Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Una risa malévola, macabra, un vestido que refleja una existencia corroída por los traumas del pasado y la agresividad de un mundo que arroja al olvido a los desdichados y subestima la abnegación de los nobles son símbolos de un villano que podría reafirmar la tesis de Jean Jacques Rosseau en la que afirma que “el ser humano es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe”.
Detrás de la risa se esconde el rencor y detrás del maquillaje de la diversión se oculta la sed insaciable de venganza a un mundo, pues los traumas y las malas memorias pudieron ser determinadas, pero las circunstancias son dibujadas por toda una generación, por todo un tiempo en el que los derrotados brotan de las humillaciones y de los rechazos refractarios.
Le sugerimos: Sobre Jared Leto, el Joker y los riesgos (El juego del Joker)
El origen del Joker no tiene una historia definida. Se dice que la figura del payaso asesino fue rechazado en un principio, que la idea de Jerry Robinson no tenía sustento para los ejecutivos de DC Comics. No obstante, el personaje descabellado y de apariencia psicodélica y psicótica apareció repentinamente en el cómic Batman No. 1 en 1940.
César Romero, el actor estadounidense de origen cubano, fue el primero en interpretar al Guasón en la serie de televisión de Batman en la década de 1960. En ella se refleja la esencia misma del villano dentro del universo DC, pues su definición está basada en una contraposición del imaginario del antihéroe, es decir, que la existencia del Guasón no se basa en el asesinato y el crimen con fines específicos, sino que se trata de un personaje que realiza el mal sin fundamento, que busca ser el símbolo de la locura y el caos.
Su bigote fue su emblema de la vanidad, esto lo identificó como un hombre que defendía su apariencia, que se resistía a abandonar los rasgos originarios de la isla de Cuba, de las facciones latinas que aun guardan algo de nuestros ancestros. De su bigote que estaba por fuera de los contratos y de sus ademanes camaleónicos surgió un Jóker que, para bien o para mal, marcó el camino para los próximos y dio una primera impresión de ser un personaje que representaba el mal sin horizontes, que asociaba el daño con la diversión y el miedo como una obsesión.
Romero, conocido como "El latino de Manhattan", era en aquella década de los 60 uno de los actores más veteranos. Su papel como Joker y como Drácula en Night Gallery de Rod Serling lo perfilaron como uno de los actores más polifacéticos en la industria del cine y la televisión en Estados Unidos. Su risa macabra y su capacidad de asumir la burla y el ingenio como herramientas para ocasionar el mal lo convirtieron en un símbolo de las narrativas fantásticas y de las figuras de ficción que traían bajo sus trajes un discurso sobre la moral y la condición humana.
Alguna vez afirmó que solamente era necesario ponerse el traje del Jóker para reconocer la interpretación del personaje. Un color morado predominante en el traje con una camisa verde y un maquillaje que obliga a tener la sonrisa que en el pasado no existió introduce al villano en el rencor y en la vida fuera de contexto, alejándose de los parámetros y de la realidad dictada por consenso.
Puede leer: Jack Nicholson: Ser el Guasón (El juego del Jóker)
Romero recreó el antihéroe que Batman necesitaba y que la sociedad observa con temor, pero también con curiosidad. El Jóker es el villano impredecible, el que no se ajusta al criminal común, el que se escabulle no por escapar sino por hallar una nueva forma de mofarse de su nemesis. El Joker de "El latino de Manhattan" es el primero en sugerir que la moral, en ocasiones, es superada por el azar, y que en ocasiones donde los humanos muestran los límites de su naturaleza y de sus virtudes, no hay principios o mandamientos que determinen su acción y su fin.