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Siete años le ha costado al director chileno Théo Court sacar adelante un proyecto que da voz a una historia silenciada y enterrada por capas y capas de nieve, como simboliza la película con su título y sus imágenes, que tuvo lugar en el hostil territorio de Tierra del Fuego (Chile) en los albores del siglo XX.
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Court, quien obtuvo el reconocimiento de la crítica con su ópera prima Ocaso en 2010, se vale de la fotografía como hilo conductor de una historia despiadada que expone cómo el colonialismo no sólo se llevó por delante al pueblo indígena que habitaba en Tierra del Fuego, los Selknam, sino que se vanaglorió de ello dejando constancia fotográfica.
Un archivo fotográfico que sirvió de inspiración a Court para crear la historia de un fotógrafo (Alfredo Castro) que llega a Tierra del Fuego para retratar a la futura esposa de un poderoso latifundista, Mr. Porter, de cuya belleza queda prendado.
”Hay muchas fotografías de esa época. Algunas muy interesantes de Martin Gusinde, un sacerdote austriaco que sacó una serie fotográfica del último Selknam que vieron en Tierra del Fuego”, comienza relatando el director. ”Mi investigación sobre el tema parte de unas fotografías de (Julio) Popper. Son representaciones post-matanza donde Popper y sus secuaces aparecen con los muertos y simulando que están en la batalla”, continúa Court, quien explica que Popper, un ingeniero rumano asentado en Argentina, fue uno de los máximos responsables del exterminio de los Selknam.
En ese descorazonador contexto, Court sitúa a su protagonista -al que Castro borda- sobre el que se ciernen diferentes temas como la pederastia, la perversión del arte y, cómo no, el genocidio de los nativos Selknam, del que el fotógrafo es, finalmente, cómplice a través de sus fotografías.
”Me ha costado siete años hacer la película. Desde la primera versión de guion en 2012 hasta 2018, que empezamos a filmar la película en Chile, ha sido un proceso muy complejo”, cuenta el director. El proceso fue costoso, en gran medida, debido a la cuestión de la financiación. El guion estaba escrito, hacía falta dinero para poder rodar: “Estuve tres años con el proyecto en Chile y no conseguí dinero. Por eso utilicé mi segunda nacionalidad, que es la española, para tratar de reunir dinero”. Junto a José Ángel Alayón, que ejerce el papel de productor ejecutivo y director de fotografía -un trabajo, este último, excepcional y que da cuenta del maravilloso paisaje del sur de Chile- Court sacó adelante un proyecto que se convirtió, en aquel momento, en una coproducción, siendo “80% española”.
La película, que llega a la taquilla española este viernes, tras llevarse el Premio FIPRESCI de las secciones paralelas de la Mostra de Venecia (2019), arranca con todos los códigos de una drama oscuro y reposado que, sin embargo, avanza y evoluciona hasta coquetear con el género western, del que dan cuenta las imágenes.
Ese cambio lo propicia la historia, que se vuelve cada vez más hostil para el fotógrafo (forastero), pero, sobre todo, lo sostiene la imagen. El paso de los fríos paisajes nevados del inicio -rodados en Tierra del Fuego-, a los polvorientos escenarios de tierra -rodados en España, en el Teide (Tenerife, Islas Canarias)- es el que marca el híbrido de géneros. ”En un primer instante es un drama, pero el paisaje va mutando, los elementos van mutando y termina siendo un largometraje con ciertos códigos de western”, explica Court, quien reconoce que, precisamente, fue el cambio de localización el reto más grande dentro del rodaje.
Cuando Court ahonda en la historia real en la que se basa el contexto de su película, aparecen cifras y datos escalofriantes: “En 15 años mataron, como animales, a 5.000 seres humanos. Esta historia siempre ha estado ahí, lo que pasa es que la historia oficial chilena no la acepta, tampoco la argentina, porque de alguna forma el gobierno estuvo muy cercano a ella dejando que los latifundistas europeos hicieran lo que les daba la gana”, apunta Court.
El director chileno deseaba contar esta historia desde un punto de vista “neutro”, “con distancia”, de ahí los planos generales, para que fuera el espectador el que se convirtiera en parte activa del proceso: “Yo expongo ciertos códigos que no quiero resolver del todo para que el espectador sea alguien activo. Ocurren demasiados elementos en el plano para que el espectador tenga la libertad de observar, ser partícipe del relato”, continúa Court, quien cierra la conversación hablando del mensaje de fondo del filme, expuesto tanto en el título como en la utilización de la nieve como elemento purificador.”
“Blanco en blanco significa que la historia se repite. Es una capa que tapa a otra. La idea fundamental es que la nieve va tapando las huellas del horror y va dejando todo prístino, totalmente virgen, donde se genera otra nueva sociedad. La película habla de que la pureza siempre vuelve a pervertirse”.