Publicidad

Héctor Cañón y Henry Gómez: “La poesía es testimonio, videncia y memoria”

Hoy, a las 7:00 p.m., en el Facebook de Escabrajo Editorial, será el lanzamiento de “Si después de la guerra hay un día” (Escarabajo), una antología poética sobre el conflicto armado colombiano con autores nacidos entre 1977 y 1991.

Andrés Osorio Guillott
05 de noviembre de 2020 - 06:55 p. m.
En el libro "Si después de la guerra hay un día" se reúnen poemas de 47 autores sobre la guerra en Colombia.
En el libro "Si después de la guerra hay un día" se reúnen poemas de 47 autores sobre la guerra en Colombia.
Foto: Cortesía

La violencia en Colombia va más allá de la historia del conflicto armado de los últimos 60 años. Y la literatura nuestra se ha visto atravesada por las memorias y escenarios que se han repetido una y otra vez a lo largo del territorio nacional. La poesía, por su parte, ha creado desde su verso y su métrica otro tipo de relatos que se alejan de la guerra, y ello no implica que sobre ella deban recaer juicios morales, pues ni la literatura ni la poesía responden al orden de la moralidad.

"Existen poemas escritos desde la colonia que abordan el tema. Algunos siguen siendo emblemáticos en la literatura nacional. “Llanura de Tuluá” de Fernando Charry Lara o “Los que tienen por oficio lavar las calles” de José Manuel Arango, entre otros. Sin embargo, aún continúan ocurriendo como poemas aislados en las temáticas predominantes de la tradición. Es decir, el tema de la violencia no es columna vertebral —ni debe serlo— en la obra de Fernando Charry Lara u otros poetas de estas generaciones y las anteriores. Creemos, desde nuestra perspectiva, y aunque existe un puñado de buenos poemas que reflejan la barbarie colombiana, que ha sido un tema que se ha abordado con auténtico terror, pero no un terror a la violencia, sino con un terror a la vanguardia, un terror a no ser políticamente correcto, un terror a ver la realidad sin tapujos, un terror a lo que se desdeña como panfletario. Un terror de quienes creen que la poesía no debe hablar de estos temas, sino que debe caminar por otros rumbos, cercanos al preciosismo verbal y al conservadurismo predominantes", dijeron Henry Gómez y Héctor Cañón, encargados de seleccionar a los 47 autores que hicieron parte de “Si después de la guerra hay un día”, la antología poética sobre el conflicto armado colombiano.

Poetas de todas las latitudes del suelo colombiano, que nacieron entre 1977 y 1991. En ellos se ve la necesidad de toda una sociedad por paliar sus traumas y hacerle frente a una realidad caótica, que exige un orden comunitario para reunir fuerzas y voluntades capaces de derrotar los círculos del tiempo y de la violencia que se han perpetuado de todas las maneras y de todos los colores: “Es posible que la poesía que habla sobre la violencia y el conflicto armado sea un reflejo de que una parte de la sociedad siente que desde hace un buen rato hemos tocado fondo como nación, sin que ello implique un replanteamiento de las causas básicas de la barbarie que vivimos, y esté dispuesta a dejar testimonio de esta encrucijada y a dialogar con otros testimonios”.

“Por eso, mi poesía no quiere ser canto. / Quiere ser apenas un ruidito / para recordar que estamos juntos. / Una poesía humana”, dicen los versos de Juan Camilo Lee Penagos; “No puedo escribir su historia. / Perdone por esta lágrima, / por esta vida que le dieron, / no me perdone por la paz, / perdóneme por la guerra, / perdone la muerte de mi letra. / Perdone su merced yo no puedo escribirlo.”, escribió Angélica Hoyos. Declamar sus obras como muchos siguen rezando por la paz, entre la desesperanza de verse abandonados y sin suerte, pero también creyendo que en el último eco de sus pálpitos hay un hálito de transformación y de un perdón con el poder suficiente de cortar la sed de venganza.

"Existen dos frases famosas sobre la desesperanza, que se contradicen y al mismo tiempo ratifican toda la poesía: la de Hölderlin, “¿Para qué poetas en tiempos de penurias?”, y la de Adorno, “Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie”. Ambas son lúcidas ironías ya que es en los momentos de crisis donde se producen obras de importante belleza. Es un camino de dos vías y una de las paradojas más rotundas de este oficio: la desesperanza es combustible de la esperanza. Actualmente, en todas las latitudes y escenarios, se habla sobre tragedias, catástrofes ambientales, guerras, pero también se hacen llamados a la esperanza y a la solidaridad. La poesía es reflejo y a la vez testimonio de ese choque de fuerzas".

Arriesgarse a ser una voz que habla por todos, y hacer del tiempo de paz que muchos soñamos una acción colectiva. Ver la polifonía de la poesía y confiar que muchos de los versos que se han escrito no solo son testimonios de víctimas y de épocas, sino llamados a unir las manos y reescribir la historia. Recordar que la vida es sagrada y abandonar la muerte como la salida a cualquier diferencia. Volver a ser humanos y desterrar los días en los que las comidas iban acompañados del anuncio de una nueva masacre, o de un nuevo desaparecido.

“Es arriesgado afirmar o negar que la poesía transforma la comprensión o la relación con la realidad, pero sin duda las afecta en formas directas y sutiles. “Los poetas son la memoria de un país”, ha dicho la poeta colombiana Piedad Bonnet. En efecto, existen ciertas poéticas, ciertos poemas que incomodan, pero que nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos. La poesía es entonces testimonio, videncia y memoria. Algunos poemas nos permiten entender esta cruenta realidad desde diferentes miradas, la del dolor, la de la existencia, la de la compasión, la de la impotencia. La poesía es, de nuevo, un espejo que nos invita a reconocernos como colectivo en nuestro drama. Creemos que en ese sentido es indispensable para un país en el que ha predominado el olvido, y más que el olvido la amnesia colectiva”.

¿A qué creen que se debe esa, si se quiere, ruptura entre las generaciones que decidieron comprometer más a la poesía con el conflicto armado? ¿Cuál puede ser la razón o razones para que las generaciones posteriores a la década de 1980 hayan decidido escribir más sobre la violencia?

Son muchos los factores que habría que analizar para hablar de esta tendencia. Recientemente, la firma de los acuerdos de paz y todo lo que hubo alrededor de ello, el plebiscito, por ejemplo, puso el tema en boca de todos, no sólo entre los poetas sino que se convirtió en un tema para la ciudadanía en general. Era de esperarse que muchos artistas dieran cuenta de esta realidad desde diferentes perspectivas y ópticas. Esos hechos sociopolíticos vienen repitiéndose desde hace varias décadas. Es posible que la poesía que habla sobre la violencia y el conflicto armado sea un reflejo de que una parte de la sociedad siente que desde hace un buen rato hemos tocado fondo como nación, sin que ello implique un replanteamiento de las causas básicas de la barbarie que vivimos, y esté dispuesta a dejar testimonio de esta encrucijada y a dialogar con otros testimonios.

Desapariciones y ausencias. El dolor y la duda sobre aquello que perece o permanece. ¿Qué sentimientos y escenarios son los que invitan a convertir los recuerdos de la guerra en poesía?

El sentimiento es una mezcla de impotencia y de anhelo de cambio, mientras que el escenario es el campo de batalla que somos como país. Se podría hacer una historia de los conflictos bélicos del siglo XX a partir de la poesía. Los poetas vinculados al expresionismo alemán, Georg Trakl, Georg Heym como videntes de la Primera Guerra Mundial; los poetas rusos y su persecución política a partir de la revolución bolchevique; la Generación del 27 y víctimas como Federico García Lorca o Miguel Hernández, en medio de la Guerra Civil Española; René Char y la poesía como resistencia; Robert Desnos, Paul Celan y los campos de exterminio, para hablar de la Segunda Guerra Mundial; Yusef Komunyakaa y la Guerra de Vietnam. En fin, para la poesía y el caso colombiano, se trata de ofrecer una traducción de la realidad, una traducción que nos duele pero que es necesaria para tratar de entender nuestra historia y nuestros enormes errores.

¿Cómo surgió la idea del libro y cómo fue la selección y el encuentro con los poetas que hacen parte del libro?

La idea vino en un viaje a Cuba. Allí, nos propusieron realizar una antología de poesía colombiana contemporánea para publicarla en la isla. Desde nuestra perspectiva, las antologías, a veces, se convierten en recopilaciones cargadas de subjetividad acerca de una época y lugar determinados. Decidimos entonces que sería más provechoso ofrecer un panorama de la poesía colombiana contemporánea sobre la violencia y el conflicto armado, donde las diversas voces que han abordado el tema estuvieran reunidas y pudieran iniciar un diálogo constructivo. Luego, vinieron la lectura y la selección de los poemas. Aunque es imposible no atender un criterio subjetivo en la escogencia, aún por razones de espacio, el propósito fue una antología que incluyera las diversas propuestas actuales en cuanto al tema de la violencia.

¿Cómo puede explicarse que las primeras en acercar la poesía al conflicto armado hayan sido las mujeres? ¿Hay alguna connotación en especial?

Es complejo dar una respuesta definitiva a esta pregunta, pero es posible que la sensibilidad femenina sea más propensa a ponerse en los zapatos de los demás. Los investigadores y antólogos del tema debemos hacer una investigación más profunda, sobre todo en obras que siguen siendo ínsulas invisibles, hijas de una poesía omitida casi a propósito. La poesía escrita por mujeres en Colombia sigue siendo invisibilizada por un campo literario en donde predomina el patriarcalismo y donde se privilegia a la novela. Aún nos falta hacer un reconocimiento mucho más amplio de escritoras como Emilia Ayarza, Matilde Espinosa, Mery Yolanda Sánchez, Nana Rodríguez, la misma María Mercedes Carranza, y entender muchos de los temas y ascendencias que perviven en sus obras, así como las razones que hicieron de ellas las poetas que han tocado de manera más consistente el tema de la violencia. Podemos decir que la poesía es un género que se aborda superficialmente en los colegios, en las universidades, en las estrategias de promoción de lectura y escritura. Además es poco editada, tanto por editoriales comerciales como independientes. Esos factores nos llevan a pensar que debemos empezar por responder esta pregunta: ¿Cómo se aborda la poesía en Colombia desde la educación?

Uno podría pensar que los conceptos para el posacuerdo tienen mucho que ver con la poesía. ¿Qué decir del perdón, la memoria y la reconciliación desde la poesía?

La poesía es un ejercicio de empatía, de pensar en colectivo, de entendernos como sociedad desde el sentido común y el reconocimiento de la dignidad del otro. La lectura de este libro puede hacerse desde una perspectiva estética por supuesto, pero también como un ejercicio de sensibilización con el conflicto. La guerra no es una cuestión solamente política, sino esencialmente humana. Cada líder asesinado en Colombia es una persona con una vida detrás, un testimonio por contar, una familia viuda y huérfana, una herida abierta y en muchos casos no sanada. La poesía nos permite ir más allá de la estadística, del titular amarillista, de las posiciones encontradas. Nos invita a encontrarnos y reconocernos en el otro.

¿Qué vacíos que dejan la guerra pretenden llenarse desde la poesía?

No sabemos si sea posible llenar los vacíos de la guerra, pero sí queremos creer que la poesía puede ser un remedio que nos ayude a cicatrizar de una mejor manera como país. Sin embargo, es verdad que tenemos un hueco en la memoria colectiva. ¿Cuántos procesos de paz se han firmado o se han discutido en Colombia? Son muchos. Pensemos en los tratados de Neerlandia y Wisconsin, en la tragedia del Frente Nacional, en las conversaciones con el EPL, con el M19, las de San Vicente del Caguán con las Farc. A juzgar por las noticias diarias, no hemos aprendido la lección de reconciliación. El establecimiento se ha encargado de imponernos “el borrón y cuenta nueva” como una máxima que nos ha convertido en una sociedad civil insensible. Uno de los poemas más importantes con referencia al conflicto es “A Cali ha llegado la muerte” de Emilia Ayarza, que pertenece al libro Voces al mundo publicado en 1957. Allí nos recuerda lo que aconteció en Cali el 7 de agosto de 1956: murieron 4 mil personas y otras 12 mil resultaron heridas en una inexplicable explosión. Poco sabemos acerca de lo que ocurrió ese día; desafortunadamente desconocemos nuestra violenta historia y por eso la repetimos. Padecemos amnesia colectiva.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar