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Sus libros están marcados por pequeños papeles en forma circular. Azul, verde, plateado. Cada uno clasifica los textos por temas. Hay cientos así. Su sala y comedor son exhibiciones de la historia. Hay colecciones de vinilos, de cuadros, de piezas artísticas que dan cuenta de sus viajes, viajes entendidos no solo como los recorridos que ha realizado, sino también como las exploraciones que ha decidido hacer en diversas épocas de la historia. Un cuadro con la imagen de The Wall, el undécimo álbum de la legendaria banda Pink Floyd, está justo encima de la tornamesa donde Diana Uribe escucha aquellas canciones de la década de 1960, la década de Abbie Hoffman, Bob Dylan o The Beatles. Esa época de la contracultura, las revoluciones, el despertar de aquellas voces somnolientas que venían susurrando justicia, inclusión y libertad, marcó el alba de las nuevas utopías.
Pero en tiempos donde las tinieblas parecen resurgir en nombre de las pasiones más primitivas, se hizo necesario un libro que guiara hacia aquellos antecedentes que explicarían los acontecimientos del siglo XXI. De las cenizas de las guerras y los eslabones perdidos parecen resurgir los gobiernos que se imponen en nombre de la salvación y de la redención. El desconocimiento de la historia como el peor de los pecados y el aprovechamiento de quienes creen que hacer política es obtener el poder a costa de la ignorancia y la manipulación parece ser la dinámica que se asoma entre los velos que cubrieron los ojos que buscaban la versión más acertada de la historia.
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Brújula para el mundo contemporáneo: una guía para entender el siglo XXI, es el libro con el que la historiadora y filósofa Diana Uribe busca entregarles a sus lectores una visión mucho más precisa de las razones que acaecen sobre el capitalismo, la inmigración, el resurgimiento de los totalitarismos en Occidente y el conflicto en Oriente Medio, entre otros temas que son el reflejo de un proyecto de “civilización” y “humanidad” que parece fracasar a causa del miedo infundado, del rechazo a la diferencia y de una frenética deshumanización.
“La naturalización de la barbarie. Los discursos de odio, de xenofobia, como son tan primarios, como van a los instintos básicos que son el miedo y el odio, crean un proceso para deshumanizar a una persona. Considerar que su vida y sus argumentos no son tan valiosos como los tuyos y que, por lo tanto, el maltrato que se le hace a esa persona es menos grave que el que se te hace a ti. Recuperar lo humano en cada uno de nosotros es el camino para ejercer sociedades justas y respetuosas. A partir del conflicto árabe-israelí, un periodista explicó una cosa que es el síndrome del enemigo, que es con lo que se manejan las guerras, considera que el otro no tiene causas sino odios, que el otro no tiene circunstancias sino agresiones. Le da un nombre distinto a todo lo que motiva a una persona a actuar. Y por lo tanto demerita sus razones de actuar y de ser. Y de ahí en adelante demerita el respeto”, afirma Uribe luego de conversar sobre las estratagemas de los que se proclaman dueños del poder para ajustar sus gobiernos, para sustentar el modelo económico con base en necesidades inventadas y en percepciones distorsionadas de la realidad.
“La barbaridad que es Bolsonaro en Brasil. Una de las cosas a las que se les atribuye que haya subido semejante barbaridad es porque ellos no tienen una memoria colectiva de la dictadura, cosa que sí tienen Argentina y Chile. Una memoria colectiva en la que sepan que vivieron algo aterrador y que eso no se debe repetir. En Brasil no hubo una memoria sobre eso, lo olvidaron y eligieron a uno de los tipos que fue parte de todas esas adversidades. Ahora, las crisis económicas normalmente están ligadas a los totalitarismos, porque se maneja la coyuntura de crisis para encontrar culpables. Y esa dinámica para manipular mediante los instintos más básicos y primarios hace que la gente vote en cosas en las que se definen aspectos muy importantes. Vote con el miedo, vote con el odio, pero fundamentalmente, vote con el desconocimiento”, aclara Diana Uribe.
De la táctica de encontrar culpables, que resulta tan similar al síndrome del enemigo que mencionó Diana Uribe, terminamos remontándonos a la dialéctica de amigo-enemigo del filósofo alemán Carl Schmitt, quien afirmaba en su texto El concepto de lo político que “el enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo, no tiene por qué ser estéticamente feo, no tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizá parecer ventajoso hacer negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los conflictos con él se tornan posibles, siendo que estos conflictos no pueden ser resueltos por una normativa general establecida de antemano, ni por el arbitraje de un tercero “no involucrado” y por lo tanto “imparcial”.
En esa búsqueda de enemigos que exaspera odios y hace más latentes los conflictos se expresa la perversión del poder y corrupción. “La paranoia es una vieja arma política”, afirma Uribe, y de esa indescifrable locura se desencadena, por un lado, la obsesión de adueñarse de cualquier escenario de gobierno, trayendo consigo la implicación de considerar como amenaza al otro que es concebido como totalmente diferente a mí; y por el otro, una cultura de la discriminación y de la negación a dialogar, compartir y dirimir cualquier problemática que altere el curso y el funcionamiento de una comunidad.
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La autora del libro cuenta, por ejemplo, que “cuando la migración era europea a finales del siglo XIX, comienzos del XX, cuarenta millones de europeos migraron a América. Cuando la migración era europea a todo el mundo le parecía progreso, le parecía aporte cultural. Había toda clase de leyes para la migración, frontera abierta. Cuando la migración es siria, es africana, es latinoamericana, todas las puertas se cierran. No son ni progreso ni civilización, son la marejada, la oleada o la inundación. Los europeos huían por lo mismo por lo que está huyendo hoy la gente: el hambre y la guerra. Ahí hay un doble estándar y una doble moral perversa. Hay una nacionalidad que sí tiene derechos y otras nacionalidades que no los tienen. Y luego afirma: “Las migraciones son el resultado de las invasiones. Usted va y destroza Afganistán y la gente no puede vivir ahí. Usted destroza Irak y la gente no puede vivir ahí. Entonces usted no se puede sustraer de las consecuencias de sus actos. Cómo va a desbaratar un país y pretender que no salga una oleada de migraciones”.
Los cuatro capítulos del libro y las 14 horas de audio que vienen incluidas en un CD son el resultado de veinte años de trabajo en los que Diana Uribe recorrió el mundo y su devenir en búsqueda de un pasado que sigue explicando el presente, construyendo la brújula que apunta al norte del porvenir, sin dejar de lado los vientos y los puntos que nos trajeron a este punto específico en el que la esperanza resiste y en el que cada paso es un acercamiento a ese espacio idílico en el que las fronteras desaparecen y el derecho a ser reconocidos, educados y socorridos sin segregación alguna será posible.
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