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Con Cioran se pueden hacer muchos análisis: de su amargura, de su cinismo, de su mordacidad, de su laconismo, de su irascibilidad, de sus búsquedas y sus dubitaciones. Propongo una que persigue una línea de su obra —aunque me concentro aquí del Cioran veinteañero, un feroz sin atenuantes—: la futilidad de la existencia, el dolor de la inanidad.
“Comparado con la desesperación -fenómeno tan extraño y complejo-, el escepticismo se caracteriza por una especie de diletantismo, de superficialidad. Por mucho que yo dude de todo y oponga al mundo una sonrisa de desprecio, seguiré comiendo, durmiendo tranquilamente o amando. En la desesperación, cuya profundidad solo se comprende experimentándola, esos actos son únicamente posibles mediante grandes esfuerzos y sufrimientos. En las cimas de la desesperación nadie tiene ya derecho a dormir. De ahí que un auténtico desesperado no olvide jamás nada de su tragedia: su conciencia preserva la dolorosa actualidad de su miseria subjetiva” (Cioran, 2009. p. 68).
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El dolor del rumano es por todo y ante todo, para sí y para los otros, una mirada agria, desesperanzada, fatigada de la vida. “No lucho contra el mundo, lucho contra una fuerza mucho mayor, contra mi fatiga del mundo” (Cioran, 1983. p. 117).
La vida no tiene ningún sentido, ninguna gracia, ninguna retribución. Lo mejor de la vida sería no ser: la nada. No vivir. No ser es mejor que ser, dice Mainländer, la vida es un infierno, y la muerte la dulce y plácida aniquilación de ese averno (2011. p. 101).
La humanidad es abyecta; la lucidez una maldición; la existencia un error. Las lecturas de Schopenhauer y el ya mencionado Mainländer son notables. La de Nietzsche es evidente, aunque en Las cimas de la desesperación la nihilidad del rumano llega a un paroxismo distante, a diferencia de Zaratustra, este no contempla escala de grises.
“Ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus complicaciones?” (Cioran, 2009. p. 18).
Sus valles son de diáfana oscuridad: “El hecho de que yo existe prueba que el mundo no tiene sentido. ¿Qué sentido, en efecto, podría yo hallar en los suplicios de un hombre infinitamente atormentado y desgraciado para quien todo se reduce en última instancia a la nada y para quien el sufrimiento domina el mundo?” (Cioran, 2009. p. 30).
Cioran no le interesa hallar sentido. Su función es reafirmar la inanidad existencial y enseñar el dolor que implica ser consciente de ello: “La sensación de vacío y de proximidad de la Nada -sensación presente en la melancolía- posee un origen más profundo aún: una fatiga característica de los estados negativos” (2009. p. 55).
En sus obras posteriores a la primera, el acento acentúa el cinismo, azuza la turbulencia; a cambio nos queda una risa sardónica, una mueca ensordecedora; aun así, y a pesar de lo que digan algunos de sus críticos, su aburrición perdura, su desprecio por el mundo goza de mayor precisión, si lo miramos en términos prosísticos: pocos laconismos tan fulminantes como los suyos.
Como diría su amigo Fernando Savater: “La condición esencial de la lucidez es el desgarramiento” (1980. p. 33).
El filo de su pluma traspasa los huesos más sensibles: “Vivir significa: crecer y esperar, mentir y mentirse” (Cioran, 1997. p. 141).
La honestidad es descarnada. Cioran dice lo que muchos pensamos pero por pudor a nuestros semejantes más cercanos callamos: “Haber cometido todos los crímenes: salvo el de ser padre” (1998. p. 12). El desprecio, en todo caso, deviene distinto.
El fin es el gesto, el fin es la obra: “Me paso la vida aconsejando el suicidio por escrito y desaconsejándolo de palabra. Y es que en el primer caso se trata de una salida filosófica y en el segundo de un ser, una voz, un quejido…” (Cioran, 1983. p. 130).
Hay que cuidar la vida para seguir odiándola. Cioran es, ante todo, un escritor. Un Autor, y perdón por la mayúscula, cuya apuesta está por debajo de todo, cuyas líneas están meditadas, la sintaxis aquilatada.
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Toda buena obra se corrige, se sabe. Para que el poema, el aforismo, o el verso, rugan, hay que desarticular cada una de las partes del rugido y repetir hasta la saciedad las ondas y las vibraciones. La aspiración es que el lector crea. Crea que lo que lee es lo que el autor siente, que en ese estado lo escribe, que la emoción está abierta. No hay sinceridad en esto de escribir. O la puede haber, pero entonces el efecto es mediocre.
“Nunca sabremos si ese filósofo, en lo que escribe sobre el Dolor, trata de una cuestión de sintaxis o de la primera, de la reina de las sensaciones” (Cioran, 1983. p.136).
No digo con esto que sus sufrimientos y amarguras sean fingidos. Todo lo contrario, con Cioran es posible asistir al espectáculo del padecimiento. Pero el escritor trabaja con palabras. Y las palabras no nacen fatales, no anticipan dolor; antes de nacer, las palabras son silencio. El autor las medita, las controla, las direcciona a su propio abismo.
“En mis accesos de optimismo me digo que mi vida ha sido un infierno, mi infierno, un infierno a mi gusto” (Cioran,1983. p. 132).
Corolario: la futilidad también destila goce.
* Este texto es un fragmento de la tesis “Formas de dolor y pesimismo de la fuerza. El dolor en la literatura, la filosofía y el cine”, Maestría en Estudios Literarios, Universidad Javeriana de Bogotá.
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Citas
Cioran, E. (1983). Desgarradura. Montesinos Editor, S.A.: Barcelona.
Cioran, E. (1987). Ese maldito yo. Editorial Tusquets: Barcelona.
Cioran, E. (1997). Breviario de podredumbre. Taurus: Madrid.
Cioran, E. (1998). Del inconveniente de haber nacido. Taurus: Madrid.
Cioran, E. (2009). En las cimas de la desesperación. Tusquets: Barcelona.
Mainländer, P. (2011). Filosofía de la redención. Fondo de Cultura Económica: Santiago de Chile.
Savater, F. (1980). Ensayo sobre Cioran. Taurus: Madrid.