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Se dice que las personas tienen los sueños más apacibles justo antes de morir. Precisamente, el 16 de octubre de 1849, a las 10:48 de la noche, Frederic Chopin estaba viviendo uno de estos sueños.
Era un sueño en el que no existían Varsovia, Viena o París; no había arcos de triunfo o un pasado tallado en poemas épicos. Era un sueño tan oscuro como luminoso, tan fantástico como real y, por eso mismo, extrañamente parecido a la vida del músico.
Comenzó con una enfermedad tan fatal como extraordinaria. Y esa enfermedad llevó a Chopin a un mundo en el que las personas tan enfermas como él eran capaces de curar con sólo tocar. Y una de esas personas era una niña llamada Polka, que le creyó sin preguntas que todo lo que veía era producto de un sueño del músico. Pero en ese sueño llovía, y las gotas eran reales, eran tan reales como las gotas de Mallorca, que cayeron y cayeron hasta convertir una gripa del músico en una tuberculosis. Y esa tuberculosis también tuvo algo de magia, porque no de otro modo se explica cómo Chopin pudo componer el lúgubre y al mismo tiempo tranquilo ritmo de “Raindrops”.
Y en ese sueño que ya no era tan sueño, las gotas obligaron a Polka y a Chopin a buscar refugio, así que se dirigieron a la capital de ese mundo que ya no era tan fantasioso, y en el camino se encontraron con un niño aferrado a una cámara, porque así como la música es el arte del tiempo que cambia momento a momento, la imagen es el arte del espacio y las dimensiones. Y también se encontraron con un joven que no quería saber nada de eso, y para ellos también es la música, pues su fin es abrirse camino por entre las dudas de la humanidad, como el agua entra por entre las grietas, y hacer que ya no vean a través de un lente de cámara o mediante los ojos, sino con el corazón, y así es como las diferencias entre los sueños y la realidad se tornan en algo meramente relativo.
Sin embargo, dicha capital no era tan diferente a Varsovia. Al llegar, los cuatro fueron encarcelados tal como habría ocurrido en Polonia si Chopin hubiera estado ahí en 1830. Pero no lo estaba, y cuánta fue su tristeza al ver que su país no obtenía la independencia de Rusia. Por lo tanto, tomó el piano como arma y tocó y tocó hasta hacer de su melodía una “Revolución”. Asimismo, Chopin logró escapar por ellos, por los que ahora eran sus compañeros. Qué más daba que esto fuera un sueño o no, aunque la perspectiva de no reconocer lo falso de lo verdadero pueda parecer estremecedora, la música nunca miente, así como tampoco mienten sus sentimientos, que ahora se posan sobre las teclas del piano por quienes alguna vez estuvieron a su lado y ya no están; por su hermana, que tenía la misma edad de Polka cuando murió, pero que aún vive a través de la música de Chopin, que más parece una “Fantaisie-Impromptu”
Así que, por mucho que duela el pasado, no nos queda más que creer en el futuro, sea una ilusión o no. Y Chopin sigue su viaje hacia un país desconocido, tal como Austria lo fue cuando tenía que componer valses por dinero y luego encerrarse en su cuarto para tocar el piano furiosamente, pues no tenía espacio para un país que estuviera en contra de la independencia de Polonia. A pesar de su ira contenida, este nuevo destino sí fue de su agrado, tanto, que fue como volver a componer “Nocturno”. Fue volver a la escuela de música y a Konstancia Gladkowska. Fue volver a recordar el amor y la manera en que interpretó “La Donna del Lago” junto a ella. Fue recordar por qué es que es llamado “el poeta del piano”.
Pero todo camino llega a su fin, a toda revolución le llega la vuelta al orden, y Chopin debe enfrentar la muerte que no ha querido aceptar. Ya es la 1:30am del 17 de octubre de 1849, y ya va siendo hora de saltar al océano que ondea gracias al hechizo de la luna. “Tristesse” suena de fondo mientras todo alrededor de Chopin se desvanece, incluyendo su conciencia. En ese momento Chopin observa su verdadera desnudez y se enfrenta a su propia alma. Todos aquellos que lo han acompañado en este sueño febril luchan contra la oscuridad que lo envuelve hasta que, al fin, el músico es derrotado y, siendo las 2:00 de la mañana, deja este mundo para vivir un sueño que más parece una elegía a la luna.
Si la música pudiera representar la realidad, ¿cómo sonaría? Sonaría como rosas que florecen en mitad de la oscuridad para ser el reflejo del paraíso, sonaría como un abrazo de su última pareja, la escritora George Sand, que le susurra al oído que la única felicidad en la vida es amar y ser amado, como él lo logró; que la capacidad para la pasión es tan cruel como divina; que irremediablemente uno llegará al final del viaje, pero el final es la meta, no una catástrofe. Sonaría como una sonata eterna que se mece como olas a la luz de la luna.