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La escritura comprometida de José María Samper

La vida y el trabajo intelectual de este escritor, político y periodista colombiano están ligados a los debates nacionales de mediados del siglo XIX. Hizo parte de la denominada “segunda generación republicana” y en 2016 se cumplen 150 años de la publicación de su célebre novela “Martín Flores”.

ÁNGEL CASTAÑO GUZMÁN.
06 de junio de 2016 - 01:57 a. m.
 José María Samper (Honda, 1828 - Anapoima, 1888).
José María Samper (Honda, 1828 - Anapoima, 1888).
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Un escritor público, un intelectual

Si aceptamos la idea de Gerardo Molina de ver en el siglo XIX colombiano nuestra época de las luces, y si además tomamos en cuenta el dictamen de Carlos Martínez Silva, expreso en el discurso pronunciado en el seno de la Academia Colombiana de la Lengua en 1889, según el cual José María Samper (Honda, 1828 - Anapoima, 1888) es la más acabada personificación de la revuelta existencia democrática vivida por la patria colombiana desde sus albores hasta finales del XIX, no deja de llamar poderosamente la atención que casi toda su bibliografía haya sido precariamente reeditada y leída muy a la ligera por la crítica. La vida y el trabajo intelectual de Samper están íntimamente ligados con los debates nacionales de mediados de la década de los cuarenta hasta la de los ochenta del siglo decimonono. Don José María hizo parte del grupo de neogranadinos llamado por Jaime Jaramillo Uribe la segunda generación republicana, aquella que “(fue) responsable ya en forma completa de la dirección del país, pudo educarse en un medio mucho más abierto a las influencias espirituales que venían de Francia e Inglaterra”.

Las transformaciones puestas en marcha en la primera presidencia del general José Hilario López (1849-1853) —la abolición de la esclavitud, el divorcio del Estado de la Iglesia católica, la creación de la Comisión Corográfica, entre otras— crearon un ambiente en el cual el legado de España fue fuertemente criticado: desde la tradición literaria hasta el modelo de gobierno dejado por los ibéricos tras tres siglos de dominación recibieron los dardos de un amplio sector de la juventud neogranadina. Amamantados con las corrientes del pensamiento en boga en Europa, Samper y sus cofrades vieron la posibilidad de culminar la gesta de independencia, ya no en el campo militar sino en el terreno de las ideas. Para consumar la ruptura con la metrópoli europea, la clase letrada se impuso la tarea de concebir la simbología criolla y de darles sustento a los reclamos de una incipiente nacionalidad. Las reformas liberales de medio siglo desencadenaron una crisis de conciencia. La confrontación de la Anticolonia con la Colonia, el relevo del sistema de valores español —feudal, caballeresco, nobiliario, católico— por uno más acorde con las necesidades de las naciones emergentes, y el proceso de modernización del país, deben ser vistos, en efecto, como una crisis profunda y no como una reyerta partidista. En la efervescencia de esos días ingresan a la arena pública los actores principales del drama de la segunda mitad del siglo XIX, drama que concluirá con la gran equivocación —nombre adjudicado por Germán Arciniegas a la Regeneración, fenómeno social encabezado por Núñez, Caro y, ¡vaya sorpresa!, por Samper—: Salvador Camacho Roldán, Miguel y José María Samper, Eustorgio Salgar, Aníbal Galindo, Felipe Pérez, Foción Soto, entre otros miembros de la Escuela Republicana, cohorte de estudiantes influida por el ideario de Ezequiel Rojas, cuyos principios fueron condensados en un artículo impreso en las páginas de El Aviso en 1848.

Poeta de pretensiones románticas, sociólogo positivista, liberal radical, publicista, viajero, singular novelista, dramaturgo, converso al catolicismo, José María Samper encarna la vida intelectual del siglo XIX colombiano. Como bien dice David Jiménez en Historia de la crítica literaria en Colombia, en él se dieron cita las contradicciones de su época sin alcanzar síntesis alguna. Su escritura y recorrido vital dan cuenta de las dos ideologías enfrentadas a la sazón: la liberal y la tradicionista. Desde su juventud radical hasta su madurez conservadora, Samper fue una figura de primera fila en las discusiones públicas colombianas. La variedad de su obra lo convierte en quizá el autor nacional más prolífico y ambicioso del siglo XIX. Publicó poemarios (Ecos de los Andes, 1860; Últimos cantares, 1874), piezas teatrales (Colección de piezas dramáticas escritas para el teatro de Bogotá, 1857), compendios de artículos de prensa (Pensamientos sobre moral, política, religión y costumbres, 1856; El clero ultramontano, 1857; Miscelánea o colección de artículos escogidos de costumbres, bibliografía, variedades y necrología, 1869), ensayos (Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada desde 1810, 1853; Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas, 1861 —reseñado elogiosamente por Élisée Reclus, padre de la geografía social—; Viajes de un colombiano en Europa, 1862; Filosofía en cartera, 1887), novelas (Las coincidencias: escenas de la vida neogranadina, 1863; Una taza de claveles: escenas de la vida peruana, 1863; Martín Flores, 1866; Un drama íntimo, 1869; Florencio Conde, 1875; Coriolano, 1879; Clemencia, 1879; El poeta soldado: escenas de la vida colombiana, 1881, y la póstuma Lucas Vargas, escenas de la vida colombiana, 1899) y una muy curiosa autobiografía, Historia de una alma (1881). Sin ser exhaustiva, la anterior lista da una imagen de la fecundidad de su pluma y del carácter heteróclito de sus intereses. Samper, además, dirigió numerosos periódicos, colaboró en muchos más.

“Martín Flores” o la cuestión religiosa colombiana

Samper regresa a Colombia en 1863, después de un viaje por Europa, y en poco tiempo da a la imprenta una serie de novelas que obedece a su certeza de la utilidad de la literatura en la formación de la identidad colectiva. Vale la pena no perder de vista un elemento: la vida cultural colombiana estaba compuesta, todavía, por escritores politizados, por intelectuales —en la definición que da Gutiérrez Girardot a la palabra— con una labor pública muy clara: ayudar a construir simbólicamente la nación. Partiendo de ese contexto debe leerse Martín Flores, ficción publicada hace siglo y medio en la Imprenta de Gaitán —la misma que al año siguiente (1867) editará María, de Isaccs—. Martín Flórez marca un hito en el periplo intelectual de Samper: su regreso al catolicismo luego de una juventud ardorosa en las filas de los Gólgotas. El libro está dedicado a tres tradicionistas de postín: José María Vergara y Vergara, Ricardo Carrasquilla y José Manuel Marroquín. Los tres, contertulios de El Mosaico, se distanciaron del juicio liberal a la herencia española.

Como algunos de sus contemporáneos —Vergara y Vergara, Díaz, entre otros—, José María Samper asumió el ejercicio literario como eficaz herramienta para al tiempo comprender la cultura nacional y para moralizar a sus conciudadanos. Por ello, sus novelas ponen en escena las disputas intelectuales del momento y toman partido por alguna de las opciones —en Martín Flores, verbigracia, se señala la necesidad de armonizar las aspiraciones de libertad de las repúblicas con el acervo moral y ético del catolicismo—. Al ser el héroe de la ficción samperiana, Flores es modelo de ciudadano y ejemplo de los cambios que la historia opera en los sujetos.

Los personajes, los sucesos, los cuadros de costumbres incluidos en ciertos pasajes, el gesto ensayístico y moralizante que se percibe en muchas páginas, son pilares que sostienen el argumento central de la novela: el papel fundamental de la religión en las repúblicas democráticas. Samper sueña con armonizar el cristianismo en general con los valores de las democracias modernas. Esa armonía daría como resultado la república cristiana, algo que para muchos fue un oxímoron y para otros la soñada meta. Aun en la novela hay rasgos del pensamiento liberal de Samper, pero también se percibe su alejamiento de las ideas más radicales, su acercamiento con sectores moderados del conservatismo.

Amén de proponer el papel que la institución clerical debería interpretar en la Colombia del XIX —formar ciudadanos para la república y creyentes para Cristo—, Martín Flores relata el surgimiento de ciertos tipos sociales y cree en la bondad del liberalismo económico. A la novela la impregna un optimismo encantador: Samper cree que las leyes contra el monopolio y a favor de la libre competencia son el mejor camino para lograr la prosperidad social. Martín, el personaje epónimo, se abre paso en la difícil y excluyente sociedad santafereña en virtud de su talento y de su trabajo: como se ve, la novela de Samper respira el optimismo de los sueños liberales. La libertad y la virtud abren, en esa visión del mundo, todas las puertas; idea desmentida por la historia, pero no por ello menos bella.

Por ÁNGEL CASTAÑO GUZMÁN.

 

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