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En el velador, junto a la cama, reposan los objetos pasainsomnio que se eligen durante el día, criaturas misteriosas a quienes les confiamos la intimidad de la habitación. El sueño es un gato caprichoso que juega con nuestra paciencia cuando menos lo esperamos, disfruta de su empoderamiento en decidir cuándo y cómo descansa el soñante o el insomne. Para las noches insomnes cada quien guarda su secreto, su íntima criatura, la deja a la espera del final, como mejor opción o destino ineludible. Gabriela Alemán tiene dos en su velador: Grace Paley y Ursula K. Le Guin.
Pero no siempre fue así, porque los libros que acompañan el velador van variando de acuerdo con la transformación del lector. En la adolescencia, el velador de Gabriela Alemán estaba repleto de literatura de terror; Mary Shelley la había atrapado en el género. Años después, Mark Twain la llevó hacia nuevas rutas literarias y, según cuenta, de vez en cuando lo relee. Con algo de culpa ve Alemán la relectura, porque mientras pasa las páginas de sus antiguos libros, recuerda las decenas que ha adquirido y todavía no han sido abiertos. Me contó que en la adultez se había enamorado de la colección de literatura fantástica que hicieron Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo; esta última la dejó ahí con Paley y Le Guin.
Gabriela Alemán es la nieta del poeta quiteño Hugo Alemán. Recuerda que su idilio con la literatura empezó cuando su abuelo tuvo que mudarse a su casa, con todos sus libros y documentos. Antes de eso, su padre fomentaba la lectura regalando algunos libros y dando alivio a las enfermedades de sus hijos leyéndoles en la cama hasta que mejoraran. En palabras de la escritora, esto generó una relación de afecto con los libros, de amor, de necesidad. Y en algún momento, sin tener mucha conciencia de ello, empezó a escribir.
A la par, y contra todo prejuicio, la futura escritora era jugadora profesional de básquet, pertenecía al club Olimpia, en el que empleaba cinco horas diarias en entrenar. Un día, en medio de una lesión y ya con una gran pasión por la lectura, decidió dedicar esas cinco horas a escribir. Vivía en Asunción (Paraguay) y hacía primer año de filosofía. En la facultad hicieron un concurso de cuentos y relatos. Allí presentó su primer cuento, ganó el concurso y obtuvo su primera publicación.
Años después salió una convocatoria española para personas menores de 30 años que se dedicaran a la escritura y la escogieron para viajar dos meses a España a un proceso de formación literario. Fue la primera vez que la joven escritora se planteó vivir de la literatura. Fue la primera vez que creyó en el poder de su escritura y en lo que podía hacer con ella.
“La maravilla de este encuentro era ver personas menores de 30 años de toda América Latina y de España escribiendo durante dos meses en Mollina. Cada semana llegaba gente como Wole Soyinka, que acababa de ganar el Premio Nobel el año anterior, o como Jorge Amado con su esposa, Zelia Gattai. Llegaron Roa Bastos, Abel Posse, José Saramago. Era una locura, era desayunar, almorzar y cenar con ellos. Se organizaban unos encuentros donde nosotros leíamos cosas y ellos estaban en el auditorio oyéndonos; muy generosos todos, se acercaban, nos aconsejaban. Pero básicamente vivimos con ellos; no era tanto un taller, sino convivir con esta gente que yo había leído y admiraba. En algún momento de todos esos encuentros, también nos llevaban a pasear, nos llevaban a Málaga, nos llevaban al campo y en alguno de esos paseos dejé de ir y me encerré a escribir porque decía: ‘No puedo tener a esta gente a mi alrededor sin tener algo verdaderamente bueno que mostrarles’. Y no es que produjera algo muy bueno, pero ahí comencé a tomar la posibilidad de escribir un libro. Entonces se acabó este encuentro maravilloso y volví a Ecuador a escribir mi primer libro, que luego se llamó Maldito corazón, y todo comenzó allí en Mollina, al sur de España”.
Un no-lugar común
Gabriela Alemán creció siendo una especie de nómada debido a que su padre era diplomático. De hecho, su lugar de nacimiento fue Rio de Janeiro porque don Mario Alemán estaba destinado entonces allá. A la escritora le gustan los viajes, se hicieron parte de su cotidianidad; son la forma que encuentra para deslumbrarse del mundo constantemente. Un día, en medio de uno de esos viajes, alguien le preguntó en qué lugar del mundo quedaba su país de origen, decía nunca haber escuchado hablar de Quito. Gabriela comenzó a pensar en la asiduidad con la que la gente le hacia esas preguntas. ¿Dónde está Ecuador? ¿Cómo es Ecuador? ¿Hay escritores en Ecuador?
Empezó a hacer un juego adivinatorio, una pequeña maldad preconcebida: caminaba hasta el kiosco de los diarios en la calle de cualquier ciudad, en cualquier país del mundo. Disculpe señor, podría venderme esa revista. Con agilidad la presa iba tras su próxima venta. La presa que piensa ser el cazador. En el trámite de la venta se hacía la conversación y Alemán hacía la pregunta puntual ¿Podría nombrarme uno a uno los países de Suramérica? Por su puesto respondían las víctimas: arriba están Venezuela, Colombia y Perú. Después en el sur están Argentina, Uruguay y Brasil. Invariablemente los dos países que saltaron los kiosqueros del mundo fueron Ecuador y Paraguay. Esto retumbaba la cabeza de la escritora ¿Por qué estaban relegados estos dos países a una no-existencia común?
“Tatati” es humo en guaraní
Todo comenzó en el 2004, cuando se incendió el centro comercial Yqua Bolaños, en Asunción. Todas las personas empezaron a correr hacia las salidas cuando vieron las llamas crecer. El dueño del sitio ordenó cerrar las puertas del lugar para que la gente no se fuera sin pagar. A toda costa había que evitar los saqueos. El costo de eso fueron 400 vidas.
Semanas después le escribió una amiga cercana a la escritora. Le contó que en el colegio donde ejercía como psicóloga, dos de sus alumnos se habían suicidado porque tenían parientes que habían quedado atrapados en el Yqua Bolaños. Gabriela se sentó a escribir. Lo hizo por la cercanía que siente con Paraguay, por todos los años que había vivido allí, porque ella en el fondo sabía que lo ocurrido en el centro comercial no había que narrarlo en la superficialidad de los hechos. No, Gabriela Alemán quería contar cómo se había llegado a la posibilidad de que alguien diera una orden como la que había dado el dueño del lugar.
“Me imaginé que dio esa orden porque sabía que nunca iba a acabar en la cárcel, y después, ya mirando las notas periodísticas, vi que sí era un miembro alto del Partido Colorado, que ha estado en el poder sin ninguna ruptura desde que subió Stroessner (dictador paraguayo) en el 54. Entonces dije: ‘Tengo que regresar al momento en el que comenzó a subir Stroessner’, y ese momento fue la guerra del Chaco. Ahí me metí en el pasado. Hay algo que quise hacer en la novela sin que fuera muy obvio, ni que fuera lo fundamental, pero que estuviera allí para que se pudiera ver; que todos los tiempos siempre conviven aquí en el presente y cómo el pasado forma parte del presente, cómo en el pasado ya está bocetado el futuro”.
Pasaron 12 años de escribir constantemente, de ir profundizando en la novela y darle vueltas a la historia del Paraguay: “Al final tenía como 19 versiones distintas, entonces fui cambiando el narrador, el punto de vista, qué tenía más importancia, fui metiendo el pasado en la historia, después fui saltando entre pasado y presente, pero así comenzó”.
Gabriela es el personaje del libro con el que se inicia la narración, una suerte de álter ego que comparte rasgos con la escritora. “Esa Gabriela de la novela tiene mucho en común conmigo: yo viví en Paraguay, trabajé en una galería de arte, los últimos dos años estuve usando un bastón, conozco lo olores, las calles y los abandonos de Asunción”.
Es una tarde fría y la mujer no va preparada para el clima, sólo su melena corta y pasada de moda la protegen del viento de Asunción. “No hay nadie en la calle, está tan vacía que parece que sólo ella burlara un toque de queda. Apenas está el cielo, colgando como la panza de una burra”. Ha vuelto a Paraguay en busca de Andrei, de lo que queda de él. Él le ha dejado algo en casa con su hijo, él se ha convertido en una sombra que vivirá a partir de cartas y narraciones del libro. Él hablará de la crudeza de la guerra, de la cotidianidad latinoamericana en la historia de Paraguay, de las injusticias, del amor, de la memoria, de cómo somos resultado del camino que hemos hecho.
Humo se desarrolla en medio de la antigua guerra del Chaco y un presente difuso de Paraguay, ese país maravilloso del que se sabe poco y que ha sufrido también la violencia cruda de Latinoamérica. Los personajes de la novela pasan de la ficción a los hechos históricos en cuestión de parpadear, todos están entrelazados por la ausencia de Andrei, quien a la vez es un hombre omnipresente que ha dejado marcas en todos ellos y que casi sin darse cuenta cambió para siempre la historia del país.
Paraguay aguarda en su gente, ciudades y selvas historias indescriptibles. Construyeron un idioma propio pasado por el español y el guaraní, ceban mates todos los días y sus antiguos ancestros fueron paridos al mundo por Ñamandú, quien concibió el universo y es abuelo grande primigenio. “Los guaraníes estaban ahí. Subían y bajaban por montañas y ríos buscando la tierra donde el yaguareté hovy , el tigre azul, rompería el mundo para crear otro donde no existiría prohibición ni culpa y, por eso, tampoco castigo ni perdón. Llegaron a Centroamérica, a las estribaciones de los Andes. Iban y venían. Arrancaban vida de esta tierra arenosa cuando todavía no era una polvareda. Con sabiduría y paciencia. Y, luego, la carrera por parte de Argentina, Bolivia y Paraguay por poblarla, por apoderarse de ella ocupándola y explotándola. Como si nadie la hubiera habitado. Nunca.”
La novela intenta unir piezas de la convulsa historia paraguaya, narra con agudeza el exterminio continuo al que han sometido a los guaraníes, habla de la angustia y el dolor que se viven en la guerra, de las dictaduras en Latinoamérica, teje puentes en el territorio suramericano para que nunca más arranquemos de nuestro testimonio la vida de Ecuador y Paraguay.