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Usted, además de escritora, es violinista. ¿En qué se inició primero? ¿Cómo se organiza para dividirse entre las dos cosas?
Primero fue el violín. Para hacer una carrera como músico profesional hay que estudiar muchísimo, así que comencé muy joven: tenía cinco años. Desde ese momento tuve la sensación de que sería una carrera larga, así que comencé a estudiar mucho en Francia y después me gané una beca para estudiar en Estados Unidos. Allí me quedé tres años. La mitad de mi vida la he dedicado a tocar el violín: estudio constante, giras, presentaciones. Todo lo anterior es maravilloso, pero también agotador. A la literatura llegué a través de la lectura. Mi mamá leía mucho y yo formo parte de una familia de artistas en la que hay pintores, escritores, etc. La lectura para mí siempre ha sido muy importante, posiblemente por el silencio que aprecio tanto y encontraba leyendo. Después de tocar veinte años el violín, a mis 35 años decidí que debía comenzar a escribir. No sabría decir por qué, pero creo que se abrió el espacio en mi mente para crear una ficción, que es lo único que escribo. Comencé mi carrera de novelista hace, aproximadamente, once años, y después encontré un cierto éxito en Francia, algo que no me esperaba. Este giro cambió mi vida. Como viajo mucho por los libros, tuve que dejar de hacer tantos conciertos. Ahora mi vida es 70 % literatura y 30 % música.
¿Qué significa para usted ser violinista y escritora? ¿Se complementan o siente que su energía y concentración cambian para enfocarse en cada actividad?
Sí, se complementan. Soy el tronco de esas dos labores. La diferencia principal es que como violinista soy intérprete. Toco la música de otros, no compongo. Las frases que me llegan a la cabeza contienen letras, no notas. Hay algo muy colectivo en la música, muy mágico, y es ese momento en el que estás junto a alguien tocando la partitura de otra persona. Pones mucho de ti mismo allí. En la escritura estoy creando y me siento muy libre. Es un ejercicio solitario que me da una libertad que no tenía en la música. Poder hacer las dos cosas es maravilloso para mí y suelo llevarlas a cabo en tiempos distintos: hay períodos en los que toco mucho el violín y otros en los que me dedico a escribir.
¿Para qué escribe?
Para que no se me escapen las cosas. Escribir tiene que ser necesario. Siempre que comienzo, lo hago basada en una pregunta. Comienzo los libros buscando responder (aunque creo que nunca lo logro) a algún cuestionamiento por medio de mi escritura. Por ejemplo, con Amores las preguntas fueron: ¿dónde están las mujeres?, ¿ya son dueñas de su cuerpo? Justamente por eso ambienté la historia a principios del siglo XX. Quería buscar dónde estaban las abuelas y bisabuelas. Quería saber cuáles eran las raíces del estado de las mujeres hoy en Europa, y preciso el continente porque no sé si la novela es capaz de hablarles tan frontalmente a las mujeres de Latinoamérica. El punto es que pareciera que los temas que se tocan en ese libro son arcaicos, pero increíblemente siguen siendo muy actuales.
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Creo que sí es capaz. Es fácil identificarse con los personajes o reconocer situaciones en lo que vivieron Victoire y Céleste, las protagonistas. La novela se ambientó en 1909, pero los temas, como usted lo dijo, siguen siendo muy actuales: concepción del cuerpo de la mujer, soberanía de la mujer sobre su cuerpo, abusos de poder, machismo, moral…
Me interesaba poner una distancia histórica. Pensé en 2013, el año en el que escribí la novela, que era más fácil escribir desde lejos porque ahí podía entrar en unas ideas más claras. Yo quería evitar la censura que uno se podría imponer por el momento en el que la sociedad se está preguntando cosas. En esa novela, las dos protagonistas, tanto la burguesa como la criada, son esclavas: las dos sufren porque a ninguna les pertenece su cuerpo sin importar las posiciones sociales, además de que tampoco se conocían.
Victoire es una burguesa desesperada por ser madre. Ella le pregunta a Céleste, una mujer muy pobre que queda embarazada por violación, por qué les mintieron cuando eran niñas con la historia de la felicidad y el matrimonio. Céleste le responde que la diferencia es que a ella jamás le mintieron; siempre supo que su vida sería difícil.
La mujer solamente existía a través de los otros. Puedes verlo en varios casos en la novela: Céleste existe por el trabajo que desempeña o a través de la maternidad. La utilidad e inutilidad del cuerpo eran puntos importantes. Pensé mucho en mi abuela cuando escribí la novela: ella me contó que encontrar a mi abuelo fue ganarse la lotería. Entendí que para todo el mundo, durante esos años, casarse y que resultara bien era una lotería. No había divorcio, no había opción. En la novela, el hombre tampoco puede moverse. Es un esclavo de lo que esperan de él. La revolución, en este libro, es el amor y el deseo.
Y hay muchas formas de amor en esta novela: entre parejas, entre padres e hijos, entre amigos…
Sí, el amor es el alivio, es lo que hace que todo sea posible. La sociedad de esos momentos era demasiado constreñida. La novela se llama Amores porque “amor” era demasiado limitado. Cuando nace el bebé de Céleste, las protagonistas entienden la fuerza de su cuerpo como madres o soberanas del mismo. Llega el amor de sí mismas, porque aprenden a quererse. En francés, la palabra “amor” es masculina, pero cuando la pasas al plural queda en femenino. Eso también me gustó.
La religión y la fe atraviesan todas las decisiones de las protagonistas de esta novela, que sufren y se consuelan a partir de lo que creen o el cumplimiento de las leyes de Dios, que en la mayoría de los casos eran abusivas, opresivas y castrantes.
Quería marcar la diferencia entre la religión y la fe. Céleste, por ejemplo, no se acerca a la Virgen por religión. Es ella misma con su espiritualidad, que es una ayuda, pero nadie la juzga. Es una aspiración al cielo y, justamente ella, que es la que tiene una vida más difícil y muy pocas herramientas, es la que tiene un tesoro en su espiritualidad. Victoire, por otro lado, en su educación burguesa, que era muy limitada y restrictiva, se guiaba por unas reglas de la religión católica que, se suponía, le tendrían la vida resuelta: se casaría, tendría hijos e iría todos los domingos a misa. Eso era todo. Si seguía esos pasos, estaría bien. Es decir, si no pensaba, todo estaría bajo control; pero la vida no es así. No es que la inteligencia y la religión no compaginen, es que en el caso de Victoire y en esa época había un control profundo y fundamental. Hay un libro de Gustav Flaubert que se llama Madame Bovary. Amores es un homenaje a esa novela. La de Flaubert es una mujer burguesa que se aburre en su matrimonio y encuentra una pasión mortal. Este es un retrato de mujer muy transgresivo para la época en la que recreó la historia. Flaubert describió muy bien el aburrimiento de la vida de Bovary, que cada vez se encogía más y más. Cuando encontró a alguien, explotó por ese amor imposible. Creo que yo intenté, a mi manera, escribir una historia que también fuese transgresora para la época sobre las condiciones de las mujeres, aunque aún existen esos problemas.
Es fácil relacionar a “Madame Bovary” con Victoire, sobre todo por una frase en la que recalca que, antes de enamorarse de Céleste, vivía en su matrimonio como una autómata. El sexo era un “enredo inmundo” al que no podía negarse.
Sí, claro. Es triste pero los hombres eran educados así. Tenían esposas y luego podían ir al burdel. El sexo es educación, es conocerse, y ni las mujeres ni los hombres de este libro se conocen. No creo que el esposo de Victoire sea un perverso; solo es un maleducado.
La novela se lee muy rápido. Hay varios giros determinantes en la historia y los capítulos son muy cortos, ¿lo decidió así por alguna razón?
En mis libros hay un ritmo muy característico que tiene que ver con la necesidad de escribir. Sobre los capítulos cortos: es una decisión, pero hay algo más práctico. Para mí escribir es difícil. Requiere mucha concentración y eso me cuesta mucho. Los capítulos son, exactamente, lo que puedo escribir en un día. Mis novelas son muy construidas: antes de comenzar a escribir Amores, tenía el plan o más o menos la estructura. Sabía cómo empezaría y cómo terminaría. Cuando escribo, en el proceso cambio cosas, pero lo que no puedo cambiar es mi energía ni mi capacidad de trabajo o concentración.
Ya que estamos hablando de la forma, ¿cuál es su ritual o su rutina para ponerse a trabajar?
Depende. A veces no tengo nada que escribir porque no hay ideas o curiosidades en mi cabeza. Puede que tenga una y comienzo a documentarme durante meses y anoto cosas. Para hacer Amores tuve que investigar mucho, así que me demoré en sentarme a escribir. Es un año de redacción y después otro de corrección. Son momentos distintos en los que no trabajo igual. Lo que sí puedo decirte es que siempre me acompaña un café colombiano.