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Gabo según su traductora al japonés

Texto del epílogo al libro que ya publicó en su país, pero que también lo hará en los próximos días en Colombia.

Satoko Tamura / Especial para El Espectador
20 de abril de 2014 - 02:00 a. m.
Gabriel García Márquez, con su esposa Mercedes Raquel Barcha y su traductora al japonés, Satoko Tamura.  / Archivo particular
Gabriel García Márquez, con su esposa Mercedes Raquel Barcha y su traductora al japonés, Satoko Tamura. / Archivo particular
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Las novelas y cuentos de García Márquez tienen por escenario la península de La Guajira, una región abierta al mar del Caribe. Es una comarca con una identidad cultural totalmente distinta de la zona andina que tiene como centro la capital, Bogotá. Podríamos decir que la región caribeña es un mundo aislado y marginado en el extremo norte del continente sudamericano, cuyos habitantes nativos y de origen africano se encuentran todavía como encerrados en una de las prisiones de la sociedad moderna.

En los Andes se encuentra la última morada de Gabriela Mistral, una poeta que descubrí en mi adolescencia. En el camino que recorrí a caballo para llegar hasta su tumba, a través del sufrimiento, desventuras y esperanzas que se reflejan en sus poemas llegué a conocer a las gentes de Latinoamérica.

Y podemos afirmar que con su poesía ella sigue viviendo en los corazones de ese continente.

Y ahora, siguiendo las huellas de García Márquez, he ido descubriendo el vasto mar del Caribe; un mar donde las comunicaciones quedaron en un tiempo interrumpidas con la llegada de los españoles; un mar que surcaban los barcos con sus vientres repletos de esclavos tragados en las costas de África; un mar donde como un amenazante magma asoma entre las olas el recuerdo del pasado. Allí se extiende dibujando un arco el archipiélago de las Antillas Mayores y las Antillas Menores, desde la isla de Cuba hasta la isla Trinidad.

Ahora que han transcurrido muchos años desde nuestro primer encuentro puedo decir que he llegado a comprender el verdadero sentido de sus palabras:

Los pueblos del Caribe y del resto de Latinoamérica se acercan al siglo XXI después de haber atravesado el siglo XX agobiados por un sentimiento de desolación. El siglo XX no lo hemos vivido sino aguantado. La mitad de la humanidad celebrará el año 2001 como el punto culminante del ingreso al nuevo milenio, en tanto que nosotros apenas hemos comenzado a vislumbrar los beneficios de la Revolución industrial. Nuestra región sigue sometida a un estado de vasallaje. Todas sus fuerzas se dirigen a enfrentar la apremiante crisis de la pobreza y de la injusticia y no le queda tiempo de trazar planes para el futuro.

Pero afortunadamente subyace en esta región una energía capaz de ejercer su influencia en el mundo y que podemos llamar “la peligrosa memoria de los pueblos”; un colosal patrimonio que supera ampliamente al de los recursos naturales que se destinan a la exportación. Es, por así decirlo, como una cultura de la resistencia que ha encontrado refugio en la lengua y en la Virgen Mulata; verdadero milagro de un pueblo que ha venido resistiendo al poder evangelizador de los conquistadores. Esa energía capaz de vencer el muro del poder reconcilia la lengua con la acción y nos demuestra que en la vida humana siempre hay un camino para alcanzar la meta. Una cultura a simple vista incomprensible, en la que se conjugan festivales, mitos y destrucción. Sin embargo, paradójicamente, ese mismo subdesarrollo se convierte en nuestra fortaleza.

Como dije al principio de este libro, el poeta cubano Jorge Timossi fue quien hizo posible mi primer encuentro personal con Gabo y su esposa hace ya más de un cuarto de siglo. Cuando Timossi visitó Japón para participar en el Festival Internacional de Poesía celebrado en Tokio en el otoño del año 2000 y se enteró de que yo seguía manteniendo esa relación de amistad con Gabo y su familia, me alentó a escribir estas páginas diciéndome: “Que Gabo te reciba en su casa como a un miembro más de la familia no es nada usual. Tú tienes el privilegio de ser la única japonesa que con esa experiencia tan íntima puede escribir desde una perspectiva original sobre el mundo de sus obras”.

Como investigadora, desde la primera entrevista he puesto siempre mi atención en sus escritos. Cuando Gabo y su esposa vinieron a Tokio en el año 1990, yo acababa de escribir mi tesis doctoral sobre una de las obras de Gabriela Mistral. En el cuarto del hotel en que se hospedaba le hablé de mi tesis y le dije que en adelante le quitaría la última “a” de Gabriela para enfocar mi estudio en Gabriel. Gabo y su esposa se rieron pensando que era una broma, pero yo lo decía muy en serio.

A medida que transcurría el tiempo y estrechábamos nuestra amistad me hicieron partícipe de su vida familiar que siempre he tratado con la debida discreción. Uno de los momentos más angustiosos fue cuando Gabo tuvo que hospitalizarse para tratarse de un tumor linfático. Un tiempo atrás había superado un tumor pulmonar pero esta vez era algo tan serio que algunos elementos malintencionados divulgaron por internet la falsa noticia de su fallecimiento. Esos momentos eran para mí tan dolorosos que decliné el pedido de una revista para que escribiera sobre Gabo por considerar que no era el momento oportuno.

Cuando estaba en La Habana para participar como miembro del jurado en la selección de un premio literario de la Casa de las Américas, la secretaria de la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano, de la que García Márquez era presidente, me dijo que Gabo estaba recibiendo tratamiento en un hospital de Los Ángeles y que su esposa, Mercedes, se pondría muy contenta si yo la llamaba por teléfono, pues allá no tenía amigos ni conocidos. Cuando regresé a México llamé a Mercedes y en tono muy triste me dijo:

—Regresas a Japón por Los Ángeles, ¿verdad? En tal caso, ¿por qué no vienes a vernos?

Le respondí que no sería posible porque ya tenía programado volver a Japón vía Canadá, evitando pasar por los EE.UU. Al otro lado del teléfono siguió un largo silencio. Era poco después del ataque del 11 de septiembre a las Torres Gemelas y por los noticiosos estaba yo enterada de que cualquier avión que resultara sospechoso sería derribado por la fuerza aérea en los EE.UU. Había mucho nerviosismo también en las torres de control y esa fue la razón de que declinara cambiar de ruta para pasar por Los Ángeles. Cuando recuerdo aquel largo silencio de Mercedes, me mortifica el hecho de no haber atinado a explicarle mejor los motivos de que no los pudiera ir a ver, y en mi fuero íntimo no encuentro palabras para pedirles perdón.

Desde entonces visité en repetidas ocasiones su casa en la Ciudad de México. Gabo se sometía a un tratamiento con las consabidas secuelas de la medicación. Estaba pálido y a veces dormitaba por el cansancio. Afortunadamente, en cada viaje que hacía podía notar que iba mejorando y me animé a prepararle algunos platos de la cocina japonesa. Él seguía yendo a Los Ángeles dos veces al año para continuar con el tratamiento, y pudo terminar de escribir Vivir para contarla, su libro de memorias.

Poco después le dije que pensaba escribir un libro y que haría un viaje por el mundo de Macondo. Comencé a reunir la información y a programar las entrevistas necesarias. Margarita Márquez, una de sus primas, a cargo de la oficina que tiene en Bogotá, fue una de las personas que más me ayudaron en esta empresa. Sin su valiosa ayuda hubiera sido difícil, si no imposible, entrevistar a miembros de su familia y el plan se vería frustrado. Por su parte, Gabo buscó y me regaló gentilmente libros de consulta ya agotados poniéndoles una dedicatoria personal.

Desde 1994, cuando por primera vez y con cierto temor pisé la tierra colombiana, he vuelto más de una decena de veces. Las visitas realizadas para escribir el presente trabajo figuran a continuación en orden cronológico.

Marzo de 2005. Con mis amigas Graciela y Vera a la península de La Guajira, Santa Marta, Aracataca, Ciénaga, Barranquilla (donde conocí a los hermanos de Gabo) y Cartagena.

Septiembre de 2006. En compañía de Graciela y Vera, de Cartagena fuimos hasta Magangué y de allí remontamos el río Magdalena hasta Mompox. Regresamos después a Cartagena y fuimos a Barranquilla para reunirnos nuevamente con los hermanos de Gabo.

Abril de 2007. Viajé sola a Cartagena y de allí fuimos con la familia de su hermano Jaime a Valledupar para el Festival Vallenato. De Valledupar hice una segunda visita a Barranquilla.

Febrero de 2009. De Cartagena a La Mojana con Jaime y su esposa.

Febrero de 2010. A Cartagena para visitar a García Márquez y su esposa, Mercedes. En julio del mismo año realicé otra visita a Cartagena.

Han sido incontables las veces que he estado en Bogotá, ya sea para asistir al Simposio Internacional Gabriel García Márquez, a la Feria del Libro, al Festival Internacional de Poesía, al Festival de la Cultura Japonesa y otros eventos, oportunidades que pude aprovechar para reunir el material necesario y para proseguir con las entrevistas. Graciela, Margarita, Keiko Sakihara de la Embajada de Japón en Colombia, Luz Clemencia del Instituto Caro y Cuervo y otros amigos y conocidos siempre me asistieron gentilmente con su ayuda y recomendaciones o buscando el material de consulta que necesitaba. Gracias a ese apoyo he logrado terminar este trabajo y deseo manifestarles aquí a ellos y a muchos otros mi sincero reconocimiento, con la promesa de entregarles personalmente la versión en español no bien salga de imprenta. A Yumiko Kimura debo agradecerle especialmente sus sabios consejos que me han ayudado a orientar este trabajo por buen camino.

 

Por Satoko Tamura / Especial para El Espectador

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