Crítica al poema del gato: o cómo parecer inteligente con el discurso vacío

el Poema del gato, una estrofa de solo seis versos, sencilla en apariencia pero con múltiples funciones referenciales, se considera entre los once mejores poemas breves del siglo XX.

Umberto Senegal
23 de febrero de 2017 - 08:39 p. m.
Andruchak (Brasil).
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De acuerdo con la aguda percepción de ilustrados críticos contemporáneos en The Times Literary Supplement, Londres; Review of Books, Inglaterra; Yomiuri Shimbun, Japón; Bild, Alemania; Sun, Inglaterra; New York Times, USA y Le Monde, Francia, entre otros, el Poema del gato, una estrofa de solo seis versos, sencilla en apariencia pero con múltiples funciones referenciales, se considera entre los once mejores poemas breves del siglo XX. Sus connotaciones antropozoológicas en una época donde prevalece la tecnología, no son signos aislados de la íntima cotidianidad de cualquier ser humano actual. Es la contundente y directa imagen, no metafórica, del gato como arquetipo, según lo enuncia Northrop Frye, uno de los representantes más conocidos del New Criticism: “Los arquetipos forman haces de asociaciones de ideas, conjuntos variables que se diferencian, por esa causa, de los signos. Esos conjuntos contienen numerosas asociaciones enseñadas o adquiridas y que son fácilmente comunicables  por el hecho de ser familiares a todos los que participan de una cultura común”.

Nada tan familiar ni de más factible comunicabilidad que la imagen de un animal doméstico, el gato, para individuos de cualquier cultura, raza, ideología, credo político, formación científica o estrato económico. Se le asigna un color al felino: negro.  Si el gato sufre poco o mucho, no lo expresa el poeta, quien presiente que por tal motivo puede retardar su partida hacia el trabajo. Uno de los críticos alemanes exegetas del poema, Bartholomäus Schuster, publicó en el periódico Bild (Berlín, 2003) un macizo ensayo donde examina el protagonismo del gato, en lugar del perro con mayor receptividad emocional para la gente. El desconocido autor de estos seis versos, factibles de modificarse en prosa o escueta apostilla sin las tonalidades poéticas añadidas por los comentaristas, fue persona versada en compendios alquímicos quien, de acuerdo con la sicología de los colores de Goethe y Kandinsky, recurre literariamente al matiz negro como descripción de los confines absolutos tras los cuales cesa la vida. Negro: color del completo inconsciente, del hundimiento en lo oscuro.

Se desconoce su autor. Tan sugerente y existencial fragmento poético, aunque circula profuso y se identifica como texto nómada desde 1981,  adquiere su trascendente rango  poético cuando en su ensayo Cómo leer y por qué (2000), el teórico literario norteamericano Harold Bloom lo cita, haciendo ligera referencia al mismo y, por extensión, a cuanto su lectura ofrece como placer estético, elemento para la formación de la personalidad del lector. En particular, como regreso a lo subjetivo de los sentimientos y al pensamiento profundo. De la mano de Bloom, tal reconocimiento confirió al breve poema su repercusión dentro del ámbito poético mundial.  Casi siempre, se le atribuye -bulo sin asidero alguno- a poetas notables del país donde se descubre su valor estético y se comienza a estudiar, planteando aproximaciones filosóficas, estéticas, sociales, sicológicas y político-económicas del citado texto con el entorno desde  el cual se le interpreta o critica. Traducido a cerca de 50 lenguas. Para los árabes, es ícono poético al tener  por protagonista al gato, animal importante para el islam. Por tal motivo,  lo han traducido al árabe magrebí, al árabe tunecino, juba, shamí, najdí y yemení. Es objeto de incalculables conferencias, foros, seminarios sobre poesía posmoderna y diálogos donde participan expertos en lingüística, semiología y en poéticas neurobiológicas. Desafortunadamente no se conoce su verdadero autor. Se le sigue atribuyendo a varios connotados  poetas europeos quienes dejan todo en penumbras. No lo niegan pero tampoco lo aceptan. Muchos de ellos, cuando los entrevistan sobre el tema, dicen saber de buena tinta quien es el autor, el cual pertenece a la escuela literaria fundada por Gog el 27 de mayo de 1931 en New Parthenon, como una especie de industria de la poesía. Gog mismo lo señala: “Pero cuando uno se ha entregado al vicio de los negocios durante tantos años, es casi imposible huir de cualquier recrudecimiento. El año pasado se me antojó crear una pequeña industria, solo para sustraerme a las tentaciones de volver a ocuparme de las grandes y pesadas. Quería que fuese absolutamente nueva y que no requiriese demasiado capital. Me vino entonces a la memoria la poesía. Esta especie de opio verbal, suministrado en pequeñas dosis de líneas numeradas, no es ciertamente una mercancía de primera necesidad, pero el hecho es que muchos hombres no consiguen prescindir de ella”.

Cuatro poetas participaron en el experimento de Gog, según lo rememora Giovanni Papini: Hipólito Cocardasse, francés; Otto Muttermann, de Stuttgart; Carlos Cañamaque, uruguayo de la escuela ultraísta, y el ruso Fedia Liubanoff. El autor del poema al gato tiene notorias influencias de la estética literaria nacida en aquel taller de poesía. Industriales del poema. Es uno de los textos más analizados desde múltiples puntos de vista contemporáneos. Se ha incluido en más de 100 antologías de poesía de finales del siglo XX. La revista Granta en inglés, bajo la dirección de John Freeman, hizo en 2009 una excepción con este poema y publicó un número monográfico con ensayos sobre él. Incluyó manuscritos del poema que se atribuyen, de acuerdo con análisis grafológicos, a reconocidas personalidades del ámbito literario europeo y norteamericano.  Como bien explican sus directores: “Granta casi nunca publica, aunque su calidad sea incuestionable, ensayos académicos y ensayos sobre escritores; ni reseñas; ni tampoco reportajes o crónicas cuyo interés primordial sea inmediato o circunstancial; ni ciencia ficción o narrativa romántica, fantástica, histórica o policíaca; poesía; así como tampoco crónicas de viajes que carezcan de intención narrativa”. La excepción la hicieron con este raro poema cuyos contenidos no son visibles a simple vista ni durante las primeras diez lecturas. Se debe centrar la atención en sus extensiones literarias no visibles bajo apresuradas lecturas. Varios lingüistas de la escuela de Derrida, revelan que el efecto sorpresa con este poema no ocurre con las primeras lecturas. Se debe insistir hasta cuando sobrevenga el fenómeno de la percepción poética, la decodificación de imágenes, signos, lexemas, fonemas y sobre todo de los contenidos semióticos de la palabra convertida en verso.

Estudios neuro-literarios del poema en varias universidades de Estados Unidos, Japón y Alemania, comprobaron que quienes no entienden el poema o por alguna razón cultural, cerebral o sicológica no le encuentran valor estético o significación al texto, tienen delicados problemas de lectura, de comprensión de textos literarios o daños neuronales irreversibles respecto a la capacidad de imaginar, recrear y aprehender contenidos no matemáticos. Sin más cantinelas este es el poema que, por mi parte, comprendí a la perfección y no tuve problemas en asimilar. Yo también cedí a la tentación de interpretarlo de acuerdo con mis emociones al leerlo. Colaboré con una interpretación del poema la cual no alcancé a enviarla en el tiempo solicitado para el monográfico de Granta. Deseaban este texto en representación de los intérpretes suramericanos, colombianos, quindianos y en particular calarqueños. 

                                                         

                                                    A mi gato le duele la cola

                                                   mientras leo un poema de Dante.

                                                   Pero es lunes y es posible

                                                  que llegue tarde a mi trabajo.

                                                   Mi gato es negro

                                                   y yo trabajo en un banco.

 

Los seis versos y 35 palabras más simbólicas escritas a finales del siglo XX, de acuerdo con críticos del New Yorker. Representación dramática, cotidiana, del hombre de nuestro tiempo y el poder de las corporaciones bancarias. Kafka, Borges, Joyce, habrían admitido la paternidad de este poema porque a partir de cada verso se puede escribir una novela sobre la soledad, la alienante angustia del trabajo, los animales como compañía fiel del ser humano cada vez más solo entre sus semejantes. Pero en particular por las implicaciones filosóficas a partir de la presencia del gato, sobre todo un felino negro. Bien lo señala  Franz Brentano, asumiendo hechos como este: “En el campo de la filosofía ya no se piensa en pedir luz y verdad, sino solamente un entretenimiento con novedades sorprendentes. Por estos frutos, que han madurado en el árbol de los conocimientos sintéticos a priori, puede revelársenos más que suficientemente lo que estos son”.

En Italia, como era de esperarse, la revista Granta en Italiano dedicó sus ensayos y su monográfico solo a la interpretación histórica de la referencia que el autor del poema hace sobre Dante. Allí el poema despertó interés  por la vida de Alighieri y sus implicaciones políticas relacionadas con la Italia contemporánea, la de Berlusconi. Durante varias semanas releí el poema hasta penetrar en algunos de sus sentidos, algunas de sus imperecederas interpretaciones. Gracias a elementos lúdicos y verbales  obtenidos de mi paso por Oulipo, comprendí uno de los significados del poema. Debo agradecerlo a pistas señaladas por Perec y Raymond Queneau. En este bello poema su autor, sin proponérselo, logra con tan simbólico texto la equilibrada aproximación paradigmática y paródica entre lo fenoménico de lo visual y lo objetivo, no kantiano, denotado por el estrato metafórico del verso sobre lo cual Han-Georg Gadamer, en su libro Poema y diálogo, explica: “Suenan aquí en forma poética las antítesis que ya entonces formularon Gundolf y otros en el Jarhbuch fur geistige Bewegung (Anuario para el movimiento espiritual), las antítesis de ser y saber, sustancia y función, forma y concepto. Estas antítesis, presentadas con más arte literario que con precisión intelectual, me revelaron, no obstante, una verdad: que todo pensamiento debe enfrentarse a la prueba de poder canjear lo pensado por experiencia viva”.

El dolor del gato acrecienta la perspectiva metafísica, irracional desde luego, de la realidad concreta y sensorial, mediante el efecto conceptual de la sonoridad del silencio. Derrida lo llamaría desacralización del signo y del contenido, en aras del código descodificado mas no subvertido en su praxis lineal. Y en esto estoy por completo de acuerdo con Derrida. Aunque no dejo de imaginar la posición estética de Wittgenstein, si hubiera leído el poema, teniendo presente que para este filósofo un texto como el comentado habría caído en el campo donde el lenguaje funciona en sus usos y no hay que preguntar por las significaciones. Hay que preguntar por los usos. Pero estos usos son múltiples, variados; no hay propiamente el lenguaje sino lenguajes y estos son formas de vida. Cuanto llamamos lenguaje son juegos de lenguaje.  Y si uno de los muchos juegos del lenguaje sirve para describir, hay otros para preguntar, para indignarse o consolar. No hay pues una función del lenguaje como no hay una función de una caja de herramientas. No hay función común de las expresiones del lenguaje; hay innumerables clases de expresiones y modos de usar las palabras, incluyendo las mismas palabras o las que parecen ser las mismas. Esto lo habría sostenido el filósofo alemán si hubiera leído el poema. Se ajusta por completo al drama de quien sale de su apartamento y deja solo a su gato. El personaje del poema no vive con nadie más. Ese felino enfermo, o con inesperado dolor de cola que su amo percibe precisamente cuando termina un acto poético, la lectura de un poema de Dante, y debe salir a cumplir su contrato laboral en un banco del pueblo o la ciudad donde reside, es su única compañía en un potencial edificio de estrechos apartamentos. El hombre que llegará a un banco a cumplir su silencioso deber, escuchando a personas cercanas a él pero en realidad distantes, cuyos lenguajes pasan de un momento de desconcierto a uno de indignación. La discusión con Derrida, habría sido colosal porque a partir del gato como ente esotérico, ambos habrían divergido en su apreciación de la conciencia laboral del individuo. Wittgenstein considera  que cuanto se expresa por sí mismo en el lenguaje, no podemos expresarlo  mediante el lenguaje. Ese gato en realidad no es un gato. Pero tampoco es una palabra describiendo al gato. El concepto remite a la imagen y esta imagen nos ubica frente a un gato real, parte de un drama con un hombre existente. La conciencia que el protagonista del poema tiene de llegar tarde al trabajo, induce a deducir que las cuestiones filosóficas de acuerdo con el señalado filósofo alemán, emergen del lenguaje pero no son cuestiones lingüísticas: son cuestiones acerca de realidades que nos sumen en confusión por no saber cómo tratarlas adecuadamente. Por no saber cómo percibir la cuestión. Por eso el poema busca hacernos ver. No explica ni deduce ni infiere nada. Simplemente pone a la vista. Deja al gato y al hombre frente a nosotros, sin explicaciones. Y lo mejor, sin metáforas desluciendo o acrecentando la realidad.

Es un día concreto: lunes. El hombre leía a un poeta concreto: Dante. El poema  está fundamentado por completo en la noción de lenguaje corriente. No puede explicarse la relación del hombre y del gato, solitarios ambos, si primero no se siente cuanto no se puede pensar para explicarlo sin la palabra y sin el signo. Entonces y solo entonces, se posibilita el efecto logarítmico de la integración de categorías filosóficas no poéticas, que permitan acercarse al poema sin decodificarlo. En su realidad total.  El gato como gato y  el protagonista como un simple hombre trabajador de un banco, sin lirismos ni metaforizaciones de ninguna índole. Aunque el color negro lo facilita. Tal tipo de soledad no debe condicionarse a ninguna de las  teorías freudianas de relación animal-hombre-sexo. Ni mucho menos en proposiciones  marxistas relacionadas con el trabajador y el empresario. Un banco es la más fría representación del capital, sobre todo si se establecen relaciones sociológicas y dialécticas con la obra de Dante Alighieri y su libro La vita nuova que, se me ocurre, era la obra que  leía el personaje del texto, quien solo dice “un poema”. No habla de la Comedia. Por consiguiente, puede pensarse en otras obras de Dante con las cuales el autor quiere darnos a entender otras ideas.

La dimensión sicológica del poema puede emparentarse con la escuela de Jung y la tesis lacaniana del sufrimiento reprimido. La vitalidad del gato, y en esto se encuentra para mi concepto el valor literario y estético del poema, radica en la cuantificación de su mundo felino y la simbiosis pragmática con un individuo viviendo tal vez en un apartamento.  Mediante múltiples variables combinatorias deducibles de la relación de cada verso con el anterior y con el siguiente, desmembrado de su propio mensaje contextual. En la estructura semántica de los seis versos, sin rima, sin aparente métrica, predomina el lenguaje-no-metafórico capaz de desviar el sentido estético del mensaje. No hay dudas: todo ocurre desde el principio hasta el final del poema, a lo largo de cada una de sus 35 palabras. Encuentro en este, el mismo tono de los poemas breves de Cavafis y Pessoa. Uno de los críticos alemanes que escribió un extenso ensayo sobre este poema, insinúa que su autor pudo haber sido Pessoa y nos muestra quince textos del poeta portugués donde, de verdad, hay semejanzas cercanas que inducirían a atribuirle tal poema a Pessoa. En conclusión, el poema del gato negro, como se le llama por cuanto su autor no le puso título, es una pequeña obra maestra de la poesía finisecular, ejemplo sintético y literario de la metalógica excluyendo la significación para facilitar los cálculos abstractos. Un poema ejemplo de metasintaxis. Cada vez que lo leo, y de acuerdo con mis estados de ánimo, con el paisaje que me circunda, veo que en sus seis versos el problema del significado de las proposiciones debe afrontarse como problema estético de conexión entre los varios signos que componen la proposición misma, el verso separado de los demás, o el verso en su conjunto sintáctico-formal. Es indudable que este multifacético poema puede interpretarse semióticamente, desde su sintaxis, su semántica y su pragmática. Pero a partir de esta última, es desde donde el texto se enriquece y nos ayuda a hacer la vida más fácil, más simple, más llevadera en un universo de complejidades tecnológicas.

Por Umberto Senegal

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