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Iván Marulanda: “No podemos permitir la indiferencia ni la resignación”

De la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos al senador Iván Marulanda.

sabel López Giraldo
20 de julio de 2020 - 07:32 p. m.
Semadpr Iván Marulanda
Semadpr Iván Marulanda
Foto: Archivo Particular
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Nací en 1946 en Pereira, ciudad que tiene una historia muy particular, la de los colonizadores antioqueños. Mi bisabuelo fue uno de sus fundadores, con sus dos hermanos, Jesús María y Francisco. Hizo parte de un grupo que llegó de a pie y descalzo, a construir un espacio vital para levantar una familia y vivir dignamente. Era gente pobre en busca de su destino en tiempos de crisis económica y social. Venían de Sonsón-Antioquia a esta región que le dio oportunidades de vida a los pobladores del Oriente Antioqueño.

En ese escenario, de gente que se enfrenta a la montaña, a la incertidumbre, a la aventura, que no sabe con qué se va a encontrar, si va a poder vivir de lo que encuentre o no, en medio de selvas inhóspitas, pantanos, zancudos, culebras y animales salvajes, todas circunstancias de la colonización muy especiales, se pone a prueba una fortaleza física y mental de los protagonistas. Hay un dicho muy conocido en la jerga colombiana y es:

— Así no va a ningún Pereira.

Eso tiene que ver con que, a esa región de colonización, a ese frente de vanguardia, no iban sino los mejores. Una persona pobre de espíritu, físicamente débil, enferma, o perezosa, no podía resistir el desafío del frente de la colonización antioqueña en el Antiguo Caldas. Estamos hablando de personas muy especiales, líderes, pioneros, inventores de soluciones a los problemas que iban encontrando, porque ellos no contaban con ambulancias, ni bomberos o rescatistas, no, estaban solos y confrontados a la selva, pero, además, a un mundo en el que no existía ninguna autoridad porque no había Estado.

De la serie “Historias de vida”, le invitamos a leer: “El poder es maravilloso, pero la soledad es absoluta”: Camilo Sánchez (Historias de Vida)

Todo esto para decirte que nuestros antepasados, no solamente fueron gente muy valiente, ingeniosa e inteligente, sino que la única manera que tenía de sobrevivir era ayudándose mutuamente. Construyeron unas estructuras sociales, porque tenían que inventar sus propias formas de vida fundadas en la solidaridad. Se distribuían las tierras de tal manera que todos tuvieran un espacio vital donde habitar y los recursos necesarios para comunicarse unos con otros y para poder desarrollar un espíritu de comunidad.

Nosotros venimos de una prueba enorme de solidaridad y de ingenio. Somos gente recursiva, pionera, que inventa cosas, formas de vida y soluciones a los problemas, y que siempre está mirando más allá de la realidad, en un imaginario de una permanente colonización y búsqueda de nuevas fronteras. De ahí que Pereira se denominó siempre en la historia como capital cívica, como una ciudad hospitalaria.

Somos una cultura de iconoclastas, de incrédulos, de masones y de libertarios. Pereira fue el primer lugar donde hubo lucha libre y boxeo de mujeres en el país a principios del siglo pasado; también fue la ciudad a la que llegó la primera planta de teléfonos automáticos de América Latina. Estuve hace poco acompañando a mi hermano, Jorge Hernán, a recibir la condecoración que le impuso la Alcaldía de Pereira, pues dedicó su vida a cuidar del Río Otún, una misión noble, totalmente invisible. Contaba cómo, en 1948, una gente hizo gestiones para que el Gobierno Nacional, el Ministerio de Agricultura y Ganadería de aquella época, declarara la cuenca del Río como una zona de reserva (es la primera en Colombia que se haya declarado institucionalmente sin que existiera una Ley Marco ni nada parecido). Ellos fueron unos visionarios porque eso se dio en un tiempo en el que en la ciudad lo único que se encontraba era agua. Esto muestra la visión del bien público, del bien vital.

Soy hijo de Luis Carlos Marulanda Marulanda y Gilma Gómez Gutiérrez. En 1948, dos años después de mi nacimiento, ocurrió una hecatombe en Colombia: el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, un líder carismático y extraordinario. En esa tierra nuestra lo que había era una conexión con el pensamiento liberal, que es rebelde, abierto, generoso, solidario y más arraigado en concepciones sociales que privadas, donde hay un valor esencial del concepto de comunidad y de sociedad, más allá de la idea de la individualidad: solidaridad, unidad, encuentro, amistad, generosidad. Por lo mismo eran liberales. Es la connotación política de esa manera de ser a la que se sumaron dos circunstancias, la primera se da cuando asesinan a Gaitán. El país se desmadró y empezó una matanza que todavía no ha terminado: setenta años después, estamos matándonos por la política como resultado de un permanente reflujo de los odios y las rabias, y por esa idea perversa de que hay desafíos que se resuelven matando a los demás. Y la segunda, el desplazamiento enorme de poblaciones campesinas hacia Pereira, liberales que se sentían perseguidos, llegaban en oleadas de gentes totalmente desarraigadas, empobrecidas, desesperadas, dejando atrás sus ranchos, sus bienes, sus vacas, sus gallinas; llegaban a pie, cargando unos pocos corotos para buscar la supervivencia. Fue la Pereira en que yo nací y en la que me desarrollé.

La década de los años 50 fue de diáspora del campesinado colombiano y del entorno de la ciudad, del Tolima, del Huila, del Norte del Valle, del Antiguo Caldas, inclusive del Suroeste de Antioquia hacia Pereira. Lo que me tocó ver siempre, compartir y sentir, fue cómo la gente de la ciudad le ayudaba a los que llegaban, a asentarse, a tener su ranchito, a iniciar una nueva vida sembrando esperanza. Recuerdo que íbamos con nuestros padres, con los profesores del colegio y con los vecinos, a las mangas en las que se instalaba para ayudarles a construir sus casas, también les llevábamos cobijas y distintas provisiones como chocolate, arepas, agua de panela. Muchos años más adelante, la ciudadanía hizo convites (forma colectiva de hacer obras públicas), así los pereiranos construimos el Aeropuerto, La Villa Olímpica, el Hospital San Jorge entre muchas otras, y esta iniciativa que te describo, tenía el mismo espíritu dirigido a atender a estas familias desplazadas por la violencia liberal-conservadora (los que llegaban eran liberales).

Aprendí dos cosas del ejemplo y testimonio de vida de esa población. Se debe pensar primero en los pobres, en la gente que sufre, en el que está atrás en la caravana, en el que no puede encontrar condiciones de vida digna si no se le ayuda. Aprendí entonces la solidaridad como un principio de vida, pero también aprendí que no tiene ningún sentido dedicar la vida a construir un emporio económico personal cuando se está rodeado de miseria. Lo que tenemos que conquistar es construir una sociedad que pueda vivir dignamente. Yo siempre he hecho una composición de lugar y es que, en mi casa, si se está cayendo, no me puedo poner a organizar mi habitación cuando a mis otros diez hermanos se les viene todo al piso. El pertenecer a una familia tan numerosa me enseñó a compartir, el que todos somos iguales, que no hay tiempo de contemplar a nadie, que uno hereda de los hermanos ropa y libros. Nosotros compartíamos cuarto, aunque cada uno con su cama. No se puede dedicar la vida a verse uno mismo al margen de la realidad de su entorno. Hay que enriquecer la vida con una acción que construya sociedad.

Estas experiencias me hicieron un liberal de izquierda, un hombre que piensa en un Estado capaz de defender a los más débiles y capaz de crear una sociedad igualitaria. Así me convierto en un político y no en un empresario, porque yo hubiera podido optar por ese otro camino, pero tuve muy claro siempre que lo mío no era hacer dinero sino ser un hombre público: en los términos en que aprendí el valor del sentido de lo público. Yo tuve una percepción de la vida por mis propios sentidos, pero los códigos culturales de la época eran muy sencillos y no se hablaba del peligro, pero se sentía el terror en el ambiente y el miedo, porque además la violencia se veía en la calle.

Mi primer colegio fue de monjas ecuatorianas y quedaba en la esquina de la casa: los Sagrados Corazones. Ahí estudié dos años en los que aprendí básicamente a leer y a escribir. Luego continué hasta graduarme, en un colegio civil, el Liceo Los Andes de Juvenal Mejía Córdoba. Yo quiero mucho su memoria porque fue mi maestro y le decíamos ‘Vaca brava’ porque disciplinariamente fue muy estricto y académicamente muy exigente, liberal con conceptos claros de libertad, del poder de elegir, de crear, de ser uno mismo y no de actuar bajo patrones ajenos.

Soy político porque la vida, mi entorno, mi sociedad, mis padres, maestros, familia y antepasados, me formaron así. Yo quería una carrera social, una que me permitiera continuar con mi vocación que ya se había manifestado. Durante los dos últimos años de bachillerato dirigí un centro de estudios y también un periódico, hacíamos eventos para recaudar fondos que financiaran nuestro ‘Centro Literario’. Éramos muy entusiastas, nos reuníamos los viernes a las cinco de la tarde en un salón que nos prestaba el rector, leíamos los trabajos que nosotros mismos nos poníamos: un compañero llevaba un escrito breve con los criterios recibidos en la clase de literatura, investigábamos en la biblioteca que tenía una enciclopedia muy famosa y única: la Espasa; también discutíamos noticias. Ese era un espacio muy nuestro, Juvenal no intervenía, quizás ayudaba a ubicar los temas en la enciclopedia, nos permitía fumar en esa hora y también autorizaba que no usáramos la chaqueta que el uniforme obligaba. Dentro de las actividades que proponíamos recaudar fondos estaban las carreras de observación, nos inventábamos recorridos por la ciudad con cualquier cantidad de trampas para que las personas que se inscribían siguieran en carro unas señales y el que llegaba primero entregaba lo correspondiente y se revisaba que sí cumpliera para darle los premios.

Empecé mis estudios de Economía en la Universidad de Antioquia en 1964 y esto porque, en esa época los que tomaban las decisiones eran los papás. Yo quería estudiar Derecho, pero mi papá tenía unos amigos de la Ceja-Antioquia, la familia Vélez, uno de ellos era economista profesor de la facultad. Pues bien, lo aconsejó así:

— Dile a Iván que yo lo espero aquí en la Universidad y que le ayudo a instalarse. Que estudie economía porque es una carrera con mucho porvenir, más que el Derecho, porque abogados hay muchos.

La facultad no tenía una década de fundada. Entre otras cosas, allá se graduaron personalidades muy importantes de los años 60 y 70, como Hernando Agudelo Villa (líder político muy reconocido), Jorge Valencia Jaramillo, Diego Calle Restrepo (terminó su vida a principios de los ochenta siendo gerente de las Empresas Públicas de Medellín y liderando los proyectos más importantes de desarrollo hidroeléctrico del país).

Me convencieron, pero lo más importante que podía tener en mente era la oportunidad de estudiar y eso me hacía feliz, además tenía el apoyo de un profesor y amigo, lo que me daba unas garantías que no encontraba haciendo otra elección y en ese momento en Pereira no había universidades.

Llegué a la Universidad en un momento de turbulencia para la juventud colombiana y del mundo. Eran los años 60, la época de los hippies, de los famosos marzos de París donde los jóvenes hicieron una revolución en el año 68 tumbando todo el andamiaje de la República, del Gobierno y a Charles de Gaulle. Fue la época del feminismo, de la minifalda, de la liberación sexual, del rock and roll, de la indisciplina y la insurgencia surgida por la guerra de Vietnam y, de las guerrillas latinoamericanas cuando nacieron las FARC, el ELN, más tarde el M-19 y el EPL. Hubo huelgas, discursos en asambleas interminables y una beligerancia donde el poder de la juventud era superior al político y al del establecimiento. Uno de los personajes más importantes de la historia del Partido Conservador de la segunda mitad del siglo pasado fue Ignacio Vélez Escobar (fue alcalde, gobernador, senador, rector de la universidad en mi tiempo) y un día en medio de una huelga tan violenta y prolongada, el presidente de la República, Guillermo León Valencia, lo llamó y le dijo:

— Rector, ¡renuncie, porque si usted no lo hace me va a tumbar a mí!

Ese hombre tan poderoso, conservador en un departamento que también lo era, se cayó en una huelga estudiantil. Con eso te quería dar una idea del momento que me tocó vivir.

Varios de mis compañeros se fueron a la guerrilla. Yo tuve una participación política, pero desde un espacio de la cancha muy poco atractivo y, es que, yo también era un rebelde, pero no era violento: éramos muy pocos los demócratas cuando la gran mayoría eran tira piedra. La Universidad quedaba en un edificio modesto en Pichincha con Girardot, y parte de éste fue desentejado en un enfrentamiento con la policía, quebraban y voleaban teja y varias veces hubo bala en medio de esa trifurca. Los policías a caballo se iban encima de los estudiantes para disolver las manifestaciones y los jóvenes hacían cosas, vistas ya desde la curva de la historia, te diría que hasta graciosas y es que regaban bolas de cristal por la calle para tumbarlos.

Tuve una experiencia de lucha política en la Universidad, pero no desde el lado mayoritario, preeminente o protuberante que era la insurgencia, sino que yo siempre estaba en los discursos y en las reuniones invocando la paz, la protesta no violenta, con muy mal resultado. Luis Carlos Galán en la misma época que yo, era también estudiante en Bogotá y le pasó igual; no nos conocimos en esa época, aunque él estuvo en una asamblea de las nuestras, según me contó después, porque me dijo que ese había sido el primer discurso en su vida, pero es que éramos miles de estudiantes lo que hace imposible recordarlo. Él igual que yo se movía en esa línea pacífica, pero éramos absolutamente insignificantes. En ese ambiente no cabía sino la indignación, la rabia, la violencia, el choque.

Salí de la Universidad en la misma tónica de hacer una vida pública promoviendo la paz, porque yo no había visto sino violencia en mi vida, primero, la liberal-conservadora de los años 50 y 60, de la que ya te hablé, y después, esa violencia guerrillera donde mataban a los jóvenes de la misma edad que uno (el padre Camilo Torres estuvo varias veces en mi facultad, tuve la oportunidad de conversar con él y asistir a sus conferencias). Resultaba pues muy doloroso ver cómo los mataban, pero eran tiempos de la revolución cubana que infló de entusiasmo a los jóvenes de la época y el incendio guerrillero por América Latina fue imparable, guerrillas en Centro y Suramérica: en todos los países sin excepción.

Para hablarte de mi carrera, puedo decirte que me fascinó. Tuve unos profesores españoles que se habían exiliado de la guerra civil española, eran republicanos, igualmente libertarios y demócratas como nosotros, pero antiviolencia (huyeron de expresiones violentas como la ETA). Estos señores eran intelectualmente extraordinarios, hablaban en nuestro mismo idioma con un sentido político profundo, pero al mismo tiempo con unos conocimientos de vanguardia, con la oportunidad de tener las últimas discusiones sobre el pensamiento doctrinario económico por las distintas escuelas. Esto resultaba fascinante porque nos sentíamos contemporáneos del mundo, con una visión global, con una fuente de inspiración y de curiosidad, de desarrollar, el pensamiento y las escuelas económicas, en la línea de las realidades colombianas contemporáneas. Las conversaciones en la cafetería eran muy creativas, muy enriquecidas, se daban discusiones enormes con profesores y compañeros porque precisamente había distintas actitudes, pensamientos e ideas tanto conservadores como liberales, pero también comunistas (yo no era comunista sino social demócrata). No éramos tantos, como te mencionaba, el grupo con el que yo entré podía ser de cincuenta estudiantes, lo que resultaba muy numeroso para la estadística histórica de la universidad, por lo mismo nos partieron entre los de mejores calificaciones y los de no tan buenas notas. Yo estaba en ese segundo grupo, pero al poco andar, en segundo semestre se fusionaron en uno solo y alrededor del nuestro, porque los otros en su mayoría perdieron por ser memoristas, pasteleros, mientras que nosotros éramos inventores, creativos, guerreros en la discusión, estudiábamos los textos. La economía en esa época no tenía tantos números como ahora, era más una facultad de humanistas, de mucha visión social, claro que teníamos una materia que nunca me gustó y que se llama ‘contabilidad’.

El movimiento cultural en la Universidad era tremendo, además fue una época de bohemios que girábamos alrededor de la poesía, de la música con guitarras y tiples, porque éramos bambuqueros, tanguistas, boleristas y bailábamos cumbia. El vallenato no se oía, quizás sólo en la televisión y recuerdo un músico que me encantaba, el negro Gastón, que pertenecía a un trio que era toda una fiesta.

Terminé mi carrera un 23 de diciembre de 1968, fueron cinco años muy traumáticos porque las huelgas nos hacían perder mucho tiempo, pero después nos metían todas las materias comprimidas, pero también hicimos unas fiestas tremendas de despedida. Terminamos metiéndonos vestidos a unas pocetas que tenía la Universidad en los patios interiores.

Volví a Pereira y el 2 de enero me estaba posesionando en mi primer trabajo como economista en la oficina de Planeación de la Alcaldía de Pereira, el cargo se llamaba precisamente así, Economista (y es que en Pereira no los había). Un amigo de niñez, que había estudiado en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Medellín, un poco mayor a mí y con quien compartí todas las actividades literarias y culturales de esa época, era el director de Planeación y me invitó a vincularme. Al poco tiempo, él se retiró y asumí su cargo a mis 24 años. Ahí comienzo mi carrera pública. Luego trabajé en Planeación Municipal, Planeación Nacional, fui director de Valorización, alcalde en el 74 por designación de López Michelsen pues habíamos participado muy activamente en su campaña.

Mis compañeros Gustavo Orozco, Jorge Vélez, Carlos Arturo Ángel y Cesar Gaviria, teníamos toda esa vena política y visión crítica liberal, la de un partido que fue muy poderoso, pero pensamos que ese no era el partido que queríamos: ¡necesitábamos un partido moderno! El Partido Liberal lo manejaban un grupo de personas mayores que no eran profesionales, eran anticuados, no tenían una visión de la planeación ni del desarrollo de la intervención del Estado, ni de la construcción de igualdad. Sus miembros eran lo que se llama en la jerga política: manzanillos (personas que se movían alrededor de los puestos públicos pidiendo favores). Queríamos un Estado moderno y unos partidos que no humillaran a la gente, sino donde se le reconociera desde lo público sus derechos y donde florecieran, no las personas que pertenecían a roscas, sino a las que tuvieran mérito. Entonces nos insubordinamos y creamos una fuerza política, por lo que renuncié a Planeación un año más tarde. Ahí comenzó la rebeldía que gente mayor vio con muy buenos ojos y aprovechó la situación para unirse, te hablo de Oscar Vélez Marulanda (Plumón) y Arturo Armel, entre otros. En ese camino, participamos en la elección de Alfonso López Michelsen con mucha fuerza. Yo vine a Bogotá a trabajar al Ministerio de Agricultura, donde habían nombrado a un señor manizaleño muy vinculado a Pereira, Hernán Jaramillo Ocampo y él a su viceministro, Hernán Vallejo Mejía. Hernán me llamó para que trabajara con él. Fue un escenario magnífico donde estuve un tiempo. Luego Hernando Uribe Ángel, mi jefe inmediato en el ministerio, ingeniero de la Facultad y muy amigo de López (porque él había pertenecido al MLR), cuando gana López, lo nombra Gobernador y él a mí alcalde.

Fueron muchos los aprendizajes, hubo grandes satisfacciones, realmente fue muy emocionante, pero se trata de una carrera muy dura porque los ingresos eran muy precarios. Yo me había casado a principios del año 70 con María Lucía Correa, una antioqueña que había sido mi novia en la facultad y tuvimos a Andrea muy rápido (hoy directora general de la productora Televisa en Ciudad de México, antes estuvo en Sony Televisión), más tarde nació Ramón (actor de teatro y televisión). Las circunstancias no eran las mejores, pero nunca desfallecimos en la lucha política pasando muchos trabajos, porque yo no pertenezco a una familia con fortuna sino numerosa donde todos somos profesionales y muy trabajadores: mi papá tuvo una lavandería especializada en ropa de hombre, Lavandería Élite, también había tenido un almacén.

Carlos Lleras Restrepo fue un referente para nosotros en la época en la que yo terminaba universidad: fue ejemplar como hombre de Estado, tuvo un gran protagonismo en la construcción de país desde el punto de vista económico, fue el gran promotor de la reforma agraria, creó el Instituto de Fomento Industrial, el famoso Decreto 444 que redactó con su puño y letra, y que hasta 1992 fue la norma que guió las políticas cambiarias, había sido Contralor General de la República.

Siendo yo alcalde, Lleras inició una revista semanal que se llamaba La Nueva Frontera y me invitó a un seminario en Buenaventura sobre su desarrollo, desde la concepción del comercio internacional, como el puerto más importante de comercio del país. Ahí lo conocí muy de cerca. Estando en ese Foro, Lleras cumplió años y se le celebró de manera muy especial. Pasé de la admiración a ser su amigo.

Lleras fundó el Movimiento de Democratización Liberal para aspirar a la reelección presidencial y fue ahí cuando conocí a Luis Carlos Galán (era su segundo de la revista y trabajaba en el movimiento político para Santander: sus viajes le costaron un daño en la columna espantoso). Para ese momento yo estaba radicado en Pereira.

Después de la Alcaldía en Pereira, fundé como director un periódico, La Tarde, que era de la Patria, pero para nuestra ciudad. Los Restrepo me invitaron a abrirlo porque querían un periódico liberal. Después de retirarme del periódico por peleas que yo cazaba con el poder local, porque el periódico hacía de trinchera para todas las ideas de cambio que teníamos, no me apoyaron más los dueños, entonces, vine a Bogotá.

En los años 76, 77 y 78, compartimos mucho Luis Carlos Galán y yo, y muy especialmente cuando Lleras se retira de la política. Era nuestro líder, el prohombre, el político que más poder tuvo en la época del Frente Nacional; cuando asesinaron a Gaitán él asumió la Presidencia de la Dirección Nacional Liberal. Tomamos entonces, la decisión de seguir por el mismo camino.

Lleras se retira en el año 78 cuando perdió la primera consulta popular que se hizo en Colombia para escoger candidato liberal a la Presidencia entre él y Turbay. Turbay tenía todo el apoyo de López Michelsen que era en ese momento el presidente de la República, pero también tenía mucho poder clientelista en las regiones, en el aparato del Estado, era un político manzanillo. López se odiaba a muerte con Lleras. Nos derrotaron, lo que no fue para nosotros ninguna novedad, ya estábamos acostumbrados, siempre teníamos que dejar los puestos por lo mismo. Luis Carlos Galán con Rodrigo Lara y yo, decidimos seguir adelante y fundar el Nuevo Liberalismo, con muchos otros jóvenes que hacíamos parte del movimiento de Carlos Lleras.

Había un Ministro de Desarrollo del Quindío que había vivido en Pereira muchos años siendo juez, conocía a mi familia y llamó a que fuera secretario general del Ministerio de Desarrollo, que era el tercer cargo desde el que manejaba el comercio internacional, la vivienda, el turismo, el crédito de fomento, el Instituto de Fomento Industrial, la Corporación del Transporte, la Financiera Popular, entre otras. Trabajando aquí ya estaba más cerca de Luis Carlos, planeando, revisando y siempre muy pendientes de llevar las banderas del movimiento. Luis Carlos Galán, había sido elegido senador, pero yo no me presenté porque mi niña estaba chiquita y yo tenía que trabajar para mantener a mi familia y fue cuando me llamó Fabio Echeverry Correa, presidente de la ANDI, para ofrecerme ser el secretario general y asistente de Presidencia. Entonces me fui para Medellín y estando allá, fundé el Nuevo Liberalismo de Antioquia y pertenecí desde el comienzo del Nuevo Liberalismo a la Dirección Nacional Alterna. También fui concejal de Medellín por el partido y presidente del Concejo, luego senador por Antioquia.

Comienza la lucha por el partido Nuevo Liberalismo que me tocó enfrentarla en el sitio donde había un enorme riesgo. A principios del 82 fuimos los únicos que enfrentamos a las mafias del narcotráfico, porque ni los partidos políticos, ni la iglesia, ni los sectores económicos, ni nadie lo hizo, sólo nosotros y ciertos factores muy importantes de poder como El Espectador y algunos otros como el Diario de Occidente en Cali. Eso le costó la vida a Luis Carlos (Galán), a Rodrigo Lara y a muchos otros, y atentados tremendos contra todos. Yo me tuve que exiliar en 1984 cuando me llamó el presidente Belisario a ofrecerme que me fuera un tiempo a Nueva York a la Embajada de Naciones Unidas como Ministro Consejero porque la situación era insostenible en Medellín y no podía garantizarme la vida.

Yo siempre pensé que mientras estuviera vivo tenía que estar en esta lucha por los valores que nos habían convocado siempre, el de una sociedad justa, libre, un país democrático, con un Estado que intervenga en la construcción de una sociedad más igualitaria. Haciendo una política desde la decencia, desde la dignidad del ser humano, respetando a las personas y al mismo tiempo, respetando la responsabilidad del Estado. Un Estado pensado por personas estudiosas, responsables y no por negociantes y lagartos, sino trabajadores que investigan, estudian los problemas y que proponen estructuras y soluciones. La política en serio. Entonces siempre pensé que yo tenía que estar, como ha sido siempre, porque mis amigos habían dado la vida por eso y cómo podía yo sentir que los enterré y que yo me fui para mi casa a conseguir plata, es un tema de decoro personal y nunca he dejado de luchar por las mismas ideas.

Cuando Luis Carlos Galán murió, nosotros estábamos en el partido liberal en un proceso muy importante de reconstrucción del partido, íbamos a llegar a la Presidencia de la República, íbamos a cambiar este país y el liberalismo. Yo perseveré allí un tiempo hasta que me di cuenta de que no había nada qué hacer ahí, que no les interesaba el cambio, había sido ya dominado por unos factores de poder muy corruptos y muy distintos a mí.

En el 2010 me llamó Sergio Fajardo que quería ser Gobernador para que le ayudara. Su papá había hecho parte del Nuevo Liberalismo, un arquitecto muy importante que nos había acompañado en la democratización libera, iba a todas las reuniones, incluso las que convocaba Carlos Lleras. Sin hacerse visible, siempre estaba ahí. Fuimos muy amigos y pertenecíamos a un grupo que llamamos ‘El Costurero’ y que se reunía los jueves a las seis de la tarde a conversar hasta las ocho de la noche cuando todos nos íbamos. Con Raúl éramos compañeros en esas tertulias y en ocasiones hacíamos paseos, uno de ellos a Pereira. Ahí había una conexión, además yo había votado por Sergio Fajardo para la alcaldía de Medellín y por Alonso Salazar que fue el segundo en su línea. En esa votación hice una cosa realmente muy especial: yo era miembro de la Dirección Nacional Liberal que tenía su candidato y públicamente apoyé a Alonso que no lo era. Eso me costó que me abrieran una investigación disciplinaria en el partido.

Ahí había una empatía y una conexión. Sergio estaba comenzando su carrera y cuando me llamó, yo ya estaba retirado del partido liberal y de la política activa: no tenía partido. Me vinculé a su movimiento político ‘Compromiso Ciudadano’ desde ese momento. Comencé a trabajar con él como su asesor en la Gobernación en febrero del 2011. El año pasado dirigí su campaña a la Presidencia, coordiné el Movimiento Nacional y fui compromisario en la construcción de la Alianza por Colombia con el Polo Democrático. Éramos un grupo de seis personas, dos por cada partido, a mí me acompañaba Catalina Ortiz. Ya en las elecciones me presenté al Senado en la Alianza por Colombia donde estoy ahora.

Y es que no hay otra manera de transformar la sociedad que desde la política. Es una historia de lucha contra la corrupción, la injusticia, el atraso y la pobreza. Esa es la vida y es muy feliz, aunque muy dura en medio de penurias y persecuciones. Hay mucha soledad y frustración, pero ahí está la llama de la rebeldía, del sueño de un país mejor y un sentido de solidaridad y responsabilidad con la infancia. Mis hijos inicialmente fueron el símbolo de mi lucha para dejarles un país distinto.

Tengo que morirme en la tranquilidad de que hice todo lo posible, todo lo que estuvo a mi alcance para lograrlo. Es una lucha muy bella, enriquecida por las dificultades, por las energías que se mueven alrededor y por la inconformidad. Es la vida que uno escoge, muy incierta pero noble y bien intencionada. Quienes han buscado el cambio son los que responden por la humanidad, los que se han acomodado no han asumido sólo disfrutado.

El gran hito del cambio histórico de nuestro tiempo es la Asamblea Constituyente, de la que hice parte y es el orgullo más grande. Llegué solo, luchando desde la calle, recorriendo el país en bus y ganándome el respaldo de la gente con un discurso de compromiso social, de rebeldía y de búsqueda de un país más democrático.

Estamos en un país de mucha pobreza e indolencia hacia su sufrimiento con unos poderes económicos y políticos concentrados en muy pocas manos, indolentes, inclementes, violentas, en un ambiente de corrupción deplorable y detestable, viviendo una falta de calidad de la política que está en manos de gente de muy baja calidad. Pienso que el país ha retrocedido enormemente, que ha perdido oportunidades enormes de crecer, precisamente por esa lucha violenta en la que siempre gana la violencia que marca el ritmo. Este es un país violento que mata a la gente buena.

Tengo 72 años y mi vida ha sido la misma, sin mayores sorpresas. Lo más sorprendente es que yo esté vivo. Son muchas las cosas que me han pasado, hasta los últimos tiempos, que no explican cómo sigo aquí. Así que, para mí, lo más retador es conservar la vida, para que hasta donde yo pueda, lograr que no se apague esa llama y acompañar a los que la tienen encendida, hacer presencia porque siempre hay gente que está buscando la justicia, la dignidad del ser humano. Son las causas de la humanidad que están en mí. No sé cómo no he claudicado, no sé cómo explicar eso.

Después de haber recorrido todo este camino, no dudo en que tomé la decisión correcta: la de ser político. A mí no me gustaría volver a vivir esta vida porque ha sido muy dura, pero me he mantenido en pie, aunque cada vez tengo menos ilusión de que vaya a ver lo que he soñado, por lo que he luchado. Cada vez más, pienso que no me tocó, pero sigo esperando que a otras generaciones sí, pero si no se comprometen no van a ver nunca ese país que soñamos, al que hay que conquistar, porque si no luchan, cada vez van a ser más esclavos de gente de muy mala calaña y estirpe. El destino está en las manos de cada uno. Si la gente se entrega esto seguirá siendo un establo.

Lo que no nos podemos permitir, ninguno de nosotros, es la indiferencia ni la resignación.

Por sabel López Giraldo

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