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A 10.103 kilómetros de Colombia, se encuentra Estonia. Un país reconocido por el desarrollo tecnológico y su complejo pasado soviético. Allí, en el corazón de Tallin, la capital, se erige el Museo de los Libros Prohibidos (Banned Books Museum), un pequeño centro que rinde culto a la libertad de expresión presentando el trasfondo de obras censuradas.
“La historia sobre la prohibición de los libros es el eje del Museo. Nosotros le explicamos al visitante por qué, cómo, cuándo, y por orden de quién, el texto que observa fue censurado”, comenta Joseph Dunnigan, su fundador y director.
La colección está dividida por países. Rusia, China, Estados Unidos y Reino Unido concentran la mayor parte. Dunnigan explica que esa categorización permite establecer patrones nacionales de censura. “En Rusia, el mayor encuadre ha sido el pensamiento político; en Estados Unidos, el racismo y la identidad sexual; en Reino Unido, el puritanismo; en China, el tema está tan enraizado que, más que prohibir libros, allá censuran los pensamientos del autor. Por eso su estante es más representativo que atiborrado”.
Hoy el recinto no cuenta con ninguna obra censurada particularmente en Colombia. Sin embargo, uno de los tres grandes libros de no ficción escritos por Gabriel García Márquez aparece en el listado. La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile (1985), relato del rodaje furtivo del cineasta chileno durante la dictadura de Augusto Pinochet, llegó a ser incinerado por orden del gobierno militar, según indicó en su momento Arturo Navarro, representante del sello editor de la obra en Chile.
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La exposición del Museo de los Libros Prohibidos refleja los distintos enfoques prohibicionistas con que se han juzgado las letras. Por ejemplo, en la sección de China, cohabitan 1984 (1948), la distopía de George Orwell, considerada anticomunista, y Alicia en el país de las maravillas (1865), fantasía de Lewis Carrol, tachada de inmoral por equiparar humanos con animales.
El director del lugar apunta que el libro más apetecido por el público es Mi Lucha (1925), de Adolf Hitler. Precisamente, las ventas del texto escrito por el líder del nazismo se dispararon en 2016, cuando dejó de estar prohibido en Alemania porque expiraron sus derechos de autor. “La mayoría quiere saber qué ideas contiene, por qué es tan polémico, qué significó en la historia, por qué y cuándo se escribió. Para mí puede tornarse aburrido hablar siempre del libro, pero me siento honrado de poder informar con contexto, que es lo importante”, señala el fundador de Banned Books.
A pesar de su tradición, el Museo no logra escapar al dilema de definir qué es aceptable o no para sus visitantes. Existe un mínimo porcentaje de libros que no se enseña por seguridad. J. Dunnigan suele dar el ejemplo hipotético de un texto de la Segunda Guerra Mundial que explica con detalle cómo hacer una bomba. “Lo preservaríamos porque es histórico, pero no se mostraría porque no queremos causarle daño a nadie”.
Una última sección del lugar se compone de libros enfocados en la censura y la libertad de expresión. Allí descansan nombres como el propio George Orwell y John Milton, escritor inglés reconocido por La Aeropagítica (1644), un clásico en favor de la libertad de expresión. No en vano, su texto íntegro está impreso como manifiesto en la recepción del Museo. Leyéndolo, los visitantes corroboran el valor de un refugio como este, pues “destruir un libro es casi como matar un hombre: quien mata a un hombre, mata a un ser de razón, pero quien destruye un libro, mata a la razón misma”.