Gonzalo Arango creía en lo humano, le quitaba arandelas místicas o divinas al arte y al artista, y estaba convencido de que para transformar al mundo era urgente transformar al individuo. La suma de uno más uno daría cien, y mil, y millones. Por eso escribió "Manos unidas".
Foto: Ilustración: Nátaly Londoño Laura
Pasó del grito al silencio, de la pulsión al ostracismo, de la herida a la oscuridad, y se fue apagando, opacada por el ritmo y el vértigo de Andrés Caicedo, por su suicidio, 1977, las decenas de notas, documentales y columnas que se hicieron en su honor, y por el premio Nobel de Gabriel García Márquez. El suicidio y el premio terminaron por vender más que los escándalos antisistema y antitradiciones de un poeta que no tenía reparos en señalar al sistema como responsable de la aparición de bandoleros y asesinos de toda calaña.
Por Fernando Araújo Vélez
De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com