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Una obra maestra de la literatura, publicada en 1939, cuenta una historia de hoy. Miles de personas recorren kilómetros y kilómetros en busca de un ilusorio paraíso de trabajo y felicidad. No son venezolanos buscando futuro en Colombia, ni haitianos varados en Turbo con destino al norte, ni salvadoreños atascados en la frontera mexicana, ni africanos intentando llegar a Europa. Son inmigrantes de los campos de Oklahoma, escapando del polvo de arena y del hambre, rumbo a California, la tierra prometida de la prosperidad. Son ciudadanos estadounidenses en busca del sueño americano.
Las uvas de la ira de John Steinbeck es un retrato de la discriminación y la pobreza en los Estados Unidos de la década de los treinta, golpeado por el llamado Crack del 29, el desastroso derrumbe del mercado de valores en la bolsa de Nueva York.
La familia Joad, protagonista de la historia, lo perdió todo en manos de los banqueros. “Padre pidió el dinero prestado al banco y ahora el banco reclama la tierra. La compañía de tierras -es decir, el banco cuando posee la tierra- no quiere familias para trabajarlas, quiere tractores.” Por afirmaciones como esa, los banqueros y poderosos no dudaron en tildar al escritor de comunista y antiamericano.
Condenados al destierro, los Joad pasaron de granjeros a emigrantes. Salieron por la carretera 66, desde el este de Oklahoma, pasando por Texas, Nuevo México y Arizona, hasta llegar a California, en un camino de muerte y miseria. “La 66 es la ruta de la gente en fuga, refugiados del polvo y de la tierra que merma, del rugir de los tractores y la disminución de sus propiedades…”
Los Hoovervilles, unos lugares miserables llamados así en nombre del presidente Herbert Hoover, el último de los tres mandatarios republicanos que alentaron en la década de los años 20 del siglo pasado un capitalismo desbordado, se convirtieron en albergues de la pobreza. Así los describe Steinbeck en su novela. “La aldea de los andrajosos se levantaba cerca del agua; las casas eran tiendas de campaña en recintos con techado de maleza, casas de papel, un enorme montón de basura.”
Hoover se salió de casillas y calificó al autor de “subversivo peligroso”. Su novela estaba tejida con las vivencias de Steinbeck como periodista cubriendo el desastre de la migración interna de su país.
En la introducción de la edición de Cátedra de Las uvas de la ira, el editor Juan José Coy hace una interesante referencia histórica sobre el momento que vivía Estados Unidos en los días de la novela.
“John Steinbeck comprende la situación dramática en que se encuentra la inmensa mayoría de la población, mientras los Bancos siguen incrementando sus ganancias y mientras algunos magnates salen beneficiados de la situación (…) mediante la evasión fiscal y los negocios con desesperados…”
El trabajo que encuentran los Joad en California es modelo de explotación. Son tantos los que tienen hambre y los que necesitan trabajo para sostener a sus familias que son contratados a cualquier precio aprovechando su necesidad.
Las reglas del mercado son infames. Los dueños de la tierra y los comerciantes prefieren quemar la fruta a regalarla porque les resulta mal negocio que los eventuales compradores puedan acceder a ellas sin un pago. “Y hombres con mangueras arrojan chorros de queroseno en las naranjas (…) Un millón de personas hambrientas, que necesitan la fruta… y el queroseno rociado sobre las montañas doradas.”
La censura sobre la obra pesa sobre todo en California porque los dueños y señores de la tierra se niegan a aceptar que han sometido a la miseria con pagos de hambre a miles de emigrantes.
“Padre se puso muy furioso de que cobraran cincuenta centavos sólo por acampar debajo de un árbol. No le cabe en la cabeza. Se puso a lanzar juramentos, a decir que en cuanto te descuides te van a vender el aire en pequeños tanques.”
La novela es quemada en público por la sociedad de agricultores, lo que hizo sonreír a Herbert Hoover pero por un rato nada más porque la obra ya estaba destinada a ser una lectura de la humanidad.