastos del viaje por el río Magdalena, pero en la oscuridad de esa noche descubrieron que habían cogido otros cubiertos que no eran valiosos. El conductor del barco, Sindóforo García, les propuso entonces que a cambio del viaje le dieran el cuadro. Y aunque el cuadro los salvó de ser asesinados, el viaje fue tortuoso: en el recorrido murieron dos hermanos de don Manuel y una tía, y cuando llegaron a Cuba murió su madre. Después Ancízar creció, se volvió abogado, fue a Estados Unidos a seguir estudiando, se convirtió en director de un colegio en Venezuela, y cuando por fin regresó a Colombia buscó a Sindóforo y le compró nuevamente el cuadro, que se conserva hoy en día en la finca de doña Isabel.

Adentrarse en un archivo es adentrarse también en una red de historias ajenas, que van apareciendo a medida que uno va escarbando en las carpetas. Cada documento, cada foto, cada manuscrito lleva a otra historia, y así el archivo evoca algo que lo trasciende. Lo más emotivo del trabajo del equipo de la Universidad Nacional es que no sólo han recopilado documentos: también han recogido recuerdos y cuentan como si fueran suyas las historias de Isabel. Esas historias le dan toda una dimensión literaria al archivo, que en principio es considerado por algunos, sobre todo, un documento histórico. El archivo se amplía, se engrandece, se ve atravesado por esas nuevas líneas de fuga que son las historias de doña Isabel, un halo que rodea cada uno de los papeles del archivo.

saritamalagon@hotmail.com

Por Sara Malagón Llano

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar