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'El periodismo me salvó del aburrimiento perpetuo'

Bastante voluminosa, sin dudas, pero ésta, su más reciente novela, siempre fue ahora o nunca (Alfaguara), es una excelente radiografía periodística de la Colombia del siglo XX.

Jorge Consuegra, Libros y Letras
08 de mayo de 2014 - 04:24 a. m.

¿Primero la fotografía y luego el periodismo en su vida?

Así es. La fotografía se me apareció como a los catorce o quince años. Años más tarde, una vez empecé a trabajar como reportero, me resultaba imposible deslindar ambas cosas porque en la práctica se volvieron una sola. Yo hacía reportería con la cámara terciada, y si me tocaba fungir de redactor, las hojas de contactos eran mis apuntes.

¿Qué lo cautivó del periodismo?

En primer lugar, la certeza de que era una profesión cuyo ejercicio me salvaría del aburrimiento perpetuo. Y ya con menos egoísmo, y en segunda instancia, me seducía la idea —errónea, pero eso no lo sabía entonces— de que esa profesión podía ser útil para cambiar un mundo a todas luces injusto. De paso, me alejaba del peligro de convertirme en burócrata con casa a plazos, renolito ídem y esposa de cara embadurnada con crema y rulos de cartón en el pelo, más dos o tres niñitos exigentes piando como pajaritos en su nido. Me parecía menos triste seguir el camino de Klim, Daniel Samper, Héctor Rincón...

¿La fotografía ha sido un oficio, una pasión, un trabajo, una terquedad?

Todas las anteriores, pero sobre todo una amiga, un asidero anímico y económico en los momentos difíciles. Ver los acontecimientos a través de un visor es como aproximarse a la realidad a punta de pequeñas epifanías, revelaciones cotidianas que aguzan las dos visiones: la exterior y la interior.

¿Qué lo impulsó a escribir obras de largo aliento?

La necesidad de encontrar una manera de lavarme el alma después de casi tres décadas de ejercicio periodístico. No es que estuviera aburrido de hacerlo, o arrepentido por haber tomado ese camino, sino que de repente las preguntas de mis hijos me hicieron caer en cuenta de lo importantes que son los ejercicios de memoria, en la concepción más amplia del término memoria, entendida como historia, como registro de hechos que pueden dejar de ser y de significar. Suena algo enrevesado, pero para mí se trataba sencillamente de novelar la realidad para hacerla más comprensible para mis hijos y sus amigos.

¿Cómo surgió la idea de ‘Siempre fue ahora o nunca’?

Sentí el impulso de novelar lo ocurrido con mi generación, la nacida en tiempos de la Guerra Fría, con la amenaza del apocalipsis nuclear y escuchando un discurso según el cual los comunistas querían convertir a Colombia en otra Cuba, donde los niños eran arrebatados a los padres para internarlos en escuelas de adoctrinamiento marxista. Un país que prefería confiar la educación de sus hijos a los curas, habitado por viejas rezanderas, donde los menos militaristas eran los militares, que, salvo Rojas Pinilla, nunca tuvieron que dar golpes de Estado porque los civiles eran más fascistas y más chafarotes que ellos, sólo que con corbata y mancornas. Un país que inevitablemente terminaría convirtiéndose en paracolandia porque su clase dirigente secuestró la democracia y se negó a evolucionar, sobornada y chantajeada por los poderes económicos, aculillada ante la perspectiva de ver disminuidos sus privilegios.

¿Por qué la imagen de una mujer como colega protagonista?

Por reto profesional, porque siempre me ha costado mucho narrar desde el alma femenina y decidí dejar a un lado la cobardía para medírmele. No salió todo lo bien que hubiera deseado porque el personaje terminó pareciéndose a esas damas que, presionadas por el afán de prevalecer sobre los hombres, terminan pareciéndose a ellos.

¿Qué fue lo más complicado en el desarrollo de esta novela?

Que muchos de sus protagonistas estamos vivos. Es verdad que en los últimos sesenta años ha muerto mucha gente corneada por alguna de las tantas violencias que se ejercen en Colombia, pero el tipo de personas que salen en la novela sobrevivió, para bien y para mal, y andamos todos por ahí con mirada estupefacta, sin acabar de entender a qué horas nuestros sueños se fueron por el desagüe. Entonces escribir este libro implicaba modelarlo, esculpirlo con historia viva, un ejercicio bastante más complicado que elaborar una trama escenificada en el siglo XIX, que es a lo que estaba acostumbrado antes.

¿Es más una novela de reflexión histórico-periodística que otra cosa?

Puede decirse que sí, pero la intención inicial no era reflexionar acerca de nada sino plasmar acontecimientos de la manera más amena posible. Inevitablemente el asunto derivó hacia ese costado de la ola, pero como me aterran las moralejas y las poses políticamente correctas procuré hacerle la gambeta a todo lo que me sonara a editorial de periódico o a discurso edificante. Creo que la mayor honestidad de un escritor radica en procurar que el lector no se aburra; eso sí, sin mentirle.


 

Por Jorge Consuegra, Libros y Letras

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