Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Estoy extenuada por los bombardeos y la falta de sueño, y no tengo ganas de estudiar. La ansiedad con respecto a lo que sucederá nos mantiene viva la esperanza de ver el fin de todo eso, quizás este año...
Tuya, Ana”.
Esto escribió Ana Frank en su famoso Diario el lunes 26 de julio de 1943. Tenía apenas 13 años de edad y contaba el encierro junto a su familia judía mientras huían de la persecución nazi. En medio de la tragedia resalto su pensamiento positivo. Así sobrevivieron dos años y medio hasta que fueron capturados y enviados a campos de concentración donde se supone ella murió por tifo en 1945. Su padre, Otto Frank, sobrevivió a las torturas en el campo de Auschtwitz y fue quien publicó la obra por primera vez.
Es un testimonio inolvidable sobre la capacidad de resistencia mental y física en una situación extrema como la Segunda Guerra Mundial. Con ese negro episodio de la historia comparó hoy el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, la pandemia que la humanidad enfrenta por el nuevo coronavirus y llamó al mundo a ser solidario. (Le recomendamos más de esta serie: El coronavirus y la armonización con la madre tierra).
La propuesta de esta columna en la octava entrega es manejar la ansiedad que el encierro nos produce a distintos niveles; personal, familiar, laboral, mental. Una segunda referencia inspiradora son los Diarios del escritor checo Franz Kafka (1883-1924), donde nos sugiere acudir a la catarsis de la escritura para desahogarnos y relajarnos sin pensar necesariamente en que vamos a producir un texto literario. Anotó: “Tengo ahora, y tuve ya por la tarde, un gran deseo de sacar completamente de mí, mediante la escritura, todo ese estado de ansiedad en que me encuentro, y así como ese estado viene de las profundidades, hundirlo en las profundidades del papel o escribirlo de tal forma que pueda incorporar completamente a mí mismo lo escrito. No es un deseo artístico”. Ese ejercicio privado puede ser, "el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros". Salgamos del estado de congelamiento espiritual que las circunstancias parecen imponernos.
Recordemos que la vida de Kafka siempre estuvo ligada al encierro introspectivo, a la confrontación con su padre, a la incertidumbre laboral, a la enfermedad y a la falta de reconocimiento de sus obras, que sólo vido a darse después de su muerte.
En esta cuarentena los niveles de ansiedad van desde el peligro de contagiarse del Covid-19, hasta sentirse impotente para garantizar la seguridad propia y de nuestros seres queridos, pasando por el riesgo de perder el trabajo, la incertidumbre de la manutención, incluso el mal dormir por una mente agobiada. El consejo es tener claro un plan de actividades diario que nos permita mantener una actitud mental positiva para evitar perder el control al no encontrar respuestas para tantas preguntas que nos hacemos sobre el futuro.
Otro texto literario que tengo a la mano para esta jornada son las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, que nos dejó el escritor colombiano Álvaro Mutis (1923-2013). Si hay un personaje que vive buscando un punto de equilibrio entre la paciencia y esa angustia que no sabe si nace en el estómago y va al cerebro, o al revés, es ese navegante. Mientras recorre mares, enfrenta tormentas y busca nuevos puertos, le da muchos nombres: ansiedad punzante, ansiedad ambulatoria, ansiedad vigilante, ansiedad voraz, ansiedad vaga, ansiedad imprecisa… Pero es el motor que mueve su nave ante cualqquier tempestad.
Coincido con su descripción: “Sentía una opresión en el pecho, una ansiedad sin nombre ni causa evidente, una especie de premonición aciaga tampoco posible de concretar…". Y, sin embargo, invita a retomar el timón de mando para no dejarse vencer por "la ansiedad que todo lo deforma, todo lo intoxica…”.
El secreto para no naufragar es evitar que la ansiedad engañe nuestra conciencia hasta perder por completo el control de uno mismo. Pensar en que todo va a salir bien y actuar en ese sentido para ocupar el cerebro en horizontes optimistas, difusos o concretos. Maqroll el Gaviero se apoyaba en lo que puede ser una recomendable actitud dosificada: “El ánimo de final de viaje que solía traerme siempre una ligera ansiedad, un vago pánico a lo desconocido que pudiera depararme el bajar a tierra”.
Creo que esta ansiedad de aventurero, del marino errante que encuentra y se adapta a un nuevo destino, es benéfica porque asume el azar de lo incierto y lo transforma en ímpetu para el siguiente viaje. El aliento que alimenta el coraje.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.