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Pobreza, desigualdad y exclusión son algunos de los males de los que sufre nuestra sociedad actual, males que han surgido, en gran medida, del no adecuado funcionamiento del sistema capitalista, imperante desde el final del siglo XIX. Este ha avanzado tanto, hasta llegar a parecer cíclico e infinito, al igual que a ser concebido como el fin al que debería llegar cualquier sociedad. Su enorme influencia conllevó a mercantilizar todo lo existente en la sociedad. El trabajo, el ocio y hasta el arte mismo, hoy en día, han llegado a ser evaluados por la famosísima y preferida ecuación: “el costo-beneficio”. Es que ni la naturaleza se salva, pues ahora se le pone un precio al agua, al aire, y hasta las estrellas se venden y se regalan. Y pensar que, si se retrocede en el tiempo, se llega a que uno de los pensadores más importantes de la historia, Karl Marx, ya había diagnosticado estos riesgos hace casi dos siglos.
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Marx vivió en una época en la que confluyeron una gran cantidad de cambios: las innovaciones tecnológicas que trajo consigo la máquina de vapor; el surgimiento de la burguesía y el proletariado, que fueron las dos nuevas clases sociales; el éxodo rural, en el que los campesinos se enganchaban a las fábricas de las grandes urbes como obreros, y el comienzo de la acumulación del capital, entre otros, siendo derivados en gran parte de la Revolución Industrial. Marx, quien miraba de manera pesimista estas transformaciones, logró analizar, de manera crítica, la nueva sociedad que se formaba. Aquella, que se veía como sinónimo de progreso, para el autor era una gran amenaza que iba en ascenso, pues, para que este nuevo orden social funcionara, se necesitaba la enajenación o alienación del trabajador convirtiéndolo en una mercancía más, utilizada por la burguesía para enriquecerse. De esta manera, el trabajador perdía su condición humana y se convertía en una extensión más del orden social que se establecía y permitía el surgimiento y asentamiento del sistema capitalista. Es así como la enajenación de la persona no ha parado de crecer y expandirse a todas las esferas de la vida social en nuestros tiempos.
La herencia de Marx y su denuncia a un sistema capitalista se vieron oscurecidas desde el momento en que cayó el Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, lo que marcó el comienzo de la disolución y el fin de la Unión Soviética. Desde este momento, cualquiera que se llamase comunista era relacionado con el autor en cuestión y es así que desde los “vencedores”, el librecambio y el capitalismo, liderados por Estados Unidos, se aceleró el imaginario de Marx como un enemigo. Sus ideas fueron desprestigiadas y culpadas de todos los problemas que tuvo el bloque de los “vencidos”. Desde entonces, y por mucho tiempo se pensó que Marx y su teoría habían desaparecido debajo de una hegemonía capitalista; sin embargo, con el paso del tiempo, la historia le ha dado la razón al pensador socialista. La crisis del 2008 llegó a ser testimonio de que el sistema capitalista, tal como se concebía y funcionaba en tal momento, tenía sus graves problemas. Por esta razón, desde esta fecha la influencia del pensamiento marxista se ha vuelto a tener en cuenta y a ser una fuente clave para encontrar salidas de la defectuosa estructura marcada por el neoliberalismo.
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Se puede decir que Marx no ha muerto para el siglo XXI. Marx y sus planteamientos están más vivos que nunca. Quienes creen que el pensador ha muerto solo tienen que dar un vistazo y encontrarán su vigencia en las falencias del propio orden actual; o como dice el politólogo y sociólogo Atilio A. Boron, “por la reiterada incapacidad del capitalismo para enfrentar y resolver los problemas y desafíos originados en su propio funcionamiento”. En la actualidad, las “antiguas” preocupaciones de Marx, se expresan en personas cada vez más alienadas por el trabajo, los medios de comunicación, el entretenimiento y la digitalización de las relaciones, lo que da cuenta de la permanencia de los diagnósticos del autor. O es también, en nuestro siglo, más que en ningún otro, que la economía, el dinero y hasta lo cuantificable se vuelven determinantes de las otras esferas de la vida social, como en su momento escribió Marx: “la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”. Hoy lo material obtiene más importancia que nunca y el humano se ve cada vez más opacado y dependiente. La permanencia de sus planteamientos, hace de Marx un clásico, leer sus obras se vuele pertinente, en el presente, para comprender la sociedad actual desde otra perspectiva a la hegemónica.
Ahora bien, la lectura de Marx hoy en día no puede llegar a ser la misma del siglo pasado, lectura que cayó en sesgos e intereses de diferentes bandos generando fuertes malinterpretaciones de su obra. Normalmente, se han adoptado dos posiciones opuestas al interpretar lo que quiso decir el autor: la primera ha consistido en santificarlo, mientras que la segunda lo convierte en el mayor de los culpables de todos los males de la historia desde el final del siglo XIX. Las dos son igual de destructivas, pues la primera lo glorifica y sesga la lectura de sus obras, y la segunda le adjudica, desde una influencia “librecambista”, todos los errores de aquellas personas que lo malinterpretaron y desde su teoría justificaron proyectos totalitarios. Esto convierte a Marx en el autor más conocido (el más citado de la historia); pero, al mismo tiempo, en el más desconocido de nuestro tiempo.
Es por tal razón que uno de los retos más grandes al leer a Marx en la actualidad es desvincularlo de los “ismos” (marxismo, comunismo, socialismo, entre otros) que han sido fuertemente estereotipados a lo largo del tiempo. Así lo afirma Francisco Fernández Buey, cuando dice que, para acabar con ese desconocimiento, se debe seguir la máxima por la que se regía el autor: “dudar de todo”. En este caso, la duda, es decir, la crítica, es la única forma en la que se pueden dejar de lado la gran cantidad de lecturas con intereses, lecturas ideologizadas, lecturas por conveniencia, lecturas sesgadas y cuantas falsedades por las que ha pasado su obra.
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Karl Marx es un clásico. Aún en la actualidad su obra da mucho que decir. Más allá de sus planteamientos sobre la economía, la producción, entre muchos más, creo que a la hora de leer a Marx, hoy, lo más importante es resaltar el valor que le da al humano. El valor humano en cuanto a ser creador. El autor comprende que el ser humano nace esencialmente para crear, cosa que se elimina en el momento mismo en que es enajenado, en cuanto su labor le pertenece a otro que se enriquece gracias a esta, hasta tal punto, como dice Marx, que “aparece la realización del trabajo como desrealización del trabajador”. Así pues, tal vez, la herencia más relevante que deja el autor para nuestra época contemporánea, es dudar del mundo de las cosas. Con esto quiero decir, que así como Marx comprendió que lo material eliminaba frecuentemente lo humano, en la actualidad se debería saber que, cuando un celular media en las relaciones entre personas, cuando un televisor o un computador abarcan toda la conciencia de un humano, o cuando un empleado es absorbido totalmente en su trabajo, siempre habrá detrás de cada parte de este mundo material, un ser humano capaz de crear algo y de auto construirse, pero que al depender de un objeto extraño a sí mismo, no podrá hacerlo.
Marx creía que el humano era capaz de transformar el mundo en que vivía y que tenía una capacidad de agencia, y que para recuperarla debía liberarse de la forma de trabajo que se lo impedía. De esta manera, si se desliga a Marx de las lecturas ideologizadas y erróneas, y de los proyectos que lo utilizaron para justificarse, queda un pensador a quien le importó resaltar la esencia humana detrás del sistema económico establecido, esencia que se produce y se forma desde la persona misma. Y así, la lectura de este clásico aporta la certeza de la necesidad de darle más valor al mundo de lo humano por sobre el mundo de las cosas; de devolverle al humano su esencia arrebatada por el mundo material.