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Un exitoso y joven abogado colombiano y radicado en Nueva York quiere devorar el mundo, pero sus ansias desmedidas, más que pulverizarlo en mil fragmentos, lo hacen implosionar en una travesía azarosa por la jungla de sí mismo. Espiral, la segunda novela del cineasta colombiano Harold Trompetero (Violeta de mil colores, Nadie sabe para quién trabaja, El baño) es una caída libre por el despeñadero del hombre moderno, ese acantilado al cual todos nos hemos enfrentado en algún momento de nuestras vidas, presas de la misma y patibularia fórmula de dinero+éxito+amor=felicidad.
Al igual que su carrera cinematográfica (uno de los directores más prolíficos de la historia del cine colombiano), Espiral es un relato vertiginoso y frenético que se abraza al lector para luego lanzarse al vacío con las calles y los fantasmas de Manhattan como telón de fondo.
El Espectador habló con el escritor y director como preámbulo del lanzamiento de la novela este 18 de febrero con Calixta Editores.
¿De dónde sale esa avidez por el relato escrito?
Desde muy pequeño quise escribir. Como a los 13 años hice mi primer intento de novela. Aún tengo el cuaderno Jean Book donde quedó escrita, pero soy disléxico, lo cual me dificulta muchísimo la escritura y esto hace que tenga pésima ortografía y que la gramática sea un dolor de cabeza. Creo que por eso decidí no enredarme con las letras y me dediqué al audiovisual, aunque siempre estuve ahí, de lado, dándole y dándole testarudamnte a la escritura. Fue así hasta que hice una maestría en escrituras creativas y me dije que lo intentaría. Ya van dos novelas: Todos los domingos son el fin del mundo y Espiral.
¿Cómo es que un frenético creador audiovisual como usted se toma el tiempo de escribir una novela?
Siempre he pensado que los cineastas somos escritores frustrados y que los escritores contemporáneos son cineastas frustrados. Los cineastas quieren que sus obras lleguen a tener la trascendencia que logra la literatura y los escritores sueñan con que sus novelas se lleven al cine. Para hacer películas primero hay que escribir y el 90% de las que yo he dirigido también las he escrito o he estado involucrado en la escritura de los guiones. De hecho, creo que tengo más guiones que películas hechas. Podría decir que disfruto mucho más escribiendo los guiones que rodando las películas. Por eso no es raro que alguien como yo, que vivo en la carrera de hacer una o dos películas al año, caiga en la tentación de escribir una novela.
¿Cuál es la génesis de “Espiral”?
Espiral es una historia sobre la otra cara del éxito. Es una metáfora de cómo el sistema neoliberal nos ha vuelto esclavos de nosotros mismos en busca del dinero y del reconocimiento. Es la historia de los ejecutivos que no tienen horario ni fechas en el calendario. Vivimos consumidos por producir y producir y no tenemos vida. En Espiral esto se cuenta a través de un joven y prestigioso abogado, radicado en Nueva York, quien empieza a darse cuenta de que su perfecta vida profesional no es más que una cárcel de oro, así que busca escapar de ella de todas las formas posibles. Al final descubre que lo único que realmente necesita es amor.
¿Qué significa New York para usted? ¿Por qué lo marcó esta ciudad?
Viví durante siete años en New York y, cada vez que puedo, paso temporadas allá. Para mí Manhattan es como mi segundo hogar. Yo viajé mucho por Oriente, India, Nepal, Birmania, Tailandia y China, e incluso hice varios viajes para encontrarme con comunidades indígenas: Amazonas, México y Perú. Todos estos viajes fueron de búsqueda espiritual, pero solo cuando llegué a trabajar a New York y me enfrenté a ese monstruo de millones de cabezas pude encontrar una conexión espiritual profunda conmigo mismo.
¿Cómo actúan las ciudades en la psiquis y, en su caso, en el proceso creativo de sus habitantes?
En mi primera novela, Todos los domingos son el fin del mundo, hice un barrido sobre ese tema: cómo las ciudades y los lugares actúan en el alma de los seres humanos. En esa novela cuento cómo cientos de personajes de diferentes partes del mundo viven a las 5:30 de la tarde de un domingo. Ahí concluí que lo que hacen los lugares es cargar a los individuos de experiencias y recuerdos que los marcan. Son las experiencias y no los lugares los que generan cosas en uno, así como uno no se baña dos veces en el mismo río, uno no regresa al mismo sitio dos veces. A nivel creativo lo que hacemos es canalizar esas experiencias y vivencias poniéndolas en contextos; pero los contextos terminan siendo simples empaques en donde suceden las cosas, que en últimas es el interior de nosotros mismos. Eso pasa en Espiral: aunque acontece en un escenario espectacular como New York, lo que vive interiormente el protagonista podría suceder en cualquier lugar del mundo.
Qué dificultades encontró a la hora de sentarse frente a una pantalla y no pensar en planos, secuencias, ángulos…
La verdad no fue difícil aparte de luchar contra la ortografía y la gramática, que tanto me cuestan. Creo que, en mi interior, necesitaba deshacerme de todo el embeleco técnico y operacional que es necesario para hacer una película. En un audiovisual hay que lidiar con decenas de personas, millones de pesos, correr contra el tiempo: hay mucha presión. En cambio estar con el computador enfrentado solo al reto de encontrar la mejor forma de contar algo es un alivio, una delicia.
¿Tuvo que ver la pandemia con la creación de esta novela? Me refiero al encierro obligado, los demonios que afloran en la soledad, etc...
Yo venía escribiendo Espiral desde mucho antes de que empezara la pandemia. Lo que esta crisis sí logró fue que me abrió tiempo y espacio para concentrarme y terminar el proyecto. Los demonios que desataron la pandemia los exorcicé con El Baño, la película que filmé con celulares.
¿Qué escritores admira? ¿Qué tanto lee?
Leo bastante. Me gustan mucho la filosofía y los ensayos más que la literatura. Últimamente he estado muy interesado en el filósofo coreano Byung-Chul Han. También he estado leyendo mucho a Marco Aurelio, Séneca y otros. En literatura contemporánea me encanta Haruki Murakami y los de un poco más atrás como Ciorán, Henry Miller y Bukowski.
¿Planea seguir escribiendo?
Sin duda. Estoy superando las taras que durante toda mi vida me produjeron miedo y pavor a escribir, así que ahora no pienso parar. Eso no significa que vaya a dejar de hacer películas. Por el contrario, creo que el escribir narrativa va hacer que mi producción audiovisual se enriquezca en muchos sentidos. Estoy muy feliz con las puertas creativas que se me han abierto para escribir de manera seria y metódica.
¿Llevaría al cine a ‘Espiral’?
No creo, me gustaría más ver que otro director la filmara. Sería maravilloso ver cómo alguien reinterpreta en imágenes esta historia tan personal.